Crónica del debut mundialista de los islandeses

El equipo europeo consiguió un valioso empate 1-1 ante Argentina, en Moscú. Asi vivieron el partido sus hinchas en las tribunas del estadio Spartak.

Luis Guillermo Montenegro - Enviado especial a Rusia
16 de junio de 2018 - 03:38 p. m.
Los islandeses fueron minoría en el estadio Spartak de Moscú, sin embargo, se hicieron sentir con sus canticos y constante apoyo a su selección. / AFP
Los islandeses fueron minoría en el estadio Spartak de Moscú, sin embargo, se hicieron sentir con sus canticos y constante apoyo a su selección. / AFP
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De los 330 mil habitantes que tiene Islandia, cinco mil estaban este sábado en el estadio Spartak de Moscú, en el juego entre su país y la Argentina de Lionel Messi, el primero del grupo D de la Copa del Mundo de Rusia 2018. Esta selección se dio a conocer ante el mundo en la Eurocopa de 2016 cuando llegó hasta los cuartos de final, quedando eliminada a manos de Francia. Está participando en su primer Mundial y aparte de ser reconocida por el aguerrido juego de sus futbolistas, también lo es por la forma como viven el juego sus hinchas.

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El partido no ha iniciado, los equipos están calentando en el terreno de juego cuando de repente el sonido de un tambor anuncia algo. Los brazos arriba, levemente inclinados hacia los lados. Los dedos apuntan hacia el cielo y de un momento a otro un sonido de aplauso, ¡clap! Comienza el ritual de los vikingos. Esto se repite una y otra vez, con mayor velocidad y cada palmada se combina con un grito: ¡huh! El júbilo se apodera de los islandeses, el patriotismo aparece y los jugadores se emocionan en el campo.

El protocolo de la Fifa decora el momento. Las banderas de Argentina e Islandia están en el centro del campo junto a una gigantesca imagen del logo del Mundial. Salen los equipos, se forman en línea para los himnos, mientras la mayoría de islandeses cantan la melodía de Seven Nation Army  de The White Stripes.

En la tribuna, algunos de los de azul rey con rojo lloran al oír el himno de su país. Lo cantan con los ojos cerrados y apuntando su cabeza hacia arriba. Apenas terminan las últimas notas, dan un sonoro aplauso.

Rueda la pelota y al principio hay silencio. Nervios, quizás. Pero poco a poco los futbolistas se cogen confianza. No importa que al frente estén Lionel Messi, Sergio Agüero, Ángel Di María y compañía. Aquí hay algo que no se negocia y son las ganas. Por cada balón se va a muerte, cada barrida al piso, patada o sacrificio vale la pena. En juego está la dignidad de un país, un pequeño lugar en el que prácticamente todos son familiares.

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Ni siquiera el gol de Sergio Agüero los apagó, siempre se vieron eufóricos. Cada balón recuperado fue una anotación. Cada barrida o demostración de que se estaba dejando el alma en la cancha fue valorada con gritos y aplausos. Y cuando llegó el 1-1 la alegría fue total. Otra vez lágrimas, aplausos y gritos fuertes en un idioma que es tan enredado y complicado de entender como el ruso.

El rito vikingo se hizo cada vez que el entrenador Heimir Hallgrimsson hizo una seña a la gente que estaba sentada en la tribuna suroriental. Subía los brazos y pedía que se animara. Cada vez que esto ocurría los futbolistas se llenaban de valor y defendían con garra cada ataque de un equipo argentino que casi durante todo el segundo tiempo jugó en campo rival.

Un empate histórico, un debut soñado en la Copa del Mundo. Los jugadores en lugar de pedir fotos y autógrafos a Messi, corrieron a celebrar con sus compatriotas. Los 23 jugadores y el cuerpo técnico fueron hasta la tribuna para agradecer por el constante apoyo. Incluso muchos de los futbolistas se saltaron las vallas publicitarias para ir a abrazar a los amigos y familiares.

Ya cuando los dos equipos habían entrado a los camerinos y la gente estaba saliendo de las tribunas, el técnico Hallgrimsson volvió a salir a la cancha para aplaudir hacia cada uno de los sectores del estadio en los que todavía había compatriotas suyos. Luego de 20 minutos las cancha quedó casi vacía, sólo los familiares de los jugadores esperaban y uno a uno salieron descalsos a darse un nuevo abrazo con sus seres queridos. En Islandia no hay Duques ni Petros, hay una unidad total que lo llevará a sorprender en esta Copa del Mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por Luis Guillermo Montenegro - Enviado especial a Rusia

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