Mondoñedo, 79 años después
El legado de Ignacio Sanz de Santamaría vuelve a la arena bogotana.
Rodrigo Urrego Bautista / Especial para El Espectador
Mondoñedo y la Santamaría no son sinónimos. Parece que lo fueran. Juntos caminan de la mano, y lo hacen desde hace 79 años. Fueron la máxima obra de un hombre que entregó su vida y su fortuna por una razón: la fiesta brava. Hoy, cuando las gruesas manecillas del reloj Omega de la plaza de toros de Bogotá, con su pesado y antiguo andar, señalen las tres y treinta de la tarde, y la banda de músicos desgrane las notas del pasodoble El gato montés, don Ignacio Sanz de Santamaría, desde el palco que ocupa en el cielo, verá que su obra se ha convertido en legado y patrimonio de una ciudad que sigue avanzando, más y más que cuando la dejó, hace casi ocho décadas.
Y en la memoria de sus herederos, que caminan hacia la quinta generación, su presencia será más recordada. Hoy, como aquel 8 de febrero de 1931, los toros de Mondoñedo serán los protagonistas. Se lidiarán en el ruedo que ya no es de la familia Sanz de Santamaría, pero que lo sentirán más suyo que nunca.
En la misma barrera del tendido de sombra, que aquel día ocupó don Ignacio, en compañía del presidente de la República, Enrique Olaya Herrera, Fermín y Gonzalo Sanz de Santamaría, su nieto y bisnieto, verán salir, uno a uno, los seis toros con la divisa azul, verde y plata.
Mondoñedo, la ganadería más antigua de Colombia, y la plaza de toros de Bogotá fueron la obsesión de don Ignacio. Hoy —por día, y en la víspera por fecha— cumplirán 79 años de haber entrado en la vida de los bogotanos. La celebración no podía ser otra. Una corrida de la casa. Ya no estarán en el cartel los modestos Manolo Martínez, Gallito de Zafra y Mariano Rodríguez. La terna de hoy es de postín: Sebastián Vargas, Uceda Leal y Matías Tejela.
Tradición y respeto
Durante años tuvieron amargos recuerdos de la plaza. Fermín Sanz de Santamaría lo reconoce. Había nacido meses antes de que su abuelo, don Ignacio, inaugurara la plaza y lidiara el encierro con el que su ganadería no sólo cobró antigüedad, sino que abriera el camino para que hoy Colombia tenga más de cincuenta ganaderías preservando al toro de lidia. “Yo nací con el desagrado y la queja de mi familia, porque la construcción de la plaza significó el descalabro económico. Perdimos tierras y riquezas, a tal punto que cuando murió mi abuelo no teníamos ni siquiera los ochenta pesos que en esa época costaba un entierro de primera…”.
Pero la plaza lo es todo para la familia. Gonzalo dice que “la sentimos como propia. La ganadería se desarrolla de la mano con esta plaza y es en ella donde hemos cosechado nuestros mayores triunfos”. Por eso, dice, cada vez que pasan por los alrededores, por la carrera sexta o por la calle 27 “las sensaciones que produce verla allí, altiva e imponente, no se pueden describir. Pero generan sentimientos de profundo respeto. Es como si pasáramos frente a una catedral que ha sido capaz de detener el tiempo”.
Ellos conservan en su memoria y en su corazón, como los mejores recuerdos de sus vidas, aquellas tardes de emoción que han vivido en la primera plaza del país. “De muchacho vi a Manolete —recuerda Fermín—. Aquel día famoso de 1946 en que cortó una pata. Él (Manolete) nos la regaló y la tenemos como un tesoro. Tantas figuras que han triunfado con nuestros toros, como Domingo Ortega, Dominguín, Antonio Ordóñez. El último que mató Antonio Bienvenida en América fue de Mondoñedo. La piel de ese toro es un tapete de uno de los salones principales de nuestra casa”.
Gonzalo añade que Mondoñedo estuvo “¡23 años! sin lidiar en la Santamaría”. Pero el regreso a su casa vino con la nueva sangre de la ganadería. Esa marcada con la raza y bravura del encaste Contreras. “Volvimos, gracias a que junto a mi padre decidimos ser fieles a la tradición y al legado de mi bisabuelo”. Displicente lo demostró. Aquel toro que lidió El Califa en 2001 y con el que Mondoñedo se llevó el trofeo al toro más bravo de la temporada.
Dice Gonzalo que los toros de Mondoñedo tienen un temperamento marcado por la fiereza, la casta y la bravura. Uceda Leal y Matías Tejela, los toreros españoles que hoy podrán consagrarse, comprobaron esas virtudes el pasado jueves en la tarde durante la tienta de cinco vacas.
