Los capos del cartel de Cali
El pionero del tráfico de estupefacientes en el Valle del Cauca fue Benjamín Herrera Zuleta, quien llegó a ser conocido como “El Papa negro de la cocaína”. Además fue uno de los primeros narcotraficantes en posicionar el negocio de la distribución de droga en las principales ciudades de Estados Unidos.
Redacción Ipad
Sin embargo, sus problemas empezaron cuando fue capturado en 1974 y recluido en una cárcel de Atlanta (Georgia), donde apenas purgó un año de su pena y logró salir libre engañando a las autoridades norteamericanas.
Herrera Zuleta regresó a Cali, reactivó el negocio de la importación de coca desde Perú para procesarla en Colombia, pero ese mismo año volvió a caer preso. Se demoró un año en recobrar su libertad, pero ya no volvió al Valle del Cauca sino que se asoció a la narcotraficante antioqueña Marta Upegui, con quien reanudó los negocios de exportación de cocaína a Estados Unidos y Europa. Cuando empezó a declinar su poder, ya se había constituido en el Valle una poderosa organización de narcotraficantes.
Dicha estructura estaba encabezada por los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela y José Santacruz Londoño. Los dos primeros, oriundos del departamento del Tolima, tenían como antecedente delincuencial su vinculación con la llamada banda de ‘Los Chemas’, a la que se le atribuyeron varios secuestros en el occidente del país. No obstante, también se fueron desarrollando en el negocio legal de la farmacéutica, ante lo cual no les fue difícil camuflar sus dineros ilícitos provenientes del narcotráfico.
En cuanto a Santacruz Londoño, a quien apodaban ‘El Estudiante’, también tenía antecedentes en el delito del secuestro, pero a diferencia de sus socios, algunos semestres de educación universitaria. Santacruz Londoño fue uno de los primeros negociantes de pasta de coca que se traía desde el sur del continente, y también fue pionero de las relaciones de negocios con otras organizaciones del narcotráfico, razón por la cual siempre mantuvo nexos con los carteles de la droga de Antioquia o el norte del Valle.
Junto a los Rodríguez Orejuela y José Santacruz Londoño estaba Helmer “Pacho” Herrera, descendiente directo de Benjamín Herrera Zuleta. Era el más joven de la organización pero también el más osado y la razón era que su vinculación al negocio del narcotráfico la hizo posicionándose como capo de la distribución de cocaína y el lavado de activos en Estados Unidos. De hecho, llegó a ser el más importante lavador de los carteles de la droga colombianos. Y de colaborador en el negocio ilícito paso a ser uno de sus capos.
Con estrechos vínculos con otros narcotraficantes del norte del Valle que con el correr de los años se fueron dando a conocer, los cuatro capos del llamado Cartel de Cali se consolidaron como los reyes de la exportación de cocaína aprovechando el escaso control de las autoridades en las costas del Océano Pacífico. Desde sus principales puertos y de otros puntos clandestinos empezaron a enviar grandes cargamentos de droga, que contaban con la complicidad de miembros de la Fuerza Pública y otras autoridades.
Fue tal el grado de penetración de esta organización ilícita en el mundo legal que mientras el Cartel de Medellín era reconocido por sus actos violentos, su similar de Cali parecía inadvertido. Su arma fundamental fue siempre la corrupción. Y para hacerlo fue consolidando una relación de negocios en frentes claves de la economía colombiana. Por ejemplo, los Rodríguez Orejuela hicieron parte del Banco de los Trabajadores, de la misma forma como tuvieron acciones en la Chryler Corporation en Colombia.
Pero sin duda la fachada más importante de los Rodríguez Orejuela fue el club profesional de fútbol América de Cali. Cuando el equipo escarlata comenzó a ganar títulos a partir de 1979 y los acaparó durante la primera mitad de los años 80, además de la nómina de jugadores de primer nivel, el motor económico detrás de las victorias fueron los capos del Cartel de Cali. Y de la misma manera como penetraron en el deporte o la economía lo hicieron en los medios de comunicación, en especial en la radio.
Cuando estalló la guerra del Estado contra la mafia, a raíz de las denuncias del ministro Rodrigo Lara en el gobierno de Belisario Betancur, los capos del Cartel de Cali empezaron a distanciarse de sus homólogos de Antioquia. Sin embargo, después de la captura de Gilberto Rodríguez y Jorge Luis Ochoa en España en 1984, estuvieron unidos para presionar que ambos fueran remitidos a Colombia. Así se hizo y tanto el uno como el otro fueron procesados y absueltos por la justicia colombiana en extraños expedientes.
