Mi príncipe para Navidad
Estoy enamorada. Tengo 16 años y soy princesa de un reino con bosques encantados llenos de toda clase de animales, jardines con forma de laberintos, flores de todos los colores y muchas personas que procuran mi felicidad. Mi novio, el príncipe del reino que limita con el mío al sur, se ganó mi corazón desde aquella vez al frente del lago cuando me regaló una rosa y sonrió.
Camila Moreno
El príncipe me hace feliz en todo momento y de cualquier forma. Durante esos atardeceres tomada de su mano sentía cómo mi corazón se aceleraba y mi respiración se volvía más profunda. Además, los pájaros empezaban a cantar y las mariposas salían de sus escondites. Mi alma se llena cuando estoy a su lado y eso hace cada uno de mis días el mejor para vivir.
Desde hace un par de semanas, el palacio se ha visto lleno de decoraciones navideñas: varios árboles se encuentran en los pasillos y hay uno que otro muérdago colgado del techo. Por esta época mis aposentos están vestidos de rojo, verde y dorado.
Mi padre, el rey, está organizando una cena de Navidad sin precedentes, en la cual también busca celebrar todos estos años de matrimonio junto a mi madre. Él dice que el amor es lo más importante en la vida, por eso invitó a mi príncipe a estar conmigo durante toda la velada, para pasar juntos una fecha tan significativa y decirle cuánto lo quiero.
Sin embargo, ya el futuro no se ve tan perfecto. Cometí un error e hice que mi príncipe se montara en su caballo blanco en dirección opuesta a mi encuentro. El hada malvada me convenció de tocar con mi dedo el huso de una rueca y después simplemente me desvanecí en el piso. Mi príncipe no entendió por qué me pinché el dedo, por qué hice lo que hice. La verdad, yo tampoco. Pero ya cometido el error, lo único que pude hacer fue correr detrás de su caballo mientras él se alejaba galopando.
Ahora no sé cómo recuperar a mi amor. Todas las personas están tan llenas de alegría y esperanza y yo me hundo en la tristeza de no estar a su lado. De nada me sirven los regalos cuidadosamente puestos bajo el árbol del salón principal, ni el fuego de la chimenea que crepita durante las noches. Sólo lo quiero a él y no sé cómo hacer que vuelva.
Entonces encontré dos salidas, tal vez un poco inútiles, pero es lo único que una princesa como yo puede hacer: mi carta al Niño Dios la decoré con un poco de escarcha roja y verde, y le agregué un poco de olor a incienso para evitar simplezas. Escribí y pedí el único regalo con el poder de lograr que mi Navidad tenga color otra vez.
Querido Niño Dios: Esta Navidad no te pido joyas ni más vestidos, no quiero zapatos ni más viajes a otros reinos. Esta Navidad te pido volver a ver al príncipe que me seduce hasta en sueños y me hace sonreír con sólo mirarlo. Te pido poder darle un beso y sentir su abrazo. No pido más, sólo poder quererlo, volver a quererlo, tenerlo una vez más.
Cerré el sobre y lo dejé junto a la ventana para que fuera recogido durante la noche. Después, con una pequeña daga abrí mi pecho y saqué mi corazón, todavía latiendo, todavía caliente al tacto. Lo puse cuidadosamente en una urna de cristal y oro, y la envolví con cinta roja para hacer un moño. Es mi regalo para el príncipe: mi corazón tal y como es, puro y sin ningún recubrimiento, mi corazón en toda su magnitud y sencillez.
Escribí la tarjeta a mano: Para mi príncipe. Y puse su regalo bajo el árbol de mi habitación. Tal vez no es lo más caro y lujoso que pueda darle, como princesa hasta miles de tierras le podría regalar, pero es lo único con lo que le puedo decir cuánto lo quiero a mi lado, cuán grande es el arrepentimiento por mi error.
Me acosté en mi cama y poco a poco empecé a cerrar mis ojos. La herida en mi dedo me está dejando sin energías y lo más seguro es que tarde en sanar. Mientras tanto, mientras me quedo dormida y sin fuerzas, espero a que el Niño Dios lea mi carta y traiga de vuelta a mi príncipe. Entonces él me verá acostada y podrá despertarme de un largo letargo con un dulce beso en la boca. Y después le entregaré mi corazón, de todos modos, siempre ha sido suyo.