Mondoñedo y la Santamaría no son sinónimos. Parece que lo fueran. Juntos caminan de la mano, y lo hacen desde hace 79 años. Fueron la máxima obra de un hombre que entregó su vida y su fortuna por una razón: la fiesta brava. Hoy, cuando las gruesas manecillas del reloj Omega de la plaza de toros de Bogotá, con su pesado y antiguo andar, señalen las tres y treinta de la tarde, y la banda de músicos desgrane las notas del pasodoble El gato montés, don Ignacio Sanz de Santamaría, desde el palco que ocupa en el cielo, verá que su obra se ha convertido en legado y patrimonio de una ciudad que sigue avanzando, más y más que cuando la dejó, hace casi ocho décadas.
Y en la memoria de sus herederos, que caminan hacia la quinta generación, su presencia será más recordada. Hoy, como aquel 8 de febrero de 1931, los toros de Mondoñedo serán los protagonistas. Se lidiarán en el ruedo que ya no es de la familia Sanz de Santamaría, pero que lo sentirán más suyo que nunca.
En la misma barrera del tendido de sombra, que aquel día ocupó don Ignacio, en compañía del presidente de la República, Enrique Olaya Herrera, Fermín y Gonzalo Sanz de Santamaría, su nieto y bisnieto, verán salir, uno a uno, los seis toros con la divisa azul, verde y plata.
Mondoñedo, la ganadería más antigua de Colombia, y la plaza de toros de Bogotá fueron la obsesión de don Ignacio. Hoy —por día, y en la víspera por fecha— cumplirán 79 años de haber entrado en la vida de los bogotanos. La celebración no podía ser otra. Una corrida de la casa. Ya no estarán en el cartel los modestos Manolo Martínez, Gallito de Zafra y Mariano Rodríguez. La terna de hoy es de postín: Sebastián Vargas, Uceda Leal y Matías Tejela.
Tradición y respeto
Durante años tuvieron amargos recuerdos de la plaza. Fermín Sanz de Santamaría lo reconoce. Había nacido meses antes de que su abuelo, don Ignacio, inaugurara la plaza y lidiara el encierro con el que su ganadería no sólo cobró antigüedad, sino que abriera el camino para que hoy Colombia tenga más de cincuenta ganaderías preservando al toro de lidia. “Yo nací con el desagrado y la queja de mi familia, porque la construcción de la plaza significó el descalabro económico. Perdimos tierras y riquezas, a tal punto que cuando murió mi abuelo no teníamos ni siquiera los ochenta pesos que en esa época costaba un entierro de primera…”.
Pero la plaza lo es todo para la familia. Gonzalo dice que “la sentimos como propia. La ganadería se desarrolla de la mano con esta plaza y es en ella donde hemos cosechado nuestros mayores triunfos”. Por eso, dice, cada vez que pasan por los alrededores, por la carrera sexta o por la calle 27 “las sensaciones que produce verla allí, altiva e imponente, no se pueden describir. Pero generan sentimientos de profundo respeto. Es como si pasáramos frente a una catedral que ha sido capaz de detener el tiempo”.
Ellos conservan en su memoria y en su corazón, como los mejores recuerdos de sus vidas, aquellas tardes de emoción que han vivido en la primera plaza del país. “De muchacho vi a Manolete —recuerda Fermín—. Aquel día famoso de 1946 en que cortó una pata. Él (Manolete) nos la regaló y la tenemos como un tesoro. Tantas figuras que han triunfado con nuestros toros, como Domingo Ortega, Dominguín, Antonio Ordóñez. El último que mató Antonio Bienvenida en América fue de Mondoñedo. La piel de ese toro es un tapete de uno de los salones principales de nuestra casa”.
Gonzalo añade que Mondoñedo estuvo “¡23 años! sin lidiar en la Santamaría”. Pero el regreso a su casa vino con la nueva sangre de la ganadería. Esa marcada con la raza y bravura del encaste Contreras. “Volvimos, gracias a que junto a mi padre decidimos ser fieles a la tradición y al legado de mi bisabuelo”. Displicente lo demostró. Aquel toro que lidió El Califa en 2001 y con el que Mondoñedo se llevó el trofeo al toro más bravo de la temporada.
Dice Gonzalo que los toros de Mondoñedo tienen un temperamento marcado por la fiereza, la casta y la bravura. Uceda Leal y Matías Tejela, los toreros españoles que hoy podrán consagrarse, comprobaron esas virtudes el pasado jueves en la tarde durante la tienta de cinco vacas.