Cal y arena en Manizales
La última corrida en la Ciudad de las Puertas Abiertas fue una tarde agridulce para la afición.
Alfredo Molano Bravo / Enviado especial a Manizales
Los toros bravos en el campo son aún más bellos. Parecen mansos. Son tranquilos y se mueven con cierta solemnidad. Pastan, se echan cuando están cansados, beben aguas limpias. No conocen más límite que una cerca. Nunca han visto una pared. Viven con sus hermanos de camada en el mismo potrero para evitar que peleen y se hieran. O se maten. Sucede. Con los mayorales no buscan pleitos, los miran con ojitos mirones, inteligentes y apacibles, pero casi nunca les tiran. Se conocen desde siempre. El ganadero ha seleccionado con escrupulosidad alquímica toda la cadena de antecesores de cada toro. Más aún, conoce desde que nace, el año en que va a ser llevado a la plaza. Y el año llega y el día también.
En las haciendas las cosas se preparan con cuidado. Nada se deja al azar. Los caporales recogen los toros a caballo con varas largas y cantos cortos. Los llevan al corral con silbiditos y con un jurooo, jurooo cariñoso. Llegan como niños que salen a recreo. Se empujan, amagan peleas, rochelean. Y entran al primer encierro: una corraleja de madera. El ganadero, el caporal, el veterinario los miran desde la traviesa más alta. Los estudian y tratan de escoger un grupo más o menos homogéneo, teniendo en cuenta siempre la categoría de la plaza y sin duda el público que la llena.
Hay públicos como el de Manizales o el de Bogotá, muy exigentes. El primer corral es la parte ancha del embudo, de donde entran uno por uno los seleccionados a un corredor con paredes de cemento. El toro se resiste, siente pánico del espacio cerrado, pero al tratar de huir de las varas que lo pinchan, entra. Va con miedo, pero va pasando poco a poco hasta la báscula, donde se anota su peso. Es la antesala del cajón de metal donde quedará encerrado y con muy poco movimiento hasta que llega a la plaza. Todo es nuevo para él: el piso duro, las paredes de metal que suenan, la cercanía de tantos ojos mirándolo, el movimiento en el camión. Todo le produce miedo. Cuando el camión se detiene y le abren la puerta, entra al corral de la plaza. Entra buscando pelea, buscando una víctima propiciatoria, que a veces son los cabestros. Ahí se sortearán, por parejas, los toros que tocarán en suerte a cada matador. El ganadero ha tratado de presentar un encierro parejo, es decir, más o menos homogéneo. Pero los conocedores —y sobre todo los apoderados de los toreros que los representan en el sorteo— se pillan las diferencias, en las que tratan de leer la casta, la nobleza, la bravura, la fijeza de cada toro. Entre los tres apoderados se ponen de acuerdo en las parejas que sortearán. No es fácil el acuerdo. A veces hay no sólo diferencias, sino disputas agrias. Definidas las parejas se hace el sorteo en presencia del presidente de la plaza, los apoderados y una nube de testigos que ronronean alrededor. Los agüeros son muchos y cada apoderado tiene los propios. A Monaguillo, quien fue el mozo de espadas de César Rincón, lo vi santiguarse, besar una cruz de oro que lleva al cuello, mirar un horizonte místico antes de escoger una de las tres bolitas de papel que contenían los números de los toros que le correspondían al matador que representó en el sorteo, una ceremonia llena de ritos. Después, los toros son llevados al toril, un calabozo oscuro, donde los animales permanecerán hasta cuando suenen clarines y timbales.
En Manizales el tiempo manda. Los aficionados a los toros miran al Morro Sancancio como si tuvieran que viajar el avión. Si el cerro se tapa, el pronóstico es reservado: podría no haber corrida ni vuelo. En el Festival y en Cuarta de Abono no llovió, como había llovido en las dos primeras corridas, que le dieron al veleidoso Andy Cartagena el argumento para no sacar sus caballos al ruedo.
