Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La oposición de muerte y carnaval viene desde las representaciones medievales de Carnal y Cuaresma, y en América Latina tiene una especial relevancia desde las fiestas indígenas en tiempos precolombinos, con rituales y danzas en los que la muerte juega un papel crucial. Un caso notable lo constituyen las representaciones de la muerte y su cortejo de calaveras en las fiestas mexicanas, con sus esqueletos de pintorescos diseños artesanales, las calaveras de azúcar, que se distribuyen el 1° de noviembre, Día de los Difuntos y sus distintas representaciones artísticas, como es el caso de los famosos dibujos de calaveras del mexicano Guadalupe Posada.
La obra se inicia con una procesión fúnebre, con encapuchados que llevan una especie de ataúd, lo que súbitamente se transforma en un juego burlesco con personajes disfrazados en una escena de carnaval titulada El relajo. Entre las figuras enmascaradas del jolgorio aparece el personaje de La Muerte, encarnado por una hermosa mujer, en un juego de Eros y Tánatos, muerte y sensualidad, que combina lo tétrico con lo festivo. Esta muerte carnavalesca representa el polo contrario de la muerte real, con la que concluye la vida de los humanos. La muerte del carnaval es una muerte alegre, pues devuelve la vida a los difuntos y trae al tablado, como Teatro Mundi, la evocación de figuras desaparecidas, en un juego de evocaciones y vivencias de otros tiempos y otras gentes.
Así como en el Noh japonés, en el que el protagonista es el fantasma de un fallecido, una especie de rito de invocación, en esta obra la muerte del carnaval trae la memoria de los tiempos de la conquista, por medio de la evocación de los personajes de Vasco Núñez de Balboa, fundador con Fernández de Enciso de Santa María la Antigua del Darién, y descubridor del océano pacífico, así como la figura de Pedrarias Dávila y otros personajes, españoles o nativos, de la época. Al mismo tiempo, reivindica las máscaras del carnaval y la capacidad evocadora del teatro, para resucitar personajes desaparecidos.
Esta historia de catalepsia, recordada en las crónicas del Darién, sirvió como base para construir el personaje de Pedrarias Dávila. Su pugna por el poder con Balboa, a quien los habitantes de Santa María la Antigua obedecían, y no al gobernador enviado por el rey, revela una rica situación histórica, planteada como evocación carnavalesca por medio de varios cuadros que van tejiendo la trama en sus episodios más significativos.
Pedrarias intenta primero ganarse a aquel joven impetuoso, ofreciéndole la mano de su hija, en una especie de matrimonio por poder, que se hará efectivo cuando él regresa a España o ella venga a las tierras de Indias. La tensión entre los dos personajes crece, hasta el momento en que Pedrarias juzga y condena a Balboa a ser decapitado.
Entonces la muerte se lleva a sus fantasmas y la escena retorna a nuestro tiempo, durante el carnaval, en el cual el actor que representaba a Vasco Núñez de Balboa es atacado y decapitado en medio de la violencia urbana del presente, haciendo que la representación se convierta en realidad. Aquí la muerte, como personaje, salva su responsabilidad:
LA MUERTE
“¿Para qué me pidieron que volvieran los fantasmas de la historia, si enseguida lo iban a olvidar todo? Pero siempre es así, y tal vez sea mejor. Quizá lo único verdadero sea la brevedad del instante. El olor y el sabor del momento que se escurre como agua entre las manos y después de lo cual sólo quedan el olvido y la nostalgia”.