La locomotora
Crónica del antioqueño Luis Tejada, publicada en 1948.
Luis Tejada / Diciembre 19 de 1948. Magazín Dominical.
El antioqueño Luis Tejada fue sin lugar a dudas uno de los grandes cronistas que retrataron con gracia y maestría la Colombia de la primera mitad del siglo XX.
A pesar de todo lo que se dice en favor de la sabiduría de la naturaleza, yo no creo que la naturaleza sea capaz de crear obras iguales en belleza y perfección a las que salen a veces de la mano del hombre.
¿Cuándo nos dará la naturaleza una catedral gótica? Podría afirmarse que jamás; sin embargo, la naturaleza ha pretendido indudablemente imitar la obra del hombre; por ejemplo, siguiendo la idea esbelta y geométrica de la catedral gótica, la naturaleza ha hecho el pino, imitación pálida y desmirriada que acusa pobreza de ejecución y falta evidente de sentido artístico.
Pero en la obra del hombre hay cosas de una originalidad tan difícil y compleja, que la naturaleza no ha intentado siquiera imitarlas. Entre ellas está la locomotora, ser misterioso y maravilloso; que se sepa, ningún jesuita geólogo ha encontrado en los terrenos secundario, terciario o cuaternario, entre los fósiles de la extraña fauna prehistórica, nada semejante a una locomotora.
Aquellos paquidermos pausados y contrahechos, de cuellos demasiado largos y piernas demasiado cortas o viceversa, que poblaron los bosques antediluvianos, constituyeron evidentemente un ensayo de la naturaleza, penoso y consecutivo, para encontrar la forma posible de ese ser monstruoso y ligero al mismo tiempo, terrible y sencillo que la naturaleza buscaba en vano. Al fin hubo de quedarse en el elefante, y paró ahí su instinto creador.
Pero el elefante no encarna aún perfectamente aquel ideal perseguido; no es lo suficientemente bello ni lo suficientemente poderoso, ni lo suficientemente rápido para constituir el tipo perfecto de monstruo que necesita el mundo. Y no lo es puesto que el hombre se vio obligado a crear la locomotora para llenar el vacío que la naturaleza no pudo llenar, a pesar de sus laboriosas y hasta cierto punto admirables tentativas.
La locomotora es la síntesis de la fuerza suprema y de la alada ligereza. Poderosa y tierna, va por los campos veloz como la mariposa, pero aplasta como el formidable alud. Es un ser vivo y completo; tiene ojos que escrutan en la noche con intensidad sobrehumana; tiene un corazón detonante, cálido y nervioso, que arroja hacia nosotros su hálito vivificador, confianzudo y loco como el respirar fragoso de un ser que nos ama y solloza sobre nuestro pecho; tiene pies perfectos y ligeros, más que el casco del caballo y que la planta del hombre; porque el mecanismo de sus bielas y su ruedas la hace deslizar ágil, esbelta y desmelenada, semejante a una aparición ultraterrestre.
A este dulce monstruo no le fue concedido el torbellino del sexo, pero es falaz, cruel y testaduro como una bella mujer; quizás fue mejor así, porque si no, todos los débiles y pequeños hombres nos prendaríamos de su gracia terrible y anhelaríamos sentir su abrazo crepitante y mortal.
Así, asexual y espeluznante, es más perfecta, y así la amamos y nos ama, puesto que a veces nos mata.
EN LA OBRA DEL HOMBRE HAY COSAS DE UNA ORIGINALIDAD TAN DIFÍCIL Y COMPLEJA, QUE LA NATURALEZA NO HA INTENTADO SIQUIERA IMITARLAS. ENTRE ELLAS ESTÁ LA LOCOMOTORA.
El antioqueño Luis Tejada fue sin lugar a dudas uno de los grandes cronistas que retrataron con gracia y maestría la Colombia de la primera mitad del siglo XX.
A pesar de todo lo que se dice en favor de la sabiduría de la naturaleza, yo no creo que la naturaleza sea capaz de crear obras iguales en belleza y perfección a las que salen a veces de la mano del hombre.
¿Cuándo nos dará la naturaleza una catedral gótica? Podría afirmarse que jamás; sin embargo, la naturaleza ha pretendido indudablemente imitar la obra del hombre; por ejemplo, siguiendo la idea esbelta y geométrica de la catedral gótica, la naturaleza ha hecho el pino, imitación pálida y desmirriada que acusa pobreza de ejecución y falta evidente de sentido artístico.
Pero en la obra del hombre hay cosas de una originalidad tan difícil y compleja, que la naturaleza no ha intentado siquiera imitarlas. Entre ellas está la locomotora, ser misterioso y maravilloso; que se sepa, ningún jesuita geólogo ha encontrado en los terrenos secundario, terciario o cuaternario, entre los fósiles de la extraña fauna prehistórica, nada semejante a una locomotora.
Aquellos paquidermos pausados y contrahechos, de cuellos demasiado largos y piernas demasiado cortas o viceversa, que poblaron los bosques antediluvianos, constituyeron evidentemente un ensayo de la naturaleza, penoso y consecutivo, para encontrar la forma posible de ese ser monstruoso y ligero al mismo tiempo, terrible y sencillo que la naturaleza buscaba en vano. Al fin hubo de quedarse en el elefante, y paró ahí su instinto creador.
Pero el elefante no encarna aún perfectamente aquel ideal perseguido; no es lo suficientemente bello ni lo suficientemente poderoso, ni lo suficientemente rápido para constituir el tipo perfecto de monstruo que necesita el mundo. Y no lo es puesto que el hombre se vio obligado a crear la locomotora para llenar el vacío que la naturaleza no pudo llenar, a pesar de sus laboriosas y hasta cierto punto admirables tentativas.
La locomotora es la síntesis de la fuerza suprema y de la alada ligereza. Poderosa y tierna, va por los campos veloz como la mariposa, pero aplasta como el formidable alud. Es un ser vivo y completo; tiene ojos que escrutan en la noche con intensidad sobrehumana; tiene un corazón detonante, cálido y nervioso, que arroja hacia nosotros su hálito vivificador, confianzudo y loco como el respirar fragoso de un ser que nos ama y solloza sobre nuestro pecho; tiene pies perfectos y ligeros, más que el casco del caballo y que la planta del hombre; porque el mecanismo de sus bielas y su ruedas la hace deslizar ágil, esbelta y desmelenada, semejante a una aparición ultraterrestre.
A este dulce monstruo no le fue concedido el torbellino del sexo, pero es falaz, cruel y testaduro como una bella mujer; quizás fue mejor así, porque si no, todos los débiles y pequeños hombres nos prendaríamos de su gracia terrible y anhelaríamos sentir su abrazo crepitante y mortal.
Así, asexual y espeluznante, es más perfecta, y así la amamos y nos ama, puesto que a veces nos mata.
EN LA OBRA DEL HOMBRE HAY COSAS DE UNA ORIGINALIDAD TAN DIFÍCIL Y COMPLEJA, QUE LA NATURALEZA NO HA INTENTADO SIQUIERA IMITARLAS. ENTRE ELLAS ESTÁ LA LOCOMOTORA.