Juego de gemelas
La historia de dos hermanas que lucharon por salvar su vida al nacer.
El Espectador
“Somos parecidas, pero no iguales”. Con sus enormes ojos de color café oscuro y una trenza roja finamente ceñida en su cabeza, Katherine dice sin reparos y a media lengua, mientras da giros en forma de círculo con su vestido de lunares, que aunque su hermana es su gemela, tiene una forma de ser diferente a la suya.
En realidad, eso salta a la vista. Sara es reservada, pausada y dependiente, especialmente de su padre, seguro por los difíciles momentos que vivió cuando nació. Sin embargo, es la que mejor se adapta a cualquier ambiente, algo que se comprobó cuando cambiaron de colegio.
Katherine y Sara Sánchez Laiton, de cinco años, son un milagro. Cuando nacieron de seis meses y medio de gestación tuvieron muchas complicaciones físicas. Fue una dura batalla, segundo a segundo, por salvar su vida. Estuvieron en incubadora tres meses, eran tan grandes como una mano y sufrieron displasia broncopulmonar.
La más afectada fue Sara, quien presentó sangrado en la cabeza, hidrocefalia y trombosis en la pierna derecha, padecimientos que la pudieron haber dejado en estado vegetal. Los médicos aún no se explican cómo logró recuperarse, cuando ninguno de ellos daba esperanzas. Y lo mejor es que no le quedaron secuelas.
Katherine, por su parte, tiene una sonrisa pícara, es independiente, alegre, rápida, espontánea y ordenada. Y lo mejor de todo, ha sido el ejemplo a seguir de su hermana. Le enseña todo, la ayuda a hacer sus deberes y le da la mano al pasar una calle o cruzar por un camino estrecho. De hecho, aprendió primero a caminar, fue pronto al baño y entendió más rápido las lecciones en el colegio que su hermana.
Y fue eso precisamente lo que incentivó a Sara a no quedarse atrás de Katherine. Aunque le toma un poco más de tiempo asimilar los conocimientos, al final lo logra. Adora la danza y el modelaje, tiene toda la colección de Campanita, pero no le gusta ver películas; caso opuesto a Katherine, quien puede durar horas frente al televisor, jugar con las Barbies y recitar poemas y cuentos.
Sara interrumpe a su hermana para decir que ella también quiere hablar. Le arrebata el muñeco que tiene en las manos y Katherine se va detrás de ella, reclamándole por su actitud, llora un rato y luego se calma, sabe que en cualquier momento se lo devolverá y decide quedarse al lado de su padre, esperando a que su hermana regrese.
Cinco minutos después el incidente queda olvidado y vuelven a ser cómplices. Cada una toma su muñeca, se montan en un carro plástico. De pronto, Sara se baja y empieza a desfilar como una modelo para su hermana, posa frenéticamente ante la cámara. Katherine la observa detenidamente, se acerca, le da un abrazo y otra vez son las gemelas solidarias que no se separan.
Duermen juntas; comen a la misma hora; cuando una se enferma, a la semana siguiente la otra cae en cama; van al baño casi en el mismo horario; si una hace falta, la otra pregunta por ella con insistencia y no descansa hasta verla nuevamente.
Comparten gustos como la danza, pero, eso sí, discrepan en los colores: Katherine ama el rosado y todas sus cosas las compra de ese color, mientras que Sara adora el morado.
“Somos parecidas, pero no iguales”. Con sus enormes ojos de color café oscuro y una trenza roja finamente ceñida en su cabeza, Katherine dice sin reparos y a media lengua, mientras da giros en forma de círculo con su vestido de lunares, que aunque su hermana es su gemela, tiene una forma de ser diferente a la suya.
En realidad, eso salta a la vista. Sara es reservada, pausada y dependiente, especialmente de su padre, seguro por los difíciles momentos que vivió cuando nació. Sin embargo, es la que mejor se adapta a cualquier ambiente, algo que se comprobó cuando cambiaron de colegio.
Katherine y Sara Sánchez Laiton, de cinco años, son un milagro. Cuando nacieron de seis meses y medio de gestación tuvieron muchas complicaciones físicas. Fue una dura batalla, segundo a segundo, por salvar su vida. Estuvieron en incubadora tres meses, eran tan grandes como una mano y sufrieron displasia broncopulmonar.
La más afectada fue Sara, quien presentó sangrado en la cabeza, hidrocefalia y trombosis en la pierna derecha, padecimientos que la pudieron haber dejado en estado vegetal. Los médicos aún no se explican cómo logró recuperarse, cuando ninguno de ellos daba esperanzas. Y lo mejor es que no le quedaron secuelas.
Katherine, por su parte, tiene una sonrisa pícara, es independiente, alegre, rápida, espontánea y ordenada. Y lo mejor de todo, ha sido el ejemplo a seguir de su hermana. Le enseña todo, la ayuda a hacer sus deberes y le da la mano al pasar una calle o cruzar por un camino estrecho. De hecho, aprendió primero a caminar, fue pronto al baño y entendió más rápido las lecciones en el colegio que su hermana.
Y fue eso precisamente lo que incentivó a Sara a no quedarse atrás de Katherine. Aunque le toma un poco más de tiempo asimilar los conocimientos, al final lo logra. Adora la danza y el modelaje, tiene toda la colección de Campanita, pero no le gusta ver películas; caso opuesto a Katherine, quien puede durar horas frente al televisor, jugar con las Barbies y recitar poemas y cuentos.
Sara interrumpe a su hermana para decir que ella también quiere hablar. Le arrebata el muñeco que tiene en las manos y Katherine se va detrás de ella, reclamándole por su actitud, llora un rato y luego se calma, sabe que en cualquier momento se lo devolverá y decide quedarse al lado de su padre, esperando a que su hermana regrese.
Cinco minutos después el incidente queda olvidado y vuelven a ser cómplices. Cada una toma su muñeca, se montan en un carro plástico. De pronto, Sara se baja y empieza a desfilar como una modelo para su hermana, posa frenéticamente ante la cámara. Katherine la observa detenidamente, se acerca, le da un abrazo y otra vez son las gemelas solidarias que no se separan.
Duermen juntas; comen a la misma hora; cuando una se enferma, a la semana siguiente la otra cae en cama; van al baño casi en el mismo horario; si una hace falta, la otra pregunta por ella con insistencia y no descansa hasta verla nuevamente.
Comparten gustos como la danza, pero, eso sí, discrepan en los colores: Katherine ama el rosado y todas sus cosas las compra de ese color, mientras que Sara adora el morado.