A mediados de 1987, cuando el gobierno de Virgilio Barco emprendió una nueva ofensiva contra la mafia, los Rodríguez Orejuela, Santacruz Londoño y Helmer Herrera optaron por apartarse del todo de los métodos del Cartel de Medellín en su confrontación con el Estado. Se veía venir la guerra entre los dos carteles de la droga, y a principios de 1988 ya eran enemigos a muerte. Durante los años siguientes, el Cartel de Cali, más de una vez apoyando al Estado, cumplió un papel clave en la lucha contra Pablo Escobar Gaviria.
De hecho, se pudieron documentar dos estrategias específicas: la segunda oleada de mercenarios extranjeros que vino a Colombia en la segunda mitad de los años 80, se logró gracias al auspicio del Cartel de Cali y su propósito era atacar la Hacienda Nápoles, sede de Escobar en el Magdalena Medio. La acción fracasó porque en el momento del operativo en 1989, el helicóptero en que se movilizaban los atacantes se precipitó a tierra por anomalías técnicas. La acción no aminoró la guerra contra el Cartel de Medellín.
En acciones como la muerte de Gonzalo Rodríguez Gacha en diciembre de 1989 o el fortalecimiento del grupo Perseguidos por Pablo Escobar (los Pepes) ya en los años 90, fue notoria la mano del Cartel de Cali como parte de la alianza para acabar con la estructura criminal de Pablo Escobar. Pero de sus apoyos clandestinos al Estado, su guerra aparte con el cartel del norte del Valle o sus actos de corrupción que precipitaron varios escándalos judiciales, se configuró un capítulo aparte de criminalidad.
Cuando cayó abatido Pablo Escobar en Medellín en diciembre de 1993, las autoridades colombianas enfilaron baterías para desmantelar al Cartel de Cali. Al fin y al cabo, en la más audaz de sus acciones, lograron filtrar la campaña presidencial de Ernesto Samper a la jefatura del Estado, precipitando el escándalo del proceso 8000. En ese contexto, el Estado unió fuerzas para capturar a sus capos, hecho que tuvo lugar entre los años 1995 y 1996, catapultando a la fama al entonces director de la Policía, general Rosso José Serrano.
Gilberto Rodríguez Orejuela fue capturado finalmente en Cali en junio de 1995. Su hermano Miguel cayó en agosto del mismo año. José Santacruz Londoño fue apresado en julio de 1995 y Helmer Pacho Herrera se entregó a la justicia en septiembre de 1996. El primero de los cuatro en sellar su suerte fue José Santacruz Londoño. En enero de 1996 se evadió de la cárcel La Picota, viajó a Medellín en busca de protección, pero lo que encontró fue la muerte a manos de la organización del jefe paramilitar Carlos Castaño.
En cuanto a los hermanos Rodríguez Orejuela, en virtud de las leyes imperantes en la época, fueron condenados a exiguas penas de prisión, al punto de que para el año 2002, al menos a Gilberto Rodríguez, se le alcanzó a decretar la libertad. Sin embargo, la justicia norteamericana y las autoridades de Colombia constataron que los Rodríguez Orejuela habían persistido en las actividades de narcotráfico después de 1997, razón por la cual terminaron extraditados a Estados Unidos. Gilberto Rodríguez en diciembre de 2004 y Miguel Rodríguez en enero de 2005.
Respecto a Helmer “Pacho” Herrera, cuando se recrudeció la persecución del Estado contra el Cartel de Cali, buscando ampararse en las laxas leyes de la época, se entregó a la justicia el 1 de septiembre de 1996. Por el mismo tiempo lo hicieron los principales capos del cartel del norte del Valle, entre ellos Orlando Henao, más conocido como “el hombre del overol”. Y entre “Pacho” Herrera y Orlando Henao había una guerra aparte que no tardó en saldarse con la muerte de ambos narcotraficantes.
“Pacho” Herrera estaba recluido en la cárcel de máxima seguridad de Palmira. Orlando Henao, junto a su cuñado Iván Urdinola, estaba en la cárcel La Picota de Bogotá. El 4 de noviembre de 1998, después de jugar un partido de fútbol, el capo del cartel de Cali fue sorprendido por un sicario que le quitó la vida. Pocos días después un hermano de “Pacho” Herrera que estaba preso en La Picota, hizo lo propio con Orlando Henao. Tras la muerte de ambos capos y a la vuelta de la esquina comenzaba otra guerra, la de Wilber Varela y Diego León Montoya que volvió a ensangrentar el Valle del Cauca.