En el festival nocturno a beneficio del Hospital Infantil, el Nevado del Ruiz sopló fino. Plaza tres cuartos, como las gabardinas que usaban en la época en que a los toreros se les tiraban tabacos al ruedo por una buena faena. Velitas, Virgen de La Macarena desfilando por la arena. La misma imagen que en un bar de Sevilla oí a un gitano emocionado gritarle: ¡puta, puta santa, guapa, mare mío! Después los toreros en traje corto hicieron el paseíllo; El Cid con una chaquetilla del mismo color de la muleta, y Castella, con su acostumbrado everfit y sombrerito de gigoló. Salió de entrada un toro Fuentelapeña sin fijeza, sin fuerza, que Perlaruiz toreó sin gracia. Víctor Puerto sacó, a un Achury que poco tenía, un par de verónicas de las que sabe hacer muy bien. A El Cid le dan oreja de recibo por unas derechas largas —tiene un brazo kilométrico— y a Castella el toro no lo dejó respirar mirándole el cuerpo. Cristóbal Pardo, que anda especializándose en banderillas, puso unas decorosas al violín. El toro de Téjela saltó al callejón y dejó ahí el susto rondando. El frío hizo la nota de la noche. En la cuarta de abono, con toros de Fuentelapeña, ni llovió ni hizo sol; los toros ni tenían casta ni carecían de ella; las figuras ni hacían ni dejaban de hacer, y el público ni se entusiasmó ni se aburrió. Fue una corrida de esas corridas que se resumen con un así, así. Así: oreja a Víctor Puerto, oreja a El Fandi, aplausos a Bolívar, pitos a Fuentelapeña. En los trajes para torear predominó el azul que le faltó a la tarde.
En la última de temporada y de feria —que en Manizales son sinónimas— torearon El Juli, Castella y Pepe Manrique, con toros de Ernesto Gutiérrez. Hicieron el paseíllo con altivez. Ninguno la tenía fácil. Pepe porque está entre dos grandes figuras y se reponía del susto que le había dado en Cañaveralejo el 30 de diciembre un toro dulce de 492 kilos. El Juli y Castella porque, además de la rivalidad que tienen casada, tenían la corrida de nueve orejas, donde El Cid —otro rival— se había llevado cuatro. Para el ganadero era un nuevo desafío, porque de su encierro anterior habían sido premiados dos toros con vuelta al ruedo y uno había sido indultado.
Las faenas de Pepe Manrique fueron aceptables y maestras si se tienen en cuenta las pocas corridas que torea en un año. Con frecuencia lo contratan en plazas menores, en tientas, pero tiene que compartir con otros colombianos las plazas de primera. En Manizales sacó a sus dos animales verónicas limpias. Fue aplaudido en los lances de sus dos ejemplares. Con la derecha tuvo mando, es decir, supo templar, que es la más torera de las virtudes de un torero. Con la izquierda no pudo hacer lo mismo. Enmendaba, no encontraba el lugar justo para pararse y jalar. Buscaba el sitio con afán y dudaba del que creía haber encontrado y entonces rectificaba. Son movimientos nerviosos que deslucen el toreo. Es valiente, sabe el oficio, como se dice, y es un buen matador. En su primero cortó una oreja a Velador, un astifino encastado al que pudo ligar buenos pases y estoqueó certeramente. A su segundo lo toreó pase a pase y paso a paso Florido de 450 kilos se le aquerenció. Falló dos veces con la espada.
El Juli torea a la perfección. Conoce los toros como pocos, los cata desde que asoman el testuz por la puerta. A su primero –462 kilos– mucho que decir le hizo cuatro verónicas arriesgadas, una media bella y otras cuatro chicuelinas ceñidas a la cintura. El torito tenía casta, se le veía en el ímpetu de las embestidas que el torero aprovechó con las suertes que más le aplauden: derechazos bajos, naturales redondos, circulares invertidos, forzados de pecho. Hubo un instante soberbio: toro y torero quedaron frente a frente congelados, uno, aguadándose las ganas, y el otro, el miedo. Arrimado siempre, técnico siempre, el Juli sacia de tanta belleza. Con su saltico de niño travieso mató a Cirongilio. Dos orejas. La presidencia negó la vuelta al toro que los pañuelos blancos pedían, sin argumento distinto a su poder. El ganadero comentó: me alegra más la que el público le dio.
Hilandero se llamó su segundo, un toro grande, fuerte y con trapío. Lances con la mano baja, cargando la suerte. En quites a un toro picado con timidez le hizo tres lopecinas y una revolera todas airosas y alegres que la gente coreó hasta reventar en un aplauso cerrado. Estatuarios sin separar los pies uno del otro y sin despegarlos de la arena. Derechazos y derechazos; liga cinco naturales y remata con un farol. ¿Cómo calificarlos? O mejor ¿para qué? Una faena total. Dos orejas y una vuelta al toro difícil de haber negado. Disfrute, dijo el matador. Fue evidente, anduvo embebido.
