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El rojo de la bandera de la Unión Soviética ondeó detrás del azul celeste de los uruguayos, lo hizo con fuerza e insistencia. Un contraste que pasó desapercibido porque ese movimiento constante aparecía cuando los hinchas cantaban el clásico de siempre: “Vamos, vamos Uruguay, hoy te venimos a alentar, para ser campeón sólo hay que ganar”. Los pocos que la vieron, catalogaron esto como una simbología, como si todos los rusos, tanto viejos como jóvenes, estuvieran apoyando al conjunto charrúa, uno de los dos equipos sudamericanos aún con vida en el Mundial. Y es que a lo largo de la Copa del Mundo, los habitantes de este país han demostrado su afinidad con los países del continente por la felicidad y el color que han traído sus fanáticos. (Vea aquí nuestro especial del Mundial de Rusia 2018)
Tanta fuerza hicieron, que en ocasiones el tradicional “Rusia”, que se corea en los estadios, se confundió con el grito casi unánime de todo el estadio de Nizhni Nóvgorod de “Uruguay”. Pero todo ese aliento, los cánticos y la fiesta latina se fue extinguiendo con el pasar de los minutos. Para Uruguay, Francia fue mucho más. Se notó la ausencia de Edinson Cavani, quien no pudo ser tenido en cuenta por el estratega Óscar Washington Tabárez por una lesión en el gemelo de la pierna derecha. Los sudamericanos carecieron de profundidad, de generación de juego, de enjundia, empuje y garra. Algo pocas veces visto.
Los franceses ganaron 2-0 con goles de Raphael Varane y Antoine Griezmann. Fueron dos golpes certeros que en 61 minutos dejaron al borde del nocaut a los uruguayos, sin reacción. Tanta fue la impotencia que a falta de cinco minutos para finalizar el compromiso el defensor central José María Gimenez sintió como la ilusión se escapaba de las manos y afrontó esos últimos instantes con lágrimas, adelantándose a la eliminación charrúa. Así mismo lo vivieron en el banco Tabárez, Cavani, Christian Stuani, Nahitan Nandez, entre otros. Mientras en la tribuna, los fanáticos la celeste gritaban con fuerza, para agradecerle a sus jugadores por el regreso a unos cuartos de final después de ocho años.
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Ambas anotaciones llegaron en momentos claves a favor de los franceses. La primera, al minuto 40. Un cobro de tiro libre de Griezmann al punto penal. Preciso, con una ubicación exacta, milimétrica. Apareció la cabeza de Varane, quien dejó atrás la marca de Matías Vecino y se anticipó en el salto a Stuani, para vencer la portería defendida por Fernando Muslera. Gol y primer golpe seco para los uruguayos, que se fueron aturdidos al vestuario. Fue el premio a la posesión, a la insistencia. Los europeos fueron los que más intentaban y aunque todos sus remates hasta ese minuto 40 se habían ido desviados, fueron efectivos y reclamaron el premio con el primer tiro directo.
La segunda,al minuto 61, terminó de hundir el barco uruguayo. Remate de media distancia de Antoine Griezmann y a Muslera le falló la fuerza. Las muñecas se le doblaron ante el remate del delantero y el balón terminó entrando a la portería: 2-0. Nada pudo levantar a Uruguay posteriormente. La mirada de incredulidad del arquero lo decía todo, con ese tanto se terminó. La cuesta se puso muy de para arriba para los dirigidos por Tabárez, que llegaban a predios de Hugo Lloris, pero sus disparos carecían de peligrosidad, de veneno para hacer que el arquero francés se exigiera más de lo que lo hizo.
La fiesta en la tribuna pasó de ser azul celeste a oscura, los que saltaban con ahínco eran los europeos, que fueron minoría. Francia ganó con lo justo, no se exigió a fondo y superó a una Uruguay que se entregó después del segundo gol. Vencieron por primera vez al cuadro celeste en la historia de los Mundiales y avanzaron a semifinales por primera vez en 12 años (Alemania 2006), en los que vivieron horas difíciles bajo la batuta de Raymond Domenech (Sudafrica 2010) y de Laurent Blanc (discriminación racial) y que con Didier Deschamps volvieron a encontrar el rumbo: cuartos de final en Brasil 2014, finalista de la Eurocopa 2016 y ahora semifinalista en Rusia 2018.
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