Sin embargo, sus problemas empezaron cuando fue capturado en 1974 y recluido en una cárcel de Atlanta (Georgia), donde apenas purgó un año de su pena y logró salir libre engañando a las autoridades norteamericanas.
Herrera Zuleta regresó a Cali, reactivó el negocio de la importación de coca desde Perú para procesarla en Colombia, pero ese mismo año volvió a caer preso. Se demoró un año en recobrar su libertad, pero ya no volvió al Valle del Cauca sino que se asoció a la narcotraficante antioqueña Marta Upegui, con quien reanudó los negocios de exportación de cocaína a Estados Unidos y Europa. Cuando empezó a declinar su poder, ya se había constituido en el Valle una poderosa organización de narcotraficantes.
Dicha estructura estaba encabezada por los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela y José Santacruz Londoño. Los dos primeros, oriundos del departamento del Tolima, tenían como antecedente delincuencial su vinculación con la llamada banda de ‘Los Chemas’, a la que se le atribuyeron varios secuestros en el occidente del país. No obstante, también se fueron desarrollando en el negocio legal de la farmacéutica, ante lo cual no les fue difícil camuflar sus dineros ilícitos provenientes del narcotráfico.
En cuanto a Santacruz Londoño, a quien apodaban ‘El Estudiante’, también tenía antecedentes en el delito del secuestro, pero a diferencia de sus socios, algunos semestres de educación universitaria. Santacruz Londoño fue uno de los primeros negociantes de pasta de coca que se traía desde el sur del continente, y también fue pionero de las relaciones de negocios con otras organizaciones del narcotráfico, razón por la cual siempre mantuvo nexos con los carteles de la droga de Antioquia o el norte del Valle.
Junto a los Rodríguez Orejuela y José Santacruz Londoño estaba Helmer “Pacho” Herrera, descendiente directo de Benjamín Herrera Zuleta. Era el más joven de la organización pero también el más osado y la razón era que su vinculación al negocio del narcotráfico la hizo posicionándose como capo de la distribución de cocaína y el lavado de activos en Estados Unidos. De hecho, llegó a ser el más importante lavador de los carteles de la droga colombianos. Y de colaborador en el negocio ilícito paso a ser uno de sus capos.
Con estrechos vínculos con otros narcotraficantes del norte del Valle que con el correr de los años se fueron dando a conocer, los cuatro capos del llamado Cartel de Cali se consolidaron como los reyes de la exportación de cocaína aprovechando el escaso control de las autoridades en las costas del Océano Pacífico. Desde sus principales puertos y de otros puntos clandestinos empezaron a enviar grandes cargamentos de droga, que contaban con la complicidad de miembros de la Fuerza Pública y otras autoridades.
Fue tal el grado de penetración de esta organización ilícita en el mundo legal que mientras el Cartel de Medellín era reconocido por sus actos violentos, su similar de Cali parecía inadvertido. Su arma fundamental fue siempre la corrupción. Y para hacerlo fue consolidando una relación de negocios en frentes claves de la economía colombiana. Por ejemplo, los Rodríguez Orejuela hicieron parte del Banco de los Trabajadores, de la misma forma como tuvieron acciones en la Chryler Corporation en Colombia.
Pero sin duda la fachada más importante de los Rodríguez Orejuela fue el club profesional de fútbol América de Cali. Cuando el equipo escarlata comenzó a ganar títulos a partir de 1979 y los acaparó durante la primera mitad de los años 80, además de la nómina de jugadores de primer nivel, el motor económico detrás de las victorias fueron los capos del Cartel de Cali. Y de la misma manera como penetraron en el deporte o la economía lo hicieron en los medios de comunicación, en especial en la radio.
Cuando estalló la guerra del Estado contra la mafia, a raíz de las denuncias del ministro Rodrigo Lara en el gobierno de Belisario Betancur, los capos del Cartel de Cali empezaron a distanciarse de sus homólogos de Antioquia. Sin embargo, después de la captura de Gilberto Rodríguez y Jorge Luis Ochoa en España en 1984, estuvieron unidos para presionar que ambos fueran remitidos a Colombia. Así se hizo y tanto el uno como el otro fueron procesados y absueltos por la justicia colombiana en extraños expedientes.