El príncipe me hace feliz en todo momento y de cualquier forma. Durante esos atardeceres tomada de su mano sentía cómo mi corazón se aceleraba y mi respiración se volvía más profunda. Además, los pájaros empezaban a cantar y las mariposas salían de sus escondites. Mi alma se llena cuando estoy a su lado y eso hace cada uno de mis días el mejor para vivir.
Desde hace un par de semanas, el palacio se ha visto lleno de decoraciones navideñas: varios árboles se encuentran en los pasillos y hay uno que otro muérdago colgado del techo. Por esta época mis aposentos están vestidos de rojo, verde y dorado.
Mi padre, el rey, está organizando una cena de Navidad sin precedentes, en la cual también busca celebrar todos estos años de matrimonio junto a mi madre. Él dice que el amor es lo más importante en la vida, por eso invitó a mi príncipe a estar conmigo durante toda la velada, para pasar juntos una fecha tan significativa y decirle cuánto lo quiero.
Sin embargo, ya el futuro no se ve tan perfecto. Cometí un error e hice que mi príncipe se montara en su caballo blanco en dirección opuesta a mi encuentro. El hada malvada me convenció de tocar con mi dedo el huso de una rueca y después simplemente me desvanecí en el piso. Mi príncipe no entendió por qué me pinché el dedo, por qué hice lo que hice. La verdad, yo tampoco. Pero ya cometido el error, lo único que pude hacer fue correr detrás de su caballo mientras él se alejaba galopando.
Ahora no sé cómo recuperar a mi amor. Todas las personas están tan llenas de alegría y esperanza y yo me hundo en la tristeza de no estar a su lado. De nada me sirven los regalos cuidadosamente puestos bajo el árbol del salón principal, ni el fuego de la chimenea que crepita durante las noches. Sólo lo quiero a él y no sé cómo hacer que vuelva.
Entonces encontré dos salidas, tal vez un poco inútiles, pero es lo único que una princesa como yo puede hacer: mi carta al Niño Dios la decoré con un poco de escarcha roja y verde, y le agregué un poco de olor a incienso para evitar simplezas. Escribí y pedí el único regalo con el poder de lograr que mi Navidad tenga color otra vez.
Querido Niño Dios: Esta Navidad no te pido joyas ni más vestidos, no quiero zapatos ni más viajes a otros reinos. Esta Navidad te pido volver a ver al príncipe que me seduce hasta en sueños y me hace sonreír con sólo mirarlo. Te pido poder darle un beso y sentir su abrazo. No pido más, sólo poder quererlo, volver a quererlo, tenerlo una vez más.
Cerré el sobre y lo dejé junto a la ventana para que fuera recogido durante la noche. Después, con una pequeña daga abrí mi pecho y saqué mi corazón, todavía latiendo, todavía caliente al tacto. Lo puse cuidadosamente en una urna de cristal y oro, y la envolví con cinta roja para hacer un moño. Es mi regalo para el príncipe: mi corazón tal y como es, puro y sin ningún recubrimiento, mi corazón en toda su magnitud y sencillez.
Escribí la tarjeta a mano: Para mi príncipe. Y puse su regalo bajo el árbol de mi habitación. Tal vez no es lo más caro y lujoso que pueda darle, como princesa hasta miles de tierras le podría regalar, pero es lo único con lo que le puedo decir cuánto lo quiero a mi lado, cuán grande es el arrepentimiento por mi error.
Me acosté en mi cama y poco a poco empecé a cerrar mis ojos. La herida en mi dedo me está dejando sin energías y lo más seguro es que tarde en sanar. Mientras tanto, mientras me quedo dormida y sin fuerzas, espero a que el Niño Dios lea mi carta y traiga de vuelta a mi príncipe. Entonces él me verá acostada y podrá despertarme de un largo letargo con un dulce beso en la boca. Y después le entregaré mi corazón, de todos modos, siempre ha sido suyo.