Castella tenía espinas enconadas en su orgullo y salió a sácaselas una por una. Y se las sacó con su segundo porque el anterior Bollero le había salido suelto, distraído, acusando aburrimiento. Se lo dedicó a su hija, Atenea, una colombianita recién nacida. No le fue bien a pesar de la voluntad del valor al arrimarse. En cambio, Concertista tocó todos los acordes que traía en su casta y los regó por las graderías. Un toro rápido que humilló desde la entrada y que no dio ni por un momento el culo al torero, se devolvía con rapidez y volvía a embestir. Verónicas al paso de adentro hacia afuera. Picado una vez, pero como debe ser. Merecía las dos por su bravura. En quites chicuelinas y un par de espaldinas vistosas. Con la muleta, Castella se para en el centro, clava los ojos en la arena, espera a que Concertista embista, sin mirarlo. Y Concertista embiste y el torero lo recibe por la espalda. Y repiten: el toro fijo en el engaño y el torero fijo en la arena. Castella remata poniéndoles el pecho a los cuernos de Concertista. Cuatro derechazos y un forzado que hace cosquillas en el sobaco del torero. Siete naturales toreando con el triángulo de Scarpa. Pase de la firma. Derechazos lentos, serenos, mandones, infinitos. Un sentimiento mudo se vuelve aplauso cerrado. Silencio. Espada a fondo: ¡Torero! ¡Torero! Castella sonríe. El clavo está afuera: dos orejas, vuelta a Concertista.
Recomendados para la temporada de Toros de la Santamaría
Sábado 15 de enero
Novillos de la ganadería San Martín. Cartel del día: 'Leandro de Andalucía', Sergio Blanco y Luis Gerpe (español).
Domingo 16 de enero
Toros de Mondoñedo. Cartel del día: Pepe Manrique, 'Ramsés' y Juan Solanilla.
Domingo 23 de enero
Toros de Ernesto Gutiérrez. Cartel del día: Luis Bolívar, “Cayetano” y el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza.
Domingo 30 de enero
Toros de la ganadería Achury Viejo. Cartel del día: Pepe Manrique, Miguel Ángel Perera y Pablo Hermoso de Mendoza.
Domingo 6 de febrero
Toros de Santa Bárbara. Cartel del día: Sebastián Vargas, Miguel Abellán y Diego Urdiales.
Domingo 13 de febrero
Toros de Juan Bernardo Caicedo Cartel del día: Sebastián Castella, Luis Bolívar y Daniel Luque.
Domingo 20 de febrero
Toros de Las Ventas del Espíritu Santo Cartel del día: Julián López 'El Juli', Sebastián Castella y Santiago Naranjo.
Los toros bravos en el campo son aún más bellos. Parecen mansos. Son tranquilos y se mueven con cierta solemnidad. Pastan, se echan cuando están cansados, beben aguas limpias. No conocen más límite que una cerca. Nunca han visto una pared. Viven con sus hermanos de camada en el mismo potrero para evitar que peleen y se hieran. O se maten. Sucede. Con los mayorales no buscan pleitos, los miran con ojitos mirones, inteligentes y apacibles, pero casi nunca les tiran. Se conocen desde siempre. El ganadero ha seleccionado con escrupulosidad alquímica toda la cadena de antecesores de cada toro. Más aún, conoce desde que nace, el año en que va a ser llevado a la plaza. Y el año llega y el día también.
En las haciendas las cosas se preparan con cuidado. Nada se deja al azar. Los caporales recogen los toros a caballo con varas largas y cantos cortos. Los llevan al corral con silbiditos y con un jurooo, jurooo cariñoso. Llegan como niños que salen a recreo. Se empujan, amagan peleas, rochelean. Y entran al primer encierro: una corraleja de madera. El ganadero, el caporal, el veterinario los miran desde la traviesa más alta. Los estudian y tratan de escoger un grupo más o menos homogéneo, teniendo en cuenta siempre la categoría de la plaza y sin duda el público que la llena.
