El escritor disciplinado
El escritor y economista colombo-mexicano ha publicado un libro de cuentos y obtuvo el premio Juan Rulfo a primera novela. Dice que tiene una intensa curiosidad y escribe por el mero gusto de contar.
Juan David Torres Duarte
La primera impresión que da Jaime Panqueva es también la segunda: tiene los ojos y el cabello oscuros, del mismo tono de la barba, que no existe en sus cachetes pero abunda en la mandíbula y el bigote, y cuando carga libros en la mano parece el juicioso estudiante dedicado a su tarea. Dos meses atrás, cuando entró a las oficinas de El Espectador mientras estaba de paso por Colombia —dado que vive en México desde 2003, aunque es colombiano—, su actitud era casi tímida y su rostro recordaba el rubor de los niños de casa, aquellos que obedecen y se alejan de extraños. Se sentó, charló, se rio una o dos veces y al poco rato se fue, todo en el mismo tono: con cierto género de humildad, cierta alma infantil.
De paso entregó, como regalo, un ejemplar de su novela, La rosa de la China, que ganó el Premio Bellas Artes Juan Rulfo de Primera Novela en 2009. Al leer, entonces, viene la segunda impresión, confirmación de la primera: en efecto, Jaime Panqueva es un escritor con disciplina. La rosa de la China es el relato de la vida y la pretendida canonización —de manera paralela— de Catarina San Juan, la China Poblana, un personaje mítico en México. El libro tiene un tono constante que no exacerba en descripciones ni desdeña de su utilidad.
Todo ese trabajo se alargó por varios años; Panqueva, mientras no ejercía como economista, iba a las bibliotecas, consultaba archivos, pergeñaba hechos. Envió la novela al premio, con el seudónimo de Julio González de Mier, ganó el premio y fue entrevistado por los medios mexicanos. En radio y en prensa anotó que su esfuerzo comenzó como una mera curiosidad; quería saber quién era Catarina San Juan, por qué hablaban de ella en ese tono sagrado. “Concebí La rosa como una novela de aventuras —dice desde México—, pues fue un género que me apasionó desde chico, por esto mismo debía basarse en personajes atractivos y mucha acción. Por esto mismo no quise atosigar con demasiados detalles ni reflexiones históricas o políticas, que se enuncian y quedan a criterio del lector”.
Cualquiera, después de varios años de investigar un solo tema, se encontraría atosigado y detendría toda búsqueda adicional cuando su producto esté publicado; Panqueva prefirió seguir, y tal vez tenga ya material para una segunda parte. Los oficios de la obsesión hicieron carrera en él. “Desde joven me llamaron la atención la lectura y el dinero —recuerda—, mi curiosidad por ambos justificó que estudiara administración, economía, marketing y que trabajara desde muy joven sin dejar de leer y escribir algunas cosas”.
De niño leía a Julio Verne y Emilio Salgari; La rosa de la china es en parte un tributo a su trabajo narrativo. Desde entonces aventuró cierta curiosidad, que tuvo un primer cuerpo en El final de los tiempos, su libro de cuentos publicado en 2012. “En todos los casos hay una prosa —escribió el crítico Alejandro Badillo en Ladobe de México— que dosifica recursos como la oralidad, el lenguaje antiguo que en ningún momento sacrifican la claridad y la precisión”. Quería, sin embargo, escribir una novela; encontró el tema y su personaje: la China Poblana.
“(Comencé a escribir) porque me gusta contar historias —dice—, sentir que estoy junto a la hoguera narrando algo interesante y desconocido para muchos. Explorar con la imaginación, ampliar la vida que vivimos con la literatura”. Quizá no sea tan difícil de entender: escribir es narrar todo cuanto podría existir y ocupa el campo del deseo. “Soy muy observador —escribió en El proceso creativo, publicado en Internacional Microcuentista—, me encanta fijarme en los detalles aunque no me gusta explayarme demasiado sobre ellos (...). A veces retrabajo chismes que escucho en la calle o anécdotas leídas en algún libro de historia”.
