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General Naranjo: De la gloria al infierno y de nuevo a la gloria

Aunque algunos creyeron que su carrera finalizaría, en poco tiempo se convirtió en uno de los oficiales más famosos del mundo.

Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
20 de diciembre de 2007 - 01:58 p. m.

Hace un año, en diciembre de 2006, el brigadier general Óscar Naranjo, director de la Dijin  (Dirección de Investigación Criminal), no podía imaginarse ni en sus más locos sueños lo que le tenía preparado el destino para el 2007. Aunque seguía siendo un oficial de prestigio en la institución que lo vio perfeccionar sus conocimientos durante 28 años, y pese a que conservaba una  buena imagen  frente a reporteros, directores de medios y líderes de opinión, Naranjo no acababa de reencontrar sus mejores momentos. En los mentideros políticos se especulaba sobre su futuro y era claro que en la Casa de Nariño no lo tenían entre sus predilectos.

En realidad, sus tropiezos habían ido apareciendo de manera inversamente proporcional a sus  resultados profesionales y más por motivos políticos que por errores propios. En época de César Gaviria, había empezado a destacarse como estratega del famoso Bloque de Búsqueda, el grupo especializado que persiguió  y desmanteló el tenebroso cartel de Medellín. Pero fue en el gobierno de Ernesto Samper cuando el teniente coronel Naranjo empezó a brillar, primero, al lado del reflector internacional que acompañaba a su jefe, el general Rosso José Serrano y después, con luz propia en su calidad de impulsor de una sofisticada central de inteligencia.

Con el inicio de la administración Pastrana,  su estrella fue declinando por cuenta de las grandes diferencias entre el Presidente entrante y el saliente. Al principio conservó su cargo pero ya no era uno de los oficiales de confianza de palacio. Un par de años más tarde, cuando fue enviado a Londres como agregado de la embajada, todo el mundo entendió que esa era una forma de cerrarle el paso y se dio por hecho que hasta ahí llegaba su carrera. No obstante, aguantó el chaparrón.

Sus perspectivas no mejoraron en el primer gobierno de Álvaro Uribe. Por el contrario, empeoraron con la insólita decisión del mandatario de reintegrar a un general retirado para nombrarlo en la Dirección de la Policía Nacional. Teodoro Campo había sido excluido de la institución en los años de Serrano. Por eso, en su nuevo cuarto de hora quiso reivindicarse y nadie se sorprendió cuando mandó a Naranjo a Cali, lejos del poder central.

Contra todo pronóstico, la suerte acompañó al coronel, quien consiguió altos niveles de popularidad entre los caleños. Eso, y la presencia de otro director nacional, general Jorge Daniel Castro, lo reposicionaron. Castro creía en Naranjo, así de sencillo. Dicen los enterados, que también la embajada norteamericana y el Departamento de Justicia lo defendieron a capa y espada y que insistieron en 'recomendárselo' al Presidente Uribe.

Lo cierto es que entre enero de 2004 - cuando llegó de nuevo a la capital  -  y comienzos de 2007, muchas veces se rumoró que iban a llamarlo a calificar servicios, al parecer porque el Jefe de Estado no se convencía de sus bondades. Su mayor aspiración era conseguir el grado de general. En eso estaba en  2005, y lo logró. Pero hasta allí. No había más esperanzas.

Una carambola de película, ocurrida en mayo de este año, lo puso en el puesto número uno cuando estaba en el turno trece. La filtración a la revista Semana de unas interceptaciones telefónicas hechas en salas de la Policía produjeron un escándalo de tal magnitud, que  Uribe terminó descabezando a doce generales de una vez, para poner a Naranjo en la silla de Jorge Daniel Castro. Ese espectacular nombramiento fue noticia internacional, no solo por la decisión de  'bajar' a toda una generación de oficiales, sino por la fama que precedía al nuevo director en las organizaciones policiales del mundo. Así, en una década, Óscar Naranjo pasó de la gloria al infierno y del fuego otra vez a la gloria, pero no por azar.

Éste es un uniformado diferente. Le correspondió comenzar carrera con los métodos brutales del pasado y modificar estilo, procedimiento y perfil, para amoldarse a los tiempos modernos. Se preparó más que sus compañeros: hizo cursos de vigilancia, socorrismo, contraguerrilla, microfilmación y análisis de información, en su juventud. En los ochenta, cuando ni Bush ni Uribe pensaban en el terrorismo como enemigo-del-universo, el aspirante a capitán estaba en Luisiana estudiando el tema y poco después en Inglaterra  aprendiendo, además de idiomas, técnicas de lucha antidrogas y estrategias de investigación.

El ser político que parece haber nacido con él y que le permite ocultarse con prudencia en la adversidad, o sacar pecho en  los momentos de fortuna, le ha  abierto puertas hasta en las más difíciles circunstancias, como cuando su hermano menor fue capturado en Alemania y encontrado culpable del delito que más ha combatido: narcotráfico. O como cuando dos fiscales le tendieron una trampa con testigos falsos para implicarlo con Wilber Varela, alias "Jabón".

Sin embargo, la cumbre no ha estado exenta de problemas. El cataclismo que provocó el Presidente para poderlo nombrar, dejó heridos afuera y críticos adentro. Hay quienes opinan que con la ambición del cargo quedó al descubierto su faceta egoísta, calculadora e ingrata con quienes le tendieron la mano. Hay otros que lo censuran porque cedió su carácter independiente y su capacidad de análisis, por la vanidad del poder. Ahora la desconfianza cambió de bando: quienes antes lo consideraban su amigo, hoy lo miran con cautela. Quienes en el pasado reciente dudaban de su lealtad, lo ven como el mejor aliado.

Él mismo está reflexionando. Probablemente sea su capacidad de acoplamiento la que evite que la institución en sus manos cometa los errores de siempre, los que terminan por distanciar a la autoridad de la población civil. Su arma principal, que no es la que dispara sino la que le ha dado los triunfos, tal vez no lo dejará fallar: dar resultados. Por lo dicho, y a pesar de que no sabemos aún cómo le irá, este hombre es uno de los protagonistas del año que está por terminar.

Por Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador

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