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Empezar con derrota el camino en una Copa del Mundo significa tener que aferrarse de lazos frágiles, que con cualquier soplo se pueden quebrar y hacer que todo se vaya por la borda. Obliga a que un seleccionado tenga la necesidad de sacar resultados y hace que el margen de error sea mínimo, milimétrico. ¿Qué habría sido de Perú si Christian Cueva hubiera anotado ese penal contra Dinamarca? Las cosas posiblemente serían diferentes, pero son variables incalculables, que únicamente aparecen en la cabeza de fanáticos y uno que otro periodista deportivo. Lo cierto es que cayeron 1-0 contra los daneses y su obligación contra Francia era sumar a como diera lugar.
Una tarea titánica. Francia, aunque se caracteriza por ser un equipo joven, es uno de los de mayor calidad en conjunto que hay en este campeonato y eso lo tenía claro Ricardo Gareca, entrenador del seleccionado inca. Sin embargo, el argentino siempre vio este encuentro como uno en el que podían sumar. “Perú va a salir como sale siempre. A lo largo de tres años y medio hemos convivido con este tipo de situaciones. Tenemos una idea puntual. Respetamos a Francia, es una selección candidata a ganar la copa. Cualquier selección nos puede ganar y podemos ganarle a cualquiera”, dijo en la rueda de prensa previa al compromiso.
Pero no todo salió como lo tenían planeado. Perú fue un equipo intenso, incisivo, que nunca bajó los brazos. Intentó remar contra la corriente, braceó con fuerza. Nunca dieron el brazo a torcer pero les faltó el último puntillazo, ese golpe final que les diera el gol, ese tanto que los invitara a soñar con mantenerse con vida en este campeonato del mundo, torneo al que regresaban después de 36 años. No obstante, el tiempo con su paso aplastante, se convirtió en enemigo y la posesión pasó a ser un número más para la estadística. Esas embestidas del segundo tiempo se quedaron en intentos tenues que no hicieron que el balón se encontrara con la red.
Los segundos 45 minutos fueron pintados de blanquirrojo. Los peruanos pusieron todo para lograr el anhelado empate: Pedro Aquino tuvo la opción más clara con un remate de media distancia, que se estrelló en la escuadra y se fue por fuera. Entró Jefferson Farfán y también lo intentó, pero su disparo se fue desviado. Lo mismo pasó con Luis Advincula. Situaciones que se sumaron a una posibilidad clara que tuvo Paolo Guerrero en el primer tiempo, minutos antes de que Francia se fuera arriba en el marcador.
Perú no se escondió. Desde el comienzo salió con la idea clara de jugarle cara a cara al seleccionado galo y así fue a lo largo del compromiso con el constante apoyo de sus hinchas. En la gradería los aficionados cantaban, saltaban y agitaban banderas. “Cómo no te voy a querer, cómo no te voy a querer, si eres mi Perú querido, el país bendito que me vio nacer”, así alentaban, así animaban y hacían que el nerviosismo se disipara por segundos y que el corazón se desacelerara. Pero no fue suficiente. Ese gol al minuto 30 de Kilian Mbappé fue mortal.
El tanto del delantero, quien se convirtió en el jugador más joven de la selección francesa en anotar en un Mundial, llegó tras un error en la salida de los peruanos. Perdieron el esférico en tres cuartos de cancha, Oliver Giroud remató, pero el balón fue desviado por el defensor Alberto Rodríguez. El arquero inca, Pedro Gallese, quedó descolocado y desde atrás llegó Mbappé, quien solo tuvo que empujar la pelota con un toque sutil y con él apretó la soga que terminó ahorcando a los suramericanos.
Nunca se pudieron reponer del golpe. Lo que hicieron no fue suficiente. Les faltó un centavo para el peso. Superaron a los franceses en estadísticas como: pases completados a lo largo del compromiso (418 - 298), posesión del balón (57 % - 43 %), pero no en la más importante, goles anotados. En eso los galos fueron más precisos y se terminaron quedando con la victoria, con tres puntos que los dejó clasificados a los octavos de final de la Copa del Mundo mientras que los incas se quedaron sin ninguna posibilidad de seguir luchando en este torneo. Derrota, llanto, dolor: un naufragio en Ekaterimburgo.
jdelahoz@elespectador.com