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Todo quedó servido: cartel de lujo; ese ambientazo que terminó siendo, hasta ahora, el gran lleno de la temporada; las ilusiones hechas una sola voluntad. Todo, incluso esos seis toros bien presentados, dignos de la Santamaría.
Pero faltó eso otro que hace que este mundo del toro transmita emociones. No hubo bravura y por más que se excavó, siempre topamos con una placa imposible de atravesar, la de la mansedumbre. Una pena.
Claro, los esfuerzos de la terna valieron por momentos hasta desempolvar las ovaciones. El Juli se llevó una para su mejor galería, luego de cortarle oreja al tercero de la tarde, en lo que bien se podría llamar cartilla para lidiar a un manso.
Y con esos mimos logró convencerlo de que aceptara pelear un poquito más allá de los tercios, en donde le ganó la pelea, no arrancando los naturales, sino cosiéndolos uno a uno, hasta montar tandas de auténtico temple. Todo fue cuidado y paciencia. Hubo un aviso que no se escuchó porque era un hecho sin importancia. Y hubo una oreja, porque eso sí era el premio a trascender, más allá de las limitaciones del toro.
En el quinto, que salía suelto de los engaños como casi toda la corrida, Julián puso a funcionar su brazo largo, siempre generador de recorridos impensables. Allí hubo una ilusión que se perdió pronto, en cuanto el toro decidió apagar ese motor muy chico para su caja. Palmas y rechinar de dientes por la frustración de haber querido y no haber podido, de parte de un torero que jamás se acostumbrará a no triunfar.
Sobre Enrique Ponce hay que comenzar por el final. Por esa atronadora ovación que le dieron durante dos vueltas al ruedo, tras despachar al cuarto, algo que no olvidará y que le servirá de pretexto para volver.
Dos mansos, dos, le correspondieron, y el valenciano trabajó para enderezar las cargas, sin encontrar premio. Aparte, el segundo de la tarde se rajó. El otro, cuarto, sólo permitió brillo con el capote y rehuyó la pelea hasta irse a vivir en los adentros, sin moverse.
Moreno Muñoz tuvo en el de su alternativa la excepción. Un toro noble que le permitió correr la mano. Sobre todo por la derecha, de donde salieron series con gusto. Estuvo más que digno y los olés no tardaron en bajar de esta Santamaría colmada hasta las banderas. Pinchazo y varios intentos de descabello.
El sexto tuvo los defectos de sus hermanos, pero a eso sumó genio y mala leche. Se pasó miedo y mucho más cuando lo dejó en camino a la enfermería, tras una aparatosa voltereta. Aviso y palmas.