Hay públicos como el de Manizales o el de Bogotá, muy exigentes. El primer corral es la parte ancha del embudo, de donde entran uno por uno los seleccionados a un corredor con paredes de cemento. El toro se resiste, siente pánico del espacio cerrado, pero al tratar de huir de las varas que lo pinchan, entra. Va con miedo, pero va pasando poco a poco hasta la báscula, donde se anota su peso. Es la antesala del cajón de metal donde quedará encerrado y con muy poco movimiento hasta que llega a la plaza. Todo es nuevo para él: el piso duro, las paredes de metal que suenan, la cercanía de tantos ojos mirándolo, el movimiento en el camión. Todo le produce miedo. Cuando el camión se detiene y le abren la puerta, entra al corral de la plaza. Entra buscando pelea, buscando una víctima propiciatoria, que a veces son los cabestros. Ahí se sortearán, por parejas, los toros que tocarán en suerte a cada matador. El ganadero ha tratado de presentar un encierro parejo, es decir, más o menos homogéneo. Pero los conocedores —y sobre todo los apoderados de los toreros que los representan en el sorteo— se pillan las diferencias, en las que tratan de leer la casta, la nobleza, la bravura, la fijeza de cada toro. Entre los tres apoderados se ponen de acuerdo en las parejas que sortearán. No es fácil el acuerdo. A veces hay no sólo diferencias, sino disputas agrias. Definidas las parejas se hace el sorteo en presencia del presidente de la plaza, los apoderados y una nube de testigos que ronronean alrededor. Los agüeros son muchos y cada apoderado tiene los propios. A Monaguillo, quien fue el mozo de espadas de César Rincón, lo vi santiguarse, besar una cruz de oro que lleva al cuello, mirar un horizonte místico antes de escoger una de las tres bolitas de papel que contenían los números de los toros que le correspondían al matador que representó en el sorteo, una ceremonia llena de ritos. Después, los toros son llevados al toril, un calabozo oscuro, donde los animales permanecerán hasta cuando suenen clarines y timbales.
En Manizales el tiempo manda. Los aficionados a los toros miran al Morro Sancancio como si tuvieran que viajar el avión. Si el cerro se tapa, el pronóstico es reservado: podría no haber corrida ni vuelo. En el Festival y en Cuarta de Abono no llovió, como había llovido en las dos primeras corridas, que le dieron al veleidoso Andy Cartagena el argumento para no sacar sus caballos al ruedo.
En el festival nocturno a beneficio del Hospital Infantil, el Nevado del Ruiz sopló fino. Plaza tres cuartos, como las gabardinas que usaban en la época en que a los toreros se les tiraban tabacos al ruedo por una buena faena. Velitas, Virgen de La Macarena desfilando por la arena. La misma imagen que en un bar de Sevilla oí a un gitano emocionado gritarle: ¡puta, puta santa, guapa, mare mío! Después los toreros en traje corto hicieron el paseíllo; El Cid con una chaquetilla del mismo color de la muleta, y Castella, con su acostumbrado everfit y sombrerito de gigoló. Salió de entrada un toro Fuentelapeña sin fijeza, sin fuerza, que Perlaruiz toreó sin gracia. Víctor Puerto sacó, a un Achury que poco tenía, un par de verónicas de las que sabe hacer muy bien. A El Cid le dan oreja de recibo por unas derechas largas —tiene un brazo kilométrico— y a Castella el toro no lo dejó respirar mirándole el cuerpo. Cristóbal Pardo, que anda especializándose en banderillas, puso unas decorosas al violín. El toro de Téjela saltó al callejón y dejó ahí el susto rondando. El frío hizo la nota de la noche. En la cuarta de abono, con toros de Fuentelapeña, ni llovió ni hizo sol; los toros ni tenían casta ni carecían de ella; las figuras ni hacían ni dejaban de hacer, y el público ni se entusiasmó ni se aburrió. Fue una corrida de esas corridas que se resumen con un así, así. Así: oreja a Víctor Puerto, oreja a El Fandi, aplausos a Bolívar, pitos a Fuentelapeña. En los trajes para torear predominó el azul que le faltó a la tarde.
En la última de temporada y de feria —que en Manizales son sinónimas— torearon El Juli, Castella y Pepe Manrique, con toros de Ernesto Gutiérrez. Hicieron el paseíllo con altivez. Ninguno la tenía fácil. Pepe porque está entre dos grandes figuras y se reponía del susto que le había dado en Cañaveralejo el 30 de diciembre un toro dulce de 492 kilos. El Juli y Castella porque, además de la rivalidad que tienen casada, tenían la corrida de nueve orejas, donde El Cid —otro rival— se había llevado cuatro. Para el ganadero era un nuevo desafío, porque de su encierro anterior habían sido premiados dos toros con vuelta al ruedo y uno había sido indultado.
Las faenas de Pepe Manrique fueron aceptables y maestras si se tienen en cuenta las pocas corridas que torea en un año. Con frecuencia lo contratan en plazas menores, en tientas, pero tiene que compartir con otros colombianos las plazas de primera. En Manizales sacó a sus dos animales verónicas limpias. Fue aplaudido en los lances de sus dos ejemplares. Con la derecha tuvo mando, es decir, supo templar, que es la más torera de las virtudes de un torero. Con la izquierda no pudo hacer lo mismo. Enmendaba, no encontraba el lugar justo para pararse y jalar. Buscaba el sitio con afán y dudaba del que creía haber encontrado y entonces rectificaba. Son movimientos nerviosos que deslucen el toreo. Es valiente, sabe el oficio, como se dice, y es un buen matador. En su primero cortó una oreja a Velador, un astifino encastado al que pudo ligar buenos pases y estoqueó certeramente. A su segundo lo toreó pase a pase y paso a paso Florido de 450 kilos se le aquerenció. Falló dos veces con la espada.
