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Los padres deben orientar y dirigir, pero deben hacerlo desde la distancia adecuada, ni muy cerca ni muy lejos. En la vida de hoy hay una crisis de autoridad en el hogar. Muchos padres de familia están inseguros acerca de la forma como tratan de orientar la conducta de los hijos y se sienten culpables aplicando reglas que hoy podrían parecer impracticables, injustas o excesivas.
Los hijos de esta época, sobre todo cuando tienen más de 10 años, muchas veces contestan, exhiben argumentos contundentes, se resienten aún más que antes de los intentos de sus progenitores para dirigirlos. En la era digital no es raro que la autoridad de los adultos parezca diluirse, como si quedaran situados en un mismo rango con los hijos, que no admiten que los padres gobiernen el hogar.
Los preadolescentes y adolescentes del cibermundo, criados frente a pantallas y teclados, donde desarrollan un sentimiento de omnipresencia y omnipotencia, tienden a ver como algo absurdo que sus mayores quieran poner normas en sus vidas. Esto no ocurre en todas las familias, pero en muchas sí.
Sin embargo, la vida familiar debe conservar una estructura definida, al menos por ahora y todavía durante mucho tiempo, mientras la actual civilización no sea reemplazada por otra en que los seres humanos se organicen de modo diferente.
El difícil mundo de hoy exige que los padres decidan adecuadamente sobre la forma de vida en el hogar -todavía vivimos en una realidad en que los grupos necesitan ser dirigidos- y comuniquen sus orientaciones de manera que los hijos las comprendan. Los padres de familia no pueden estar inseguros acerca de la necesidad de su papel directivo porque tal inseguridad hará que los hijos duden de su capacidad para dirigirlos acertadamente.
La inseguridad de un padre o una madre confunde a quienes reciben sus mensajes, y esta falta de consistencia en la comunicación puede causar trastornos en la personalidad de los hijos.
Estos días en que el encierro obliga a padres e hijos a estar más cerca son una oportunidad para refrendar la autoridad paterna y materna, es decir, el ascendiente natural que basado en el amor y la experiencia establece lo que es mejor para el grupo y para cada uno de sus miembros.
Las normas deben ser establecidas con criterios suficientemente reflexionados, comunicarla con toda claridad, y reclamar que se cumplan. Algunas cosas podrán ser dialogadas para llegar a acuerdos, pero seguramente otras no. Los padres deben hacer como aquellos que guardaban la distancia justa para que los hijos recibieran el calor de su afecto y al mismo tiempo los escucharan y los respetaran. Hay que tener presente que el modo de comunicarlas es tan importante como las reglas mismas.
La comunicación con los hijos es extremadamente delicada y puede dañarse fácilmente, no debe ser ambigua ni dar impresión de incoherencia, si en algo son indispensables la claridad y la oportunidad es en los mensajes que se dan a los hijos. Para entenderse con ellos hay que tener un control permanente del propio comportamiento y brindarles siempre la honestidad, la justicia, el respeto y el trato cariñoso que se debe dar a los niños y los jóvenes. Desde los primeros momentos hay que ofrecerles con largueza estos bienes y buscar el equilibrio exigiendo reciprocidad por parte de ellos. La buena actitud y el afecto son métodos poderosos en que se puede confiar. No se les debe mirar desde tan lejos que se pierdan de vista, y es un error grave intervenir excesivamente en sus vidas.
Hoy en día la familia debe ser un bastión contra el profuso y amenazante medio tecnológico que puede hacer gran daño a los valores, a los individuos y a los grupos, debido a la disgregación causada por el aislamiento digital. El estudio en casa puede servir para que los miembros del grupo familiar estén más cerca unos de otros y se fortalezca el “capital social” que siempre ha representado la familia. La “multitud solitaria” que bajo el dominio de la televisión e internet se ha instalado entre las paredes domésticas, según expresión de G. Sartori, debe ser reemplazada por una comunidad en la que todos reman en la misma dirección para enfrentar las difíciles aguas que les toca surcar.