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“Yo puedo bailar la danza y puedo recibir miles de aplausos. La danza no es para aplausos. La danza es para mirar, armonizar a esos cuerpos que se han ido al otro espacio y que están en el otro espacio y aquí también”, abuela Emelda Jiménez (Pueblo Yanacona).
Los pasados 11, 12 y 13 febrero estuvieron reunidos en el valle del Sibundoy, Putumayo, 50 danzantes indígenas pertenecientes a 23 pueblos de todo el país: Camëntsa, Inga, Tubu Hummurimassá, Yanacona, Wayuu, Pastos, Kishú, Ampiuile, Ticuna, Muisca, Quillacinga, Emberá Chamí, Emberá Dobida, Nasa, Kichwa, Misak, Kofan, Sikuani, Makaguan, Awá, Yalcon, y Arhuaco. El encuentro tenía como propósito escuchar las estrategias, iniciativas y pedagogías propias y reconocer los procesos de transmisión y protección de las danzas tradicionales en el diario vivir de cada uno de los territorios.
La diversidad de visiones de la danza y del mundo que allí confluyeron, se entrelazaron con el movimiento y la oralidad de las y los danzantes presentes, dónde el papel de la transmisión de saberes, de generación en generación, era sin duda palpable:
“La estrategia que se utiliza es que los niños estén presentes en las celebraciones importantes, por eso se les hace conocer ese contexto y ellos, digamos, dentro de su curiosidad que tienen, empiezan a preguntar (…). Y ese va a ser el medio como para despertar su interés, y posteriormente, los hemos llevado a las escuelas de danza de la comunidad”, afirmó la maestra Julia Inés Tunubalá (Pueblo Misak).
“Para nosotros llegar allá con los niños, con los jóvenes, de ir a la naturaleza y tratar de hacer ese tipo de rituales que ellos experimenten con el agua, si es necesario, de meterse al río o en la montaña, respirar, andar descalzo, descalza, con las semillas, cargando el árbol (…) lo hacemos vivencial, experimental; no es simplemente reunámonos en el salón”, aseveró el abuelo José Mariano Pilcue (Pueblo Nasa).
Para hablar y vivir las danzas indígenas, es necesario hacerlo desde los lugares y espacios diferenciales de las comunidades. Allí, alrededor del fuego, la palabra y la memoria, los danzantes dialogaron para identificar los factores de riesgo, las problemáticas y los retos para lograr la continuidad cultural de los pueblos, y en especial de los oficios, saberes y sistemas de conocimientos asociados a la danza tradicional.
“La danza es de fe y ritual. Porque fue creada para la fe del señor de los milagros, y es ritual, porque con el baile nosotros despertamos a la Pachamama y agradecimiento por los alimentos que nos dan”, cuenta el danzante Joel Chapues (Pueblo Pasto).
Desde este diálogo se identificó cómo la danza indígena debe ser entendida como un “bioindicador” de la salud cultural de una comunidad y de un territorio, pues es una manifestación ligada a otras prácticas comunitarias, espirituales, artísticas y culturales, y que permite entender que tan fuertes o débiles están los sistemas de conocimiento de cada pueblo. Las danzas indígenas están unidas a las prácticas comunitarias, espirituales y colectivas, que, a su vez, se entretejen con los oficios, fiestas y espacios que existen dentro de cada territorio.
Por ello, las danzas son un indicador de la salud cultural que sostiene a un pueblo indígena con su territorio, puesto que son expresiones bioculturales colectivas, que se producen como resultado de los procesos vivos de las comunidades con los lugares que habitan. Frente a esta realidad, los participantes de este encuentro pactaron unir fuerzas y trabajos para conformar la Red de Danzantes de los Pueblos Originarios (REDAN), como una plataforma-herramienta colectiva e intercultural que busca, desde la cooperación, la colectividad, la espiritualidad y el arte, compartir conocimientos, saberes y estrategias para la salvaguarda, protección, recuperación y fortalecimiento de los saberes indígenas asociados a la danza.
REDAN ya ha comenzado a generar acciones y labores en el interior de las comunidades, gestando redes de apoyo e intercambio de conocimiento y, a su vez, generando proyectos interculturales que permitan entender las mejores formas en que se realiza la transmisión, salvaguarda, recuperación y protección de saberes. La apuesta por esta red de artistas, sabedores y danzantes va más allá de la expresión artística y se centra en revitalizar la salud cultural y territorial de los pueblos originarios.
“Ahí está mi abuelita, ahí están las mamitas (…), ellas nos han enseñado a danzar con el corazón, con el alma; a veces el cuerpito ya no acompaña, pero ellas insisten, persisten en compartir eso, compartir ese conocimiento y esos saberes con los niños. Ahí está tanta memoria y tanto saber”, dijo la danzante Ángela Mavisoy (Pueblo Camëntsa).