La fórmula Theatrón
Dos décadas atrás, los bares gays en Bogotá intentaban sobrevivir en la clandestinidad, y con ellos la población homosexual pedía silenciosamente condiciones dignas para la rumba.
Pilar Cuartas
Dos décadas atrás, los bares gays en Bogotá intentaban sobrevivir en la clandestinidad, y con ellos la población homosexual pedía silenciosamente condiciones dignas para la rumba. No bajo tierra en sótanos oscuros, sin letreros publicitarios, ni baños precarios. Exigían tímidamente que el baile, la música y la diversión no tuvieran un color, un sexo y un género. Las discotecas tenían que ser, en definitiva, una pista para todos.
El sueño de la igualdad arrancó entonces su edificación. En febrero de 1995, los muros de Zona Franca, ubicado en El Lago, antecedieron lo que sería desde 2002 Theatrón. Uno de sus dueños, Édison Ramírez, se convirtió en uno de los empresarios más importantes del mercado LGBTI en Bogotá, que empezaba a cambiar la mentalidad de los capitalinos.
Zona Franca fue el experimento para crear sus proyectos actuales. Fue ahí donde entendió que el ciclo de discriminación no podía repetirse. Era necesario crear un lugar para todos. Bajo esa filosofía surgió Theatrón, la ventana para que la gente heterosexual vea el mundo gay. Son doce ambientes y espectáculos todos los viernes, sábados y el día anterior a un festivo.
La gente empezó a fijarse en el mercado gay sin tanto reparo. Theatrón fue y sigue siendo una forma de activismo que rompe paradigmas. Cerca del 20% de las personas que ingresan son heterosexuales. Además es uno de los aliados corporativos de la Cámara de Comerciantes LGBT de Colombia. Una iniciativa que se suma a la lucha contra la inequidad y le apuesta a un segmento que crece rápidamente.
Theatrón conserva huellas del pasado. Por ejemplo, aún no tiene letrero. La memoria es la justificación, “queremos que los jóvenes recuerden la historia. A veces ignoran cuánto hemos recorrido para que tengan la libertad y la tranquilidad de ahora. En nuestra época nadie decía que era gay, sólo en los bares”, asegura Ramírez, un hombre de negocios que odia rumbear, no bebe ni fuma, le encanta el voleibol y en cada uno de sus viajes visita las discotecas más famosas, examina la infraestructura, anota ideas y duerme.
pcuartas@elespectador.com
Dos décadas atrás, los bares gays en Bogotá intentaban sobrevivir en la clandestinidad, y con ellos la población homosexual pedía silenciosamente condiciones dignas para la rumba. No bajo tierra en sótanos oscuros, sin letreros publicitarios, ni baños precarios. Exigían tímidamente que el baile, la música y la diversión no tuvieran un color, un sexo y un género. Las discotecas tenían que ser, en definitiva, una pista para todos.
El sueño de la igualdad arrancó entonces su edificación. En febrero de 1995, los muros de Zona Franca, ubicado en El Lago, antecedieron lo que sería desde 2002 Theatrón. Uno de sus dueños, Édison Ramírez, se convirtió en uno de los empresarios más importantes del mercado LGBTI en Bogotá, que empezaba a cambiar la mentalidad de los capitalinos.
Zona Franca fue el experimento para crear sus proyectos actuales. Fue ahí donde entendió que el ciclo de discriminación no podía repetirse. Era necesario crear un lugar para todos. Bajo esa filosofía surgió Theatrón, la ventana para que la gente heterosexual vea el mundo gay. Son doce ambientes y espectáculos todos los viernes, sábados y el día anterior a un festivo.
La gente empezó a fijarse en el mercado gay sin tanto reparo. Theatrón fue y sigue siendo una forma de activismo que rompe paradigmas. Cerca del 20% de las personas que ingresan son heterosexuales. Además es uno de los aliados corporativos de la Cámara de Comerciantes LGBT de Colombia. Una iniciativa que se suma a la lucha contra la inequidad y le apuesta a un segmento que crece rápidamente.
Theatrón conserva huellas del pasado. Por ejemplo, aún no tiene letrero. La memoria es la justificación, “queremos que los jóvenes recuerden la historia. A veces ignoran cuánto hemos recorrido para que tengan la libertad y la tranquilidad de ahora. En nuestra época nadie decía que era gay, sólo en los bares”, asegura Ramírez, un hombre de negocios que odia rumbear, no bebe ni fuma, le encanta el voleibol y en cada uno de sus viajes visita las discotecas más famosas, examina la infraestructura, anota ideas y duerme.
pcuartas@elespectador.com