Su modo de abordar la escritura hace parte también de su rutina: escribe cuando sus hijos están en el colegio, y de vez en vez durante la noche. Está escribiendo una novela juvenil, con algo del tono de La rosa de la China, y un libro sobre un “tema colombiano” que planea publicar en el país. “No espero recibir revelación alguna a través de la escritura, por lo menos no una mística —dice—. A mí me gusta contar historias y trato de hacerlo lo mejor posible. Me gusta investigar, leer, aprender y eso se condensa en la escritura. Creo que la literatura debe ser también entretenida y lúdica. Quizás deberíamos restarle afanes religiosos al oficio. ¿No cree?”.
jtorres@elespectador.com
La primera impresión que da Jaime Panqueva es también la segunda: tiene los ojos y el cabello oscuros, del mismo tono de la barba, que no existe en sus cachetes pero abunda en la mandíbula y el bigote, y cuando carga libros en la mano parece el juicioso estudiante dedicado a su tarea. Dos meses atrás, cuando entró a las oficinas de El Espectador mientras estaba de paso por Colombia —dado que vive en México desde 2003, aunque es colombiano—, su actitud era casi tímida y su rostro recordaba el rubor de los niños de casa, aquellos que obedecen y se alejan de extraños. Se sentó, charló, se rio una o dos veces y al poco rato se fue, todo en el mismo tono: con cierto género de humildad, cierta alma infantil.
De paso entregó, como regalo, un ejemplar de su novela, La rosa de la China, que ganó el Premio Bellas Artes Juan Rulfo de Primera Novela en 2009. Al leer, entonces, viene la segunda impresión, confirmación de la primera: en efecto, Jaime Panqueva es un escritor con disciplina. La rosa de la China es el relato de la vida y la pretendida canonización —de manera paralela— de Catarina San Juan, la China Poblana, un personaje mítico en México. El libro tiene un tono constante que no exacerba en descripciones ni desdeña de su utilidad.
Todo ese trabajo se alargó por varios años; Panqueva, mientras no ejercía como economista, iba a las bibliotecas, consultaba archivos, pergeñaba hechos. Envió la novela al premio, con el seudónimo de Julio González de Mier, ganó el premio y fue entrevistado por los medios mexicanos. En radio y en prensa anotó que su esfuerzo comenzó como una mera curiosidad; quería saber quién era Catarina San Juan, por qué hablaban de ella en ese tono sagrado. “Concebí La rosa como una novela de aventuras —dice desde México—, pues fue un género que me apasionó desde chico, por esto mismo debía basarse en personajes atractivos y mucha acción. Por esto mismo no quise atosigar con demasiados detalles ni reflexiones históricas o políticas, que se enuncian y quedan a criterio del lector”.
Cualquiera, después de varios años de investigar un solo tema, se encontraría atosigado y detendría toda búsqueda adicional cuando su producto esté publicado; Panqueva prefirió seguir, y tal vez tenga ya material para una segunda parte. Los oficios de la obsesión hicieron carrera en él. “Desde joven me llamaron la atención la lectura y el dinero —recuerda—, mi curiosidad por ambos justificó que estudiara administración, economía, marketing y que trabajara desde muy joven sin dejar de leer y escribir algunas cosas”.
De niño leía a Julio Verne y Emilio Salgari; La rosa de la china es en parte un tributo a su trabajo narrativo. Desde entonces aventuró cierta curiosidad, que tuvo un primer cuerpo en El final de los tiempos, su libro de cuentos publicado en 2012. “En todos los casos hay una prosa —escribió el crítico Alejandro Badillo en Ladobe de México— que dosifica recursos como la oralidad, el lenguaje antiguo que en ningún momento sacrifican la claridad y la precisión”. Quería, sin embargo, escribir una novela; encontró el tema y su personaje: la China Poblana.
“(Comencé a escribir) porque me gusta contar historias —dice—, sentir que estoy junto a la hoguera narrando algo interesante y desconocido para muchos. Explorar con la imaginación, ampliar la vida que vivimos con la literatura”. Quizá no sea tan difícil de entender: escribir es narrar todo cuanto podría existir y ocupa el campo del deseo. “Soy muy observador —escribió en El proceso creativo, publicado en Internacional Microcuentista—, me encanta fijarme en los detalles aunque no me gusta explayarme demasiado sobre ellos (...). A veces retrabajo chismes que escucho en la calle o anécdotas leídas en algún libro de historia”.
Su modo de abordar la escritura hace parte también de su rutina: escribe cuando sus hijos están en el colegio, y de vez en vez durante la noche. Está escribiendo una novela juvenil, con algo del tono de La rosa de la China, y un libro sobre un “tema colombiano” que planea publicar en el país. “No espero recibir revelación alguna a través de la escritura, por lo menos no una mística —dice—. A mí me gusta contar historias y trato de hacerlo lo mejor posible. Me gusta investigar, leer, aprender y eso se condensa en la escritura. Creo que la literatura debe ser también entretenida y lúdica. Quizás deberíamos restarle afanes religiosos al oficio. ¿No cree?”.
jtorres@elespectador.com