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Nuestro país alberga una diversidad de prácticas artísticas que tienen una relación profunda con los territorios donde surgen. Muchos de ellos han sido excluidos y olvidados por la desconexión centro-región, la desigualdad estructural, la violencia y la indiferencia que a veces caracteriza nuestras relaciones sociales.
El contexto y la identidad de una región o territorio son determinantes en los procesos de creación, la consolidación del pensamiento artístico y los proyectos organizativos de las personas y comunidades que le han dedicado su vida al arte y la cultura. La danza, la música, las artes plásticas, la escritura literaria o creativa y las artesanías, entre otras prácticas, y manifestaciones artísticas, son la expresión de nuestra diversidad y memoria, pero también de la desigualdad y de la huella imborrable que la violencia ha dejado en la historia de su gente.
En medio de la adversidad de los contextos territoriales del país, gestores culturales, sabedores y artistas —en gran parte de base comunitaria y popular— se juntan, se organizan y tejen redes para dar vida a sus saberes y prácticas artísticas, consolidando el sector artístico del país.
Hay muchos ejemplos a lo largo del país: la Asociación de Mujeres Organizadas de Yolombó (AMOY), del Nordeste antioqueño; el Colectivo de Mujeres del Desierto del corregimiento Jonjocito, del municipio de Uribia, en La Guajira; la Fundación Mujer y Vida, de Quibdó, Chocó; la Fundación Vida Digna, del distrito de Buenaventura; Tejiendo Sanación, proceso mixto que integra dos territorios indígenas del sur de Colombia: Silvia, en Cauca, y Sibundoy, en Putumayo; el Colectivo Weras, del departamento de Risaralda, y Montañeras Colectiva, del municipio de Salento, en Quindío. Aquellas que han aportado a resguardar diversos saberes y prácticas artísticas a través de dinámicas económicas alternativas ligadas a sus territorios, sus culturas, su condición de género y los contextos de escasez.
Estos colectivos, proyectos y redes desarrollan prácticas que articulan saberes y oficios, como la gastronomía ancestral y las ollas comunitarias; el cuidado de la salud a partir de las plantas; la producción agrícola y pecuaria de saberes ancestrales y de la agroecología; las confecciones y las artes visuales con enfoque étnico; las artes plásticas para la apropiación del territorio, como el muralismo, el tejido y las artesanías, con el propósito de exigir sus derechos, defender y permanecer en sus territorios, producir sus mecanismos de empleo, subsistencia y empoderamiento económico desde una perspectiva de género, en contextos de ausencia estructural del Estado.
Las prácticas y los saberes de estas propuestas han promovido otras formas de relacionarse entre humanos y no humanos, basadas en principios como el trabajo solidario y colectivo, el cuidado y la protección del medio ambiente, el reconocimiento de la importancia de la salud y la alimentación, la relación entre la naturaleza y las artes, y el posicionamiento del trabajo de las mujeres en los territorios.
Estos principios exploran alternativas a un sistema económico dominante, patriarcal, clasista y racista, que muchas veces se centra en la acumulación de capital, el individualismo, la competencia, la rivalidad entre las mujeres, la subvaloración del trabajo y del arte que crean las mujeres, la explotación ilimitada de la naturaleza y las personas, entre otros. Ha sido necesario la puesta en acción de otras estrategias que aportan a la construcción y rescate de economías alternativas que operan en consonancia con la diversidad cultural, territorial y de género.
“Las economías populares no son un descubrimiento, las economías populares siempre han estado allí y se hacen visibles por dos cosas: primero, el racismo estructural y segundo, el capitalismo a ultranza; estas dos estrategias, que son totalmente extractivas y destructivas, han invisibilizado siempre los aportes de las comunidades afro, de los pueblos indígenas, de las comunidades campesinas, quienes toda la vida, en ausencia del Estado que genere empleos dignos, han producido sus propios mecanismos de empleo para subsistir y sostener a su familia” afirman integrantes de la Fundación Vida Digna.
En este sentido, las dinámicas de las economías populares y comunitarias son procesos de intercambio, organización y autogestión de base comunitaria, que permiten la existencia y pervivencia de las prácticas artísticas articuladas con apuestas políticas de transformación social, de cuidado comunitario y de redistribución y se consolidan en el país, como una respuesta y alternativa a la exclusión que genera la economía de mercado y de acumulación.