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Para llegar hay que meterle ganas y mucha pierna. Ir a Kuelap es atreverse a descubrir que en Perú existe algo similar a Machu Picchu. Saber que la Amazonia peruana está arropada por un calor incesante y una humedad que agobia. Y, en ciertos casos, entender que se está en un lugar inhóspito, lejano, pero cargado de sentido. Si es aventurero y le gusta el trekking, vaya a Kuelap. Si es un apasionado por los orígenes de nuestra humanidad, vaya a Kuelap. Si está cansado de la explotación turística, de tener abarrotes de gente, con sus celulares y selfis, vaya a Kuelap. Antes de los incas, antes de Machu Picchu, de Cuzco y sus piedras, antes de todo eso, existió Kuelap.
Lejana y retirada de cualquier ciudad grande del Perú, allá está Kuelap, la máxima ciudadela de la cultura chachapoyas, un pueblo que dominó gran parte del norte de este país entre el siglo VIII y el XVI.
¿Dónde radica la importancia de Kuelap? Según los guías locales, entre ellos Kelvin Puerta, el origen de esta ciudad arqueológica no es preciso. Un cálculo aproximado dice que existe desde el año 500 d.C., es decir, mil años más antigua que la fortaleza del imperio inca, Machu Picchu.
Qué pasa en mil años: extinción, dominio de la naturaleza y un conocimiento y valor arqueológico incalculables. En estas montañas hay mausoleos, como el de Revash, el cual aún conserva algunas de las tumbas en las que los chachapoyas enterraban muy al filo y en lo alto de estas montañas a sus seres más queridos y a los de mayor linaje.
Ese sentido de lugar santo lo tiene Kuelap. Los chachapoyas dejaron esta ciudad como testimonio de un absoluto dominio en la construcción. Esta fortaleza ejemplifica lo cuidada que fue su arquitectura. A más de 3.000 metros de altura se erige una sólida muralla de piedra caliza perfectamente encarrada y que, en su punto más alto, alcanza los 20 metros.
Adentro se encuentran más de 400 estructuras circulares, que eran las casas y que se tienden sobre diferentes plataformas cuya forma desde el aire da una vista similar a la de Ciudad Perdida, en la Sierra Nevada de Santa Marta. Una coincidencia que va más allá de primeras impresiones.
Para llegar a Kuelap hay que meterle ganas. Primero porque si se hace por Lima, hay que tomar otro vuelo rumbo a Jaén ($440.000), porque el aeropuerto de Chachapoyas es pequeño y tiene una pista corta. La otra opción es salir de Lima a Cajamarca. La diferencia está en el camino.
Si pone en Google Maps cuánto se gasta desde Jaén hasta Chachapoyas le dirá que cerca de cuatro horas. Falso. En el trayecto, en el que se conoce el profundo campo peruano, hay partes poco pavimentadas, caminos estrechos y una que otra curva que requiere destreza y precaución. Y así, esas cuatro hora iniciales se pueden convertir en seis y hasta ocho, si hay una abundancia de camiones. Desde Cajamarca es más largo: son casi 12 horas.
Ya en Chachapoyas, que para ser la ciudad capital del departamento de Amazonia, es pequeña, con sus casas profundamente blancas y de no más de dos plantas, tiene el aspecto de un pueblo de los nuestros, aunque aquí hasta ahora asimilan que tienen un potencial de explotar el turismo. Por eso mismo resulta encantador. Caminar por acá es pasar desapercibido sin dejar de ser un extraño. Hay pocos hoteles, pero son cómodos y no resultan costosos. Lo mejor es llegar, descansar y al otro día partir rumbo a Kuelap.
Desde la plaza central de Chachapoyas hay que tomar la vía a La Jalca para que cuatro horas después se llegue a la entrada del teleférico. Este último existe desde hace no más de cuatro años y le quitó al viaje dos horas más de camino.Montados en él son cerca de 20 minutos de recorrido en los que se atraviesan tres montañas y se alcanzan los más de 3.000 metros de altura. El costo del teleférico, ida y vuelta, es de 20 soles (unos $19.000) y la entrada a Kuelap, 30 soles.
Adentro del complejo amurallado las piedras, los túneles estrechos en los que hay que agacharse para cruzar. Poder ver cómo cada casa tenía su propia bóveda para enterrar a sus familiares y contemplar el templo mayor. Una construcción de unos siete metros de altura, aún en pie, en uno de cuyos ladrillos se puede ver grabado el rostro de un niño pequeño. Todo esto con una vista maravillosa. Desde aquí se puede contemplar desde un costado de la fortaleza los Andes, y desde el otro, la Amazonia.
Pero esta zona no es solo Kuelap. Volviendo a Chachapoyas se puede visitar la catarata de Gocta, la tercera más alta de Perú y la 17 del mundo. Ir a Gocta es adentrarse de lleno en la selva amazónica. El camino: tres horas de ida y otras tres duras y extenuantes horas de vuelta, porque son subiendo.
Para el camino hay equipos de guías, todos formados por personas de la región, pero que se han capacitado para contar sobre la variedad de flora y fauna, los sarcófagos que hay en algunas de las montañas, las leyendas locales y otros complementos que enriquecen un viaje.
Estar cerca a la caída de agua en Gocta y sentir su fuerza, que golpea y mueve, es similar a disfrutar las vistas de Kuelap. Dos paraísos poco publicitados y quizá por eso más encantadores. En ambos la sensación se equipara: sentir que se está lejos de todo, pero cerca del origen. Cuando el mundo era más mundo, más limpio y más puro, y nosotros, como humanidad, nada más éramos una mínima parte de él.
*Invitado por Prom Perú