A mediados de 1987, cuando el gobierno de Virgilio Barco emprendió una nueva ofensiva contra la mafia, los Rodríguez Orejuela, Santacruz Londoño y Helmer Herrera optaron por apartarse del todo de los métodos del Cartel de Medellín en su confrontación con el Estado. Se veía venir la guerra entre los dos carteles de la droga, y a principios de 1988 ya eran enemigos a muerte. Durante los años siguientes, el Cartel de Cali, más de una vez apoyando al Estado, cumplió un papel clave en la lucha contra Pablo Escobar Gaviria.
De hecho, se pudieron documentar dos estrategias específicas: la segunda oleada de mercenarios extranjeros que vino a Colombia en la segunda mitad de los años 80, se logró gracias al auspicio del Cartel de Cali y su propósito era atacar la Hacienda Nápoles, sede de Escobar en el Magdalena Medio. La acción fracasó porque en el momento del operativo en 1989, el helicóptero en que se movilizaban los atacantes se precipitó a tierra por anomalías técnicas. La acción no aminoró la guerra contra el Cartel de Medellín.
En acciones como la muerte de Gonzalo Rodríguez Gacha en diciembre de 1989 o el fortalecimiento del grupo Perseguidos por Pablo Escobar (los Pepes) ya en los años 90, fue notoria la mano del Cartel de Cali como parte de la alianza para acabar con la estructura criminal de Pablo Escobar. Pero de sus apoyos clandestinos al Estado, su guerra aparte con el cartel del norte del Valle o sus actos de corrupción que precipitaron varios escándalos judiciales, se configuró un capítulo aparte de criminalidad.
Cuando cayó abatido Pablo Escobar en Medellín en diciembre de 1993, las autoridades colombianas enfilaron baterías para desmantelar al Cartel de Cali. Al fin y al cabo, en la más audaz de sus acciones, lograron filtrar la campaña presidencial de Ernesto Samper a la jefatura del Estado, precipitando el escándalo del proceso 8000. En ese contexto, el Estado unió fuerzas para capturar a sus capos, hecho que tuvo lugar entre los años 1995 y 1996, catapultando a la fama al entonces director de la Policía, general Rosso José Serrano.
Gilberto Rodríguez Orejuela fue capturado finalmente en Cali en junio de 1995. Su hermano Miguel cayó en agosto del mismo año. José Santacruz Londoño fue apresado en julio de 1995 y Helmer Pacho Herrera se entregó a la justicia en septiembre de 1996. El primero de los cuatro en sellar su suerte fue José Santacruz Londoño. En enero de 1996 se evadió de la cárcel La Picota, viajó a Medellín en busca de protección, pero lo que encontró fue la muerte a manos de la organización del jefe paramilitar Carlos Castaño.
En cuanto a los hermanos Rodríguez Orejuela, en virtud de las leyes imperantes en la época, fueron condenados a exiguas penas de prisión, al punto de que para el año 2002, al menos a Gilberto Rodríguez, se le alcanzó a decretar la libertad. Sin embargo, la justicia norteamericana y las autoridades de Colombia constataron que los Rodríguez Orejuela habían persistido en las actividades de narcotráfico después de 1997, razón por la cual terminaron extraditados a Estados Unidos. Gilberto Rodríguez en diciembre de 2004 y Miguel Rodríguez en enero de 2005.
Respecto a Helmer “Pacho” Herrera, cuando se recrudeció la persecución del Estado contra el Cartel de Cali, buscando ampararse en las laxas leyes de la época, se entregó a la justicia el 1 de septiembre de 1996. Por el mismo tiempo lo hicieron los principales capos del cartel del norte del Valle, entre ellos Orlando Henao, más conocido como “el hombre del overol”. Y entre “Pacho” Herrera y Orlando Henao había una guerra aparte que no tardó en saldarse con la muerte de ambos narcotraficantes.
“Pacho” Herrera estaba recluido en la cárcel de máxima seguridad de Palmira. Orlando Henao, junto a su cuñado Iván Urdinola, estaba en la cárcel La Picota de Bogotá. El 4 de noviembre de 1998, después de jugar un partido de fútbol, el capo del cartel de Cali fue sorprendido por un sicario que le quitó la vida. Pocos días después un hermano de “Pacho” Herrera que estaba preso en La Picota, hizo lo propio con Orlando Henao. Tras la muerte de ambos capos y a la vuelta de la esquina comenzaba otra guerra, la de Wilber Varela y Diego León Montoya que volvió a ensangrentar el Valle del Cauca.