La amarrada convención del Uribe Centro Democrático
Uno de los estrategas políticos cercanos a Francisco Santos da su versión sobre la convención uribista. Cuenta cómo fue el enroque desde adentro que se tramó para favorece a Óscar Iván Zuluaga como candidato a la Presidencia de la República.
Camilo Rojas Macías* Especial para El Espectador
En los lineamientos de una estrategia política de campaña hay que incluir acciones para evitar jugadas de adversarios que se sienten perdedores con las reglas de juego establecidas. Así lo vivimos en una campaña presidencial cuando un partido intentó cancelar la consulta acordada para beneficiar a una candidata o en algunas campañas atípicas cuando el perdedor intentó hasta suspender las elecciones. En esos casos los lances fueron evitados por la autoridad electoral en la medida en que se trataba de partidos o movimientos con personería jurídica y por lo tanto sujetos a una legalidad electoral.
El problema con el Uribe Centro Democrático (UCD) fue que no obedecía a legalidad alguna, pues no tenía personería jurídica y por lo tanto era imposible apelar a instancias institucionales. Esa situación hizo que durante la Convención Nacional estuviéramos a merced de una incertidumbre donde las reglas las ponía el que tenía la capacidad de influir sobre Álvaro Uribe, la instancia suprema que, por lo general, se reducía a un grupito de cuatro o cinco, todos afectos a Óscar Iván Zuluaga.
Durante la campaña se escuchó por parte de los delegados de Zuluaga la peregrina tesis de que el candidato lo debía elegir un “cónclave”, en la medida, decían ellos, en que estábamos ante un movimiento caudillista. Esa afirmación no era creíble, ya que Uribe siempre había mandado mensajes claros de democracia y varias veces les había hecho saber a los zuluaguistas que él no iba a elegir un candidato a dedo.
En repetidas ocasiones se reunieron candidatos, o compromisarios, quedando, una y otra vez, avalado el camino de la consulta por ser el más democrático y conveniente para la legitimidad del elegido. Sin embargo, socarronamente, siempre hubo voces afines a Óscar Iván que apelaban subterráneamente por la convención, voces que, obviamente, aumentaban su intensidad a medida que salían nuevas encuestas favoreciendo a Pacho. La convención salió como tenía que salir cualquier evento de esa magnitud que se improvisa en dos semanas. Con gran pompa se anunció que en ella votarían los candidatos a Senado y Cámara, así como los comités políticos regionales.
Lo que nadie contó fue que dichos candidatos y comités habían sido integrados por cuerpos del UCD afectos a Zuluaga, los cuales se encargaron de espulgar cualquier criterio independiente o afecto a cualquier otra opción. Como si tener los dados cargados no fuera suficiente, el comité político, integrado por Valencia y Guerras, nunca entregó listados con nombres y teléfonos de votantes y hasta último momento realizó cambios en comités regionales, como el de Nariño, con el fin de tener certeza absoluta de que todos eran zuluaguistas.
En algún momento, y por presiones de Francisco Santos para ampliar la base electoral y sacarlo de esa rosca, se incluyó a ministros, embajadores y generales, pero, faltando pocas horas para la convención se nos informó que “alguien” había decidido que también irían viceministros y consejeros. Curiosamente a la convención llegaban y llegaban funcionarios de todos los niveles a votar autorizados en un cubículo conducido por una exviceministra de Fabio Valencia que manejaba credenciales y autorizaciones con una prodigalidad absoluta y sin control alguno. En la convención todo fue desorden, improvisación y subrepticia manipulación, eso sí, todo bajo el lenguaje pomposo de “tribunal de garantías”, “derechos del elector”, “escrutinio”, “voto programático” y un largo etcétera de términos que poco tenían que ver con lo que realmente estaba sucediendo.
Por el formalismo que trataron de imprimirle al acto, se podría decir, parodiando a Darío Echandía, que la convención fue un orangután con sacoleva. Uribe trató de encauzar ese desorden, pero en algunos momentos se veía desbordado por los hechos, esa fue la razón por la cual terminó ejerciendo roles que no correspondían a una persona de su estatura política. Lo curioso de todo es que nadie estaba realmente interesado en resolver denuncias. Las oían con cara de funcionarios del Vaticano y despachaban al denunciante con tres palmaditas en la espalda. La convención pasó. Zuluaga ganó con sus propias reglas. Ahora tiene el desafío de entender que las elecciones a la Presidencia de la República no se ganan de la forma como él se ganó su candidatura.
