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Sadio Mané nació en una casa en la que cada año llegaba un hermano al mundo. En medio de una pobreza extrema, donde hay tierras poco fértiles, en un país en el que la agricultura es la principal fuente de sustento. En su ciudad, en Bambali (Senegal), es normal ver a una mujer de vestido largo cargando un bebé en su pecho, envuelto en una sábana, mientras camina como una reina de belleza sobre una pasarela para que el enorme platón que lleva en la cabeza, con agua, no se caiga. Y detrás, un montón de niños que aprenden a ser independientes antes de hablar. (Le puede interesar: Los hombres detrás de la selección de Colombia en Rusia 2018)
Lo anterior lo contó Mané antes de la Copa del Mundo, haciendo alusión a su infancia en una familia musulmana que no veía, para él y los suyos, un futuro lejos del trabajo de la tierra. Sin embargo, Mané se aburrió de la precariedad, de dedicar toda su potencia a un trabajo que no era rentable y prefirió el fútbol. Y con agallas y voluntad compró su primer balón. También se fue a vivir con su tío para quitarles una carga a sus padres. Y gracias a él, o mejor al pequeño televisor que tenía en la sala, conoció la Premier League.
Ya después llegaron las tardes jugando en calles difuminadas por el polvo dejado por los mototaxis. Y la planta del pie llena de ampollas, que luego se convertirían en callos para hacerse inmune al calor. Y el sueño de ser como Ronaldinho, los partidos en lodazales emulando el Mundial de Corea y Japón 2002, el primero que vio, pues la Senegal de Papa Bouba Diop, de El Hadji Diouf y de Khalilou Fadiga lo marcó con el triunfo frente a Francia en el partido inaugural (1-0). (Lea: Los goles que han “sacudido” al mundo)
La historia medianamente conocida dirá que con 14 años quiso probar suerte en el fútbol y que su familia vendió todas sus cabras y recolectó dinero en la aldea para pagar su viaje a Dakar, la capital del país, para intentar hacer parte de la escuela del Generation Foot, el club más importante en Senegal.
Ese día, en plena canícula, Sadio estuvo sentado al lado de una línea de cal que delimitaba una cancha improvisada. Y a pesar del sofoco no dijo nada y esperó su momento con una paciencia de viejo. Casi al final, el hombre encargado de la prueba le dio la orden de entrar, para que el pequeño de los tenis desgastados, las manos ajadas y la pantaloneta grande se mostrara. Su obsesión por la pelota llamó la atención de los entrenadores, también su orden y sus instintos para saber dónde pararse. Mané estudió cada movimiento y a cada niño durante el tiempo que estuvo fuera, sin pronunciar una sola palabra. Por eso, cuando tuvo su oportunidad, ya sabía qué hacer, dónde hacerlo y cómo hacerlo. “Vas a estar en mi equipo”, le dijo uno de los ojeadores. (Le puede interesar: Los datos más llamativos de los jugadores de Rusia 2018)
Y así fue. Marcó 131 goles en las divisiones inferiores del Generation Foot y se convirtió en la estrella y, por ende, en el primero para mostrar cuando llegaron tres hombres desde Francia en busca de nuevos talentos. Fue así como Mané se hizo jugador del Metz, sin contarle a su familia, sin decirle a nadie en su aldea. Luego de un tiempo (dos temporadas) recayó en el Salzburgo de Austria, una ciudad cenicienta, fría, congelada en el pasado. Llegó con 19 años y duró tres temporadas, marcó 31 goles y se ganó el respeto de una afición complicada. Con su voz leve y su tono tibio fue el más entrevistado, el más perseguido. La pobreza se había ido, pero la necesidad de triunfo seguía latente, a pesar de haber ganado la liga y la copa de ese país.
En 2014 cumplió su primer sueño: jugar en la Premier League. El Southampton lo buscó, le ofreció un mejor contrato y se quedó con el delantero que todo el mundo quería. Duró dos años, anotó 11 goles y fue vendido al Liverpool, por 41 millones de euros, en 2016, una cifra astronómica para un futbolista de Senegal. “Estoy muy feliz por fichar con uno de los mejores clubes del mundo”, dijo Sané en su momento. Con el primer sueldo realizó una donación de 200 mil libras para construir una escuela en su pueblo natal. (Lea: Incomprendido por muchos, valorado por pocos: el método Osorio)
Más allá del dinero y la fama, su prioridad siempre fue su gente, la misma que en 2017 acabó con el carro de su tío y con la casa de su familia, en Malika, luego de que el futbolista fallara la pena máxima que dejó por fuera a Senegal de la Copa de Naciones frente a Camerún. “Fueron unos pocos, pero me da tristeza que ataquen a mi gente, porque ellos no tienen nada que ver”, apuntó.
Hoy, ya consagrado con el club de Anfield Road, Mané tiene más trabajo, por su gente, por su país y por él mismo. Una buena actuación en Rusia 2018 sería esperanzadora para una nación que ve en este futbolista, de 26 años, el embajador de sus tradiciones, de su historia y hasta de sus males. (Vea aquí nuestro especial sobre el Mundial de Rusia 2018)