El Juli torea a la perfección. Conoce los toros como pocos, los cata desde que asoman el testuz por la puerta. A su primero –462 kilos– mucho que decir le hizo cuatro verónicas arriesgadas, una media bella y otras cuatro chicuelinas ceñidas a la cintura. El torito tenía casta, se le veía en el ímpetu de las embestidas que el torero aprovechó con las suertes que más le aplauden: derechazos bajos, naturales redondos, circulares invertidos, forzados de pecho. Hubo un instante soberbio: toro y torero quedaron frente a frente congelados, uno, aguadándose las ganas, y el otro, el miedo. Arrimado siempre, técnico siempre, el Juli sacia de tanta belleza. Con su saltico de niño travieso mató a Cirongilio. Dos orejas. La presidencia negó la vuelta al toro que los pañuelos blancos pedían, sin argumento distinto a su poder. El ganadero comentó: me alegra más la que el público le dio.
Hilandero se llamó su segundo, un toro grande, fuerte y con trapío. Lances con la mano baja, cargando la suerte. En quites a un toro picado con timidez le hizo tres lopecinas y una revolera todas airosas y alegres que la gente coreó hasta reventar en un aplauso cerrado. Estatuarios sin separar los pies uno del otro y sin despegarlos de la arena. Derechazos y derechazos; liga cinco naturales y remata con un farol. ¿Cómo calificarlos? O mejor ¿para qué? Una faena total. Dos orejas y una vuelta al toro difícil de haber negado. Disfrute, dijo el matador. Fue evidente, anduvo embebido.
Castella tenía espinas enconadas en su orgullo y salió a sácaselas una por una. Y se las sacó con su segundo porque el anterior Bollero le había salido suelto, distraído, acusando aburrimiento. Se lo dedicó a su hija, Atenea, una colombianita recién nacida. No le fue bien a pesar de la voluntad del valor al arrimarse. En cambio, Concertista tocó todos los acordes que traía en su casta y los regó por las graderías. Un toro rápido que humilló desde la entrada y que no dio ni por un momento el culo al torero, se devolvía con rapidez y volvía a embestir. Verónicas al paso de adentro hacia afuera. Picado una vez, pero como debe ser. Merecía las dos por su bravura. En quites chicuelinas y un par de espaldinas vistosas. Con la muleta, Castella se para en el centro, clava los ojos en la arena, espera a que Concertista embista, sin mirarlo. Y Concertista embiste y el torero lo recibe por la espalda. Y repiten: el toro fijo en el engaño y el torero fijo en la arena. Castella remata poniéndoles el pecho a los cuernos de Concertista. Cuatro derechazos y un forzado que hace cosquillas en el sobaco del torero. Siete naturales toreando con el triángulo de Scarpa. Pase de la firma. Derechazos lentos, serenos, mandones, infinitos. Un sentimiento mudo se vuelve aplauso cerrado. Silencio. Espada a fondo: ¡Torero! ¡Torero! Castella sonríe. El clavo está afuera: dos orejas, vuelta a Concertista.
Recomendados para la temporada de Toros de la Santamaría
Sábado 15 de enero
Novillos de la ganadería San Martín. Cartel del día: 'Leandro de Andalucía', Sergio Blanco y Luis Gerpe (español).
Domingo 16 de enero
Toros de Mondoñedo. Cartel del día: Pepe Manrique, 'Ramsés' y Juan Solanilla.
Domingo 23 de enero
Toros de Ernesto Gutiérrez. Cartel del día: Luis Bolívar, “Cayetano” y el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza.
Domingo 30 de enero
Toros de la ganadería Achury Viejo. Cartel del día: Pepe Manrique, Miguel Ángel Perera y Pablo Hermoso de Mendoza.
Domingo 6 de febrero
Toros de Santa Bárbara. Cartel del día: Sebastián Vargas, Miguel Abellán y Diego Urdiales.
Domingo 13 de febrero
Toros de Juan Bernardo Caicedo Cartel del día: Sebastián Castella, Luis Bolívar y Daniel Luque.
Domingo 20 de febrero
Toros de Las Ventas del Espíritu Santo Cartel del día: Julián López 'El Juli', Sebastián Castella y Santiago Naranjo.