Elogio al error
Tradicionalmente el error ha sido considerado en nuestra cultura como la negación del acierto.
Rogelio Gutiérrez P
En los diferentes niveles educativos el error se castiga con calificaciones negativas. Por el contrario, el “acierto” sin importar cómo se ha obtenido, es premiado con notas superiores sin mayores reflexiones sobre el grado de interiorización del proceso y las condiciones que permitieron alcanzar el logro.
Este enfoque se repite en el medio laboral. Se reglamenta y advierte contra la comisión de errores: ¡quien yerra sale!, o “la empresa no puede pagar los errores individuales de sus empleados” …, dictan la máximas en muchas organizaciones.
El temor al error ha generado patrones comportamentales que van desde el ocultamiento de los fallos, hasta la concentración de esfuerzos para demostrar que las causas son exógenas a quien en ellos incurrió. El afán de justificar un mal resultado delezna la reflexión sobre los errores cometidos: pareciera más importante encontrar culpables que enmendar deficiencias.
Igual que el alumno impugna su calificación por ser inferior a la de su compañero al que plagió, el gerente desgasta su tiempo en la junta directiva externalizando los malos resultados en su gestión.
El error, entendido como la acción de haber realizado algo indebido o inoportuno, es perjudicial solo si no se aprende de él. Si no genera reflexión y acciones de mejora y progreso.
Quien repite sus errores no está aprendiendo, pero como decía Einstein: “quien nunca cometió un error, nunca intentó nada nuevo”. Insistimos demasiado en establecer indicadores que retraten el resultado a corto plazo, pero escasean los índices que nos proyecten sus efectos al futuro. Quizás por ello despreciamos el potencial didáctico del error.
Si la falibilidad es una característica humana, ¿por qué generar culpa? La culpa orienta hacia el castigo y el castigo genera vergüenza. La vergüenza llama a la cautela e inhibe la capacidad de tomar los riesgos que implica asumir una actitud propositiva.
El mayor perjuicio que produce la intolerancia al error, - en esta era de altos niveles de incertidumbre y sorpresa constante, combinados con la necesidad de ser veloces en la toma de decisiones -, es la pérdida de tiempo que ocasiona la parálisis provocada por el miedo a equivocarse.
Afortunadamente, y en contraposición a este legado cultural, las modernas metodologías socioformativas, consideran el error como base de la retroalimentación y autocorrección, especialmente en ambientes colaborativos y entornos turbulentos que exigen altos niveles de innovación y propuestas en cortos intervalos de tiempo. El error no solo es el insumo del siguiente proyecto a emprender, sino el catalizador de nuevas competencias de quien lo ha cometido.
El error siempre ha sido el soporte de la experiencia, pero actualmente se ha convertido en uno de los cimientos del aprendizaje en cualquier ámbito.
*MBA DBA. Consultor Internacional. Máster en Gestión de Empresas de la Universidad Ramón Llull de Barcelona y estudios doctorales en administración.
En los diferentes niveles educativos el error se castiga con calificaciones negativas. Por el contrario, el “acierto” sin importar cómo se ha obtenido, es premiado con notas superiores sin mayores reflexiones sobre el grado de interiorización del proceso y las condiciones que permitieron alcanzar el logro.
Este enfoque se repite en el medio laboral. Se reglamenta y advierte contra la comisión de errores: ¡quien yerra sale!, o “la empresa no puede pagar los errores individuales de sus empleados” …, dictan la máximas en muchas organizaciones.
El temor al error ha generado patrones comportamentales que van desde el ocultamiento de los fallos, hasta la concentración de esfuerzos para demostrar que las causas son exógenas a quien en ellos incurrió. El afán de justificar un mal resultado delezna la reflexión sobre los errores cometidos: pareciera más importante encontrar culpables que enmendar deficiencias.
Igual que el alumno impugna su calificación por ser inferior a la de su compañero al que plagió, el gerente desgasta su tiempo en la junta directiva externalizando los malos resultados en su gestión.
El error, entendido como la acción de haber realizado algo indebido o inoportuno, es perjudicial solo si no se aprende de él. Si no genera reflexión y acciones de mejora y progreso.
Quien repite sus errores no está aprendiendo, pero como decía Einstein: “quien nunca cometió un error, nunca intentó nada nuevo”. Insistimos demasiado en establecer indicadores que retraten el resultado a corto plazo, pero escasean los índices que nos proyecten sus efectos al futuro. Quizás por ello despreciamos el potencial didáctico del error.
Si la falibilidad es una característica humana, ¿por qué generar culpa? La culpa orienta hacia el castigo y el castigo genera vergüenza. La vergüenza llama a la cautela e inhibe la capacidad de tomar los riesgos que implica asumir una actitud propositiva.
El mayor perjuicio que produce la intolerancia al error, - en esta era de altos niveles de incertidumbre y sorpresa constante, combinados con la necesidad de ser veloces en la toma de decisiones -, es la pérdida de tiempo que ocasiona la parálisis provocada por el miedo a equivocarse.
Afortunadamente, y en contraposición a este legado cultural, las modernas metodologías socioformativas, consideran el error como base de la retroalimentación y autocorrección, especialmente en ambientes colaborativos y entornos turbulentos que exigen altos niveles de innovación y propuestas en cortos intervalos de tiempo. El error no solo es el insumo del siguiente proyecto a emprender, sino el catalizador de nuevas competencias de quien lo ha cometido.
El error siempre ha sido el soporte de la experiencia, pero actualmente se ha convertido en uno de los cimientos del aprendizaje en cualquier ámbito.
*MBA DBA. Consultor Internacional. Máster en Gestión de Empresas de la Universidad Ramón Llull de Barcelona y estudios doctorales en administración.