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El pasado 3 de junio, integrantes del colectivo Zajuna se reunieron en el centro de la ciudad para celebrar el cierre del último proceso de intercambio de aprendizajes, el cual consistió en la realización audiovisual de cuatro documentales que “desde el nevado hasta la playa” retratan, con relatos íntimos, la vida de las mujeres arhuacas y su relación con la naturaleza en la Sierra Nevada de Santa Marta o, mejor, como los pueblos indígenas le reconocen, la Sierra Nevada de Gonawindua.
Para Dianekun Salcedo Izquierdo, de la comunidad de Mañimake, el Semillero Zajuna, le ha cambiado la vida. “Iniciamos 77 arahuacos de varias comunidades. Durante ese año conocimos a varias personas de la Universidad de Los Andes, que nos acompañaron desde el inicio, porque no conocíamos mucho de tecnología y de vivir en la ciudad. Ahí comenzamos a identificar las necesidades de nosotros los jóvenes: ¿cómo entrar a la universidad? ¿Qué necesitamos para estudiar? Así nace una propuesta de crear un semillero para poder acompañar a los estudiantes de la Sierra desde sus territorios. El semillero nace en la pandemia, al comienzo todo fue virtual y nos costó mucho, pero realmente nosotros también queríamos aprender de la universidad, queríamos comunicarnos con las personas de Bogotá”, comenta.
Lleva el nombre de Zajuna, porque significa semilla en Iku, el lenguaje ancestral de los pueblos arhuacos. “Era más que una formación en liderazgo, consistía en tener ese equilibrio, esa armonía con las personas de afuera y también con el territorio para el cuidado de la vida, que para nosotras significa conservar tu lugar sagrado: el agua, los animales. Hoy en día muchos proyectos hablan de eso, pero antes no era así, los estudiantes de la Sierra salían a estudiar y tenían sus objetivos personales, pero no un objetivo colectivo para el bien de todos. Ahora, en Zajuna, somos familia”, palabras de Marta Lucía Suárez Torres, de la comunidad de Gunmaku.
Así mismo, el semillero es un espacio en el que los jóvenes y las personas mayores se juntan para encontrar puntos comunes. “Hay voces de mayores preocupadas por la pérdida, cada vez más, de la transmisión intergeneracional de conocimientos ancestrales. Pero a la vez los jóvenes reconocemos que también tenemos preocupaciones diferentes, como si tendremos casa, si tendremos agua en un futuro. Y a necesidades comunes de la Sierra. Por ejemplo, personas que sepan cartografía, porque si no hay nadie que sepa no se va a poder proteger la tierra. Lo propio responde a que haya personas que sepan el quehacer audiovisual, porque si no, los niños van a ver series de otros lados y nunca van a ver lo propio. Lo propio debería ser una herramienta de resistencia cultural”, complementa María Fernanda Garcés, estudiante de 25 años proveniente de Medellín y quien se enamoró de la Sierra en su formación profesional, pues este es un proceso de formación intercultural.
“La interculturalidad la hemos visto como un camino de entendimiento. Lo intercultural y la amistad acaban siendo casi lo mismo. Los grandes aprendizajes se centran en las mismas preguntas que las comunidades arhuacas se hacen: ¿tienes un territorio?, ¿de dónde vienes?, ¿dónde está tu placenta? Preguntas que no me había hecho nunca. Este intercambio es también aprender a hacerse nuevas preguntas”, precisa Maria Fernanda.
El valor del semillero también consiste en “vivir desde el hacer”. El aprendizaje lo comprenden desde la acción, más que desde el ángulo teórico. “Nosotras somos del pueblo arhuaco, pero somos de diferentes cuencas. En mi cuenca la parte tradicional es súper fuerte. Los conocimientos no los tiene un mamo, una autoridad, los tiene el territorio. El conocimiento lo tiene el río, está en las piedras, entonces, los mamos lo que han hecho es transmitir esos mensajes. Otra cosa importante ha sido poder hablar desde nuestro lugar, desde nuestra familia también. Aprender desde el arte, desde lo audiovisual, desde el tejido, desde la escritura”, añade Marta Lucía.
El mayor reto ha sido conjugar el ritmo, la velocidad y hasta la inclemencia de Bogotá con los de la Sierra. Pero ese desafío, al mismo tiempo, ha servido como un proceso de concertación y de encontrar lenguajes y lógicas comunes. Como dice María Fernanda: “¿Qué queremos para el futuro? A todos nos entristece ver el daño espiritual y medioambiental que estamos viendo. Aquí hay un punto en común, y el arte empezó como una posibilidad de registrarlo. Hay unos mayores que están desapareciendo y cuyas voces, si no las grabamos hoy, algún día no van a existir más, ni los nietos van a poder escucharlos. El arte, al principio, lo vimos como una posibilidad de llevar esas voces y llevar esas imágenes, pero después vimos el arte también como una metodología. Se volvió una pregunta: ¿quién estoy siendo cuando hago arte?, ¿quién soy cuando tejo?, ¿quién soy cuando cojo una cámara?, ¿quién quiero ser? Estos lenguajes del arte ahora son una pregunta frente a nuestra identidad. Nadie ha narrado nuestra historia, a nadie le importa quién es uno, dónde nació, cómo se llama su mamá, de qué color ve las flores, pero a nosotros como colectivo sí nos importa y por eso vale la pena estar ahí”.
* Integrantes del semillero Zayuna: Martha Suárez Torres, Dianekun Salcedo Izquierdo, Claribel Rodríguez Mejía, María Fernanda Garcés, Tatiana Rubio Plazas, María Paula Betancourt García.