A sangre y fuego
La toma del palacio de justicia el 6 de noviembre de 1985.
El Espectador
En el Capitolio Nacional, donde transcurre habitualmente la vida política y legislativa de la Nación, a veces en medio del ausentismo, se escuchó de pronto el tableteo de las ametralladoras, el golpe seco de los fusiles, mezclado todo ello con los gritos de alarma provenientes desde la Plaza de Bolívar.
Algunas comisiones permanentes, como la Primera del Senado, empezaban, antes del mediodía a sesionar lánguidamente, y fue entonces cuando se oyeron los primeros disparos, con ese ruido corto y mortal. De inmediato la actividad del Congreso, que era mínima a esa hora, quedo paralizada por una corriente helada, producida por el miedo y el estupor de todos los que allí estaban presentes. Los congresistas que saltaron de sus pupitres para asomarse en un dos por tres a la plaza mayor no salían de su asombro. Algunos temblaban o hablaban con voz trémula.
El senador liberal Carlos Holmes Trujillo, uno de los críticos del Gobierno, exclamó, mientras mantenía los ojos bien abiertos pero sin dar casi crédito a lo que éstos veían: "Esta es una batalla campal ... Estamos en una guerra civil ... Colombia vive uno de los momentos más oscuros de la violencia, pues ni la Corte Suprema de Justicia ni las demás instituciones escapan al asalto criminal de quienes quieren verlas derruidas ... Vean el canto del cisne de una política de paz entendida como la entrega de la Constitución y de las leyes para glorificar a los subversivos.
Otros congresistas, como Armando Rico Avendaño, también se tomaban la cabeza a dos manos, mientras observaban el tropel de gentes por la plaza y el humo negro que se levantaba desde la azotea del Palacio de Justicia. En realidad nadie podía explicarse a ciencia cierta qué era lo que sucedía. Los tiros y los gritos continuaron durante varias horas y alguien comentó que aquello le recordaba escenas que se vivieron hace años en Nicaragua.
Los helicópteros sobrevolaban el edificio del Palacio de Justicia, el Capitolio, la Alcaldía y la Catedral. El ruido de sus motores y el de los vehículos militares que llegaban por todos los costados era ensordecedor, según el relato que hacían los padres de la patria. Una amplia zona fue acordonada por soldados, policías y agentes secretos. Dos tanques penetraban por la puerta del Palacio de Justicia, rompiendo todo a su paso, seguidos por numerosos uniformados que avanzaban con sus armas modernas.
En el Capitolio Nacional, donde transcurre habitualmente la vida política y legislativa de la Nación, a veces en medio del ausentismo, se escuchó de pronto el tableteo de las ametralladoras, el golpe seco de los fusiles, mezclado todo ello con los gritos de alarma provenientes desde la Plaza de Bolívar.
Algunas comisiones permanentes, como la Primera del Senado, empezaban, antes del mediodía a sesionar lánguidamente, y fue entonces cuando se oyeron los primeros disparos, con ese ruido corto y mortal. De inmediato la actividad del Congreso, que era mínima a esa hora, quedo paralizada por una corriente helada, producida por el miedo y el estupor de todos los que allí estaban presentes. Los congresistas que saltaron de sus pupitres para asomarse en un dos por tres a la plaza mayor no salían de su asombro. Algunos temblaban o hablaban con voz trémula.
El senador liberal Carlos Holmes Trujillo, uno de los críticos del Gobierno, exclamó, mientras mantenía los ojos bien abiertos pero sin dar casi crédito a lo que éstos veían: "Esta es una batalla campal ... Estamos en una guerra civil ... Colombia vive uno de los momentos más oscuros de la violencia, pues ni la Corte Suprema de Justicia ni las demás instituciones escapan al asalto criminal de quienes quieren verlas derruidas ... Vean el canto del cisne de una política de paz entendida como la entrega de la Constitución y de las leyes para glorificar a los subversivos.
Otros congresistas, como Armando Rico Avendaño, también se tomaban la cabeza a dos manos, mientras observaban el tropel de gentes por la plaza y el humo negro que se levantaba desde la azotea del Palacio de Justicia. En realidad nadie podía explicarse a ciencia cierta qué era lo que sucedía. Los tiros y los gritos continuaron durante varias horas y alguien comentó que aquello le recordaba escenas que se vivieron hace años en Nicaragua.
Los helicópteros sobrevolaban el edificio del Palacio de Justicia, el Capitolio, la Alcaldía y la Catedral. El ruido de sus motores y el de los vehículos militares que llegaban por todos los costados era ensordecedor, según el relato que hacían los padres de la patria. Una amplia zona fue acordonada por soldados, policías y agentes secretos. Dos tanques penetraban por la puerta del Palacio de Justicia, rompiendo todo a su paso, seguidos por numerosos uniformados que avanzaban con sus armas modernas.