¡Ho, ho, ho!
Los pasos se hundían en la nieve con el chasquido de los cristales de hielo que reventaban minúsculamente. Uno a uno resonaban en la quietud gélida y blanca de Alaska apenas interrumpida por los suaves cánticos del niño.
Paulo Arbeláez
Había salido en busca de leña que su madre le había encargado. Sus gruesas vestiduras hacían de sus movimientos torpes maniobras. Con dificultad se agachaba para recoger puñados de nieve, que entre sus manos cubiertas de guantes de cuero con interior de piel de conejo se tornaban lentamente en copos redondos, casi perfectos, que lanzaba con gran fuerza a los troncos de los árboles para ver cómo estallaban en un golpe seco que se fundía en mil pequeñas caídas. Calmadas, rápidas, tranquilizadoras.
Había salido en busca de leña que su madre le había encargado. Sus gruesas vestiduras hacían de sus movimientos torpes maniobras. Con dificultad se agachaba para recoger puñados de nieve, que entre sus manos cubiertas de guantes de cuero con interior de piel de conejo se tornaban lentamente en copos redondos, casi perfectos, que lanzaba con gran fuerza a los troncos de los árboles para ver cómo estallaban en un golpe seco que se fundía en mil pequeñas caídas. Calmadas, rápidas, tranquilizadoras.