En los lineamientos de una estrategia política de campaña hay que incluir acciones para evitar jugadas de adversarios que se sienten perdedores con las reglas de juego establecidas. Así lo vivimos en una campaña presidencial cuando un partido intentó cancelar la consulta acordada para beneficiar a una candidata o en algunas campañas atípicas cuando el perdedor intentó hasta suspender las elecciones. En esos casos los lances fueron evitados por la autoridad electoral en la medida en que se trataba de partidos o movimientos con personería jurídica y por lo tanto sujetos a una legalidad electoral.
El problema con el Uribe Centro Democrático (UCD) fue que no obedecía a legalidad alguna, pues no tenía personería jurídica y por lo tanto era imposible apelar a instancias institucionales. Esa situación hizo que durante la Convención Nacional estuviéramos a merced de una incertidumbre donde las reglas las ponía el que tenía la capacidad de influir sobre Álvaro Uribe, la instancia suprema que, por lo general, se reducía a un grupito de cuatro o cinco, todos afectos a Óscar Iván Zuluaga.
Durante la campaña se escuchó por parte de los delegados de Zuluaga la peregrina tesis de que el candidato lo debía elegir un “cónclave”, en la medida, decían ellos, en que estábamos ante un movimiento caudillista. Esa afirmación no era creíble, ya que Uribe siempre había mandado mensajes claros de democracia y varias veces les había hecho saber a los zuluaguistas que él no iba a elegir un candidato a dedo.
En repetidas ocasiones se reunieron candidatos, o compromisarios, quedando, una y otra vez, avalado el camino de la consulta por ser el más democrático y conveniente para la legitimidad del elegido. Sin embargo, socarronamente, siempre hubo voces afines a Óscar Iván que apelaban subterráneamente por la convención, voces que, obviamente, aumentaban su intensidad a medida que salían nuevas encuestas favoreciendo a Pacho. La convención salió como tenía que salir cualquier evento de esa magnitud que se improvisa en dos semanas. Con gran pompa se anunció que en ella votarían los candidatos a Senado y Cámara, así como los comités políticos regionales.
Lo que nadie contó fue que dichos candidatos y comités habían sido integrados por cuerpos del UCD afectos a Zuluaga, los cuales se encargaron de espulgar cualquier criterio independiente o afecto a cualquier otra opción. Como si tener los dados cargados no fuera suficiente, el comité político, integrado por Valencia y Guerras, nunca entregó listados con nombres y teléfonos de votantes y hasta último momento realizó cambios en comités regionales, como el de Nariño, con el fin de tener certeza absoluta de que todos eran zuluaguistas.
En algún momento, y por presiones de Francisco Santos para ampliar la base electoral y sacarlo de esa rosca, se incluyó a ministros, embajadores y generales, pero, faltando pocas horas para la convención se nos informó que “alguien” había decidido que también irían viceministros y consejeros. Curiosamente a la convención llegaban y llegaban funcionarios de todos los niveles a votar autorizados en un cubículo conducido por una exviceministra de Fabio Valencia que manejaba credenciales y autorizaciones con una prodigalidad absoluta y sin control alguno. En la convención todo fue desorden, improvisación y subrepticia manipulación, eso sí, todo bajo el lenguaje pomposo de “tribunal de garantías”, “derechos del elector”, “escrutinio”, “voto programático” y un largo etcétera de términos que poco tenían que ver con lo que realmente estaba sucediendo.
Por el formalismo que trataron de imprimirle al acto, se podría decir, parodiando a Darío Echandía, que la convención fue un orangután con sacoleva. Uribe trató de encauzar ese desorden, pero en algunos momentos se veía desbordado por los hechos, esa fue la razón por la cual terminó ejerciendo roles que no correspondían a una persona de su estatura política. Lo curioso de todo es que nadie estaba realmente interesado en resolver denuncias. Las oían con cara de funcionarios del Vaticano y despachaban al denunciante con tres palmaditas en la espalda. La convención pasó. Zuluaga ganó con sus propias reglas. Ahora tiene el desafío de entender que las elecciones a la Presidencia de la República no se ganan de la forma como él se ganó su candidatura.