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La madre Tierra tiene su propia pedagogía y sus principios habitan en las plantas, en los ríos y también en nosotros mismos. Para Abadio Green Stocel, uno de los transmisores y narradores de este saber “el camino para entender no está en los libros, está en la vida misma” y el sendero de entendimiento del que habla está lleno de preguntas, además de herramientas y voces para practicar el cuidado de otros, de la naturaleza y de nuestros corazones.
En medio de un evento en el que se reflexiona y conversa sobre la relación de la educación artística y lo biocultural, Abadio levanta su voz para invocar a las abuelas y los abuelos, a la dulzura de las plantas para que toquen sus palabras y sean como la miel. También pide que su voz y su fuerza sean como el algodón y nos cuenta esta historia: “En su estado natural, cuando todavía está en la mata, el algodón es frágil, pero cuando las manos expertas de las madres, de las mujeres, tejen ese algodón para volverlo un hilo y hacen todo el trabajo para que ese hilo se convierta en distintos colores y se vuelve un arcoíris y una mochila, una hamaca. Espero que mi voz sea así hoy con ustedes”. Así, abre un diálogo para tejer sobre los saberes de la madre Tierra y sus principios, que son invitaciones para cuidarnos y cuidarla.
Para iniciar este diálogo, que también es un tejido, se lanzan preguntas: ¿por qué venimos a este planeta? ¿Cuál es nuestra misión como seres humanos en esta tierra? Los hilos de estas preguntas tejen las respuestas, como la del profesor Aníbal Jiménez, quien manifiesta: “Nací en un territorio en el que aprendí a sobrevivir y resistir. Soy de un territorio con mucho conflicto, y de ayudar siempre al otro. Creo que estoy marcado por una misión que el mismo territorio me ha dado”. La madre Tierra es una y aunque no conoce de divisiones territoriales ni límites, quizá, como en la intervención del profesor, su voz se manifiesta en el lugar donde nacimos y vivimos para darnos misiones y enseñanzas.
Es así como, según Abadio, para cuidar de la Tierra y de la naturaleza, primero es necesario iniciar un proceso de sanación individual que nos permita estar en armonía con nosotros mismos. “Si el corazón del planeta y de los seres humanos está enfermo, el camino de la sanación nos lleva de regreso al origen, y ¿cuál sería el origen?, pues la madre y el padre, quienes nos trajeron a la vida. Es importante que nos preguntemos ¿cómo estoy con mi madre?, ¿cómo estoy con mi padre?”. El maestro pone un ejemplo de la manifestación de estos dolores que nos hablan, desde el cuerpo, para ser sanados: “Muchas veces, cuando estamos danzando, alguien dice ‘me duele la pierna izquierda’. Cuando nos duele el lado izquierdo hay problemas en mi relación con la madre; si es el lado derecho, con el padre”. Cada dolor, explicó, puede reflejar una conexión herida que llama nuestra atención para ser atendida.
Una educación desde el corazón de la tierra
Con el tiempo, Abadio entendió que algunos de los principios de la madre Tierra son el silencio, la escucha, la observación y el cuidado. Estos fueron entregados en una conversación con las plantas y resuenan también en las visiones de la educación compartidas por él: la educación desde el corazón, desde el cuidado, es fundamental, afirma. Sin embargo, la educación actual no tiene como centro el corazón, sino la racionalidad, el tiempo lineal, y eso genera un desequilibrio.
En el escenario tan complejo de la educación actual, donde nos ordenan la individualidad y el tiempo lineal, Abadio nos habla de la espiral como un recordatorio de dónde venimos. Todo en el cuerpo es una espiral y te habla: “Nuestro ADN es espiral, nuestras huellas digitales son espirales, nuestros ojos, la cabellera”. La espiral no es simplemente una figura, te lleva a comprender el pasado, tu origen, a recordar quién eres y quiénes son tus ancestros.
Para construir lo que hoy llama pedagogía de la madre Tierra, las lenguas son uno de los caminos revelados para abrir nuestra comprensión, que no se encuentra en los libros, sino en la vida, enfatiza Abadio. Aunque es lingüista, dice, “no enseño fonética, no enseño gramática, sino el alma de la lengua, los secretos de la lengua. Eso es lo que me enseñaron los abuelos”. Otro de los caminos es el de las ceremonias, el de las armonizaciones, en donde habitan y hablan los abuelos y abuelas del yagé, el cacao, la hoja de coca y el fuego, entre muchos otros.
En una de estas ceremonias las abuelas plantas le mostraron en una visión su concepción: vio como las semillas de su padre y su madre danzaban en espiral; había música y vestidos ancestrales. “Nuestro propio ser, desde el comienzo de la vida, es danza, es poesía, es música”. Lo que en Occidente llamamos arte, como separado de la vida, aquí es una presencia imbricada en el todo.
Hoy se habla de que el ser está en el centro de la educación, pero el ser del mundo occidental es diferente del de los pueblos originarios o ancestrales. Para Occidente, el ser es relativo al individuo. En nuestras lenguas no existe un “ser individuo”, explica Abadio; un ser siempre está en relación con el cosmos, con la Tierra, no es posible ser, existir en soledad. Si afinamos los sentidos para ver, oler y escuchar la pedagogía de la madre Tierra, quizá recordemos que es a ella a quien debemos poner en el centro, pues nos da cobijo a todos. Ella nos habla no del individuo, sino de lo colectivo, de la comunidad, pues”vinimos aquí a danzar conjuntamente”.
* Texto construido a partir de la intervención de Abadio Green Stocel en la celebración de la Semana de la Educación Artística en el evento “El florecimiento siempre es mutuo”, el 30 de agosto de 2024.