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Aunque yo pensaba, muy equivocadamente que las comadronas, esas mujeres maduras, que semejan un Hada Madrina, que llenan de cariño la criatura al momento de nacer y las revisan como la cosa más maravillosa del universo, antes exorcizarlo con oraciones para preservarlo de futuras enfermedades y de maléficos sortilegios, de soltarle la palmada de bienvenida, habían pasado de moda, que eran piezas de los museos cera y que ya estaban en el salón de los objetos obsoletos, anticuados y anacrónicos, mucho me sorprendí y me alegré, al saber que las dos terceras partes de los partos del mundo son asistidos por las milenarias matronas y que apenas unas pocas divas prefieren el médico, algunos verdaderas almas de Dios, pero otros, sátiros y lascivos, amargados y groseros que trozan el cordón umbilical con una champeta, le dan un puño de bienvenida al niño en la frente y luego echan para afuera a la parturienta apenas ha parido la criatura.
En la mitología universal hay matronas famosas. A Rea, madre de Zeus, el padre de los dioses la asistió la cabra (puta) Amaltea; a Ilía o Rhea Silvia, madre de Rómulo y Remo, la asistió la loba (prostituta) Aca Larentia. Pero, los partos más raros e inexplicables se refieren al nacimiento de Dionisos (Baco), que debido a la muerte prematura de Semele, su madre, debió ser guardado en uno de los muslos de Zeus, su padre, en donde estuvo el tiempo que faltaba de la gestación hasta que fue asistido por Nisa, la partera, y el otro fue el de Adonis, el hijo de Mirra con Cniro, el rey de Chipre, que fue gestado en el vientre del árbol del árbol del mismo nombre y criado por driadas y ninfas.
El papel actual de la matrona varía en los distintos países, pues los cambios de obstetricia y la ginecología han inducido transformaciones profundas en esta profesión milenaria. Pero a pesar de que en nuestros días es una profesión de formación universitaria, bien independiente o bien como especialidad de la enfermería, por regla general, la matrona que prefieren las mujeres, es aquella que sigue el modelo clásico: una mujer experimentada en asistir partos, sin formación teórica, que habla igual de la realeza o de los plebeyos, de los ricos y de los pobres, que ayuda a la madre en su domicilio, que suple la ecografía tocándole la barriga a la parturienta, y según fuesen las patadas que da en el estómago, se identifica su sexo, y de acuerdo con los chichones que se ven en las entrañas se deduce el número de niños que pueden nacer.
En la mayoría de poblaciones de este mágico Caribe hay matronas de todos los tipos. En Talaigua, la tierra de mis ancestros, las más famosas matronas fueron la señora Dorotea de los Espíritus, Marta Paria y Teodosia Altagracia, que eran conocidas como las dedos de ángel, porque según alguna vez le escuché decir a Dona, mi mamá, daba gusto parir bajo la vigilancia. Pero por esas ironías del destino, cuando yo nací, como no había una sola partera en el pueblo, pues todas estaban en las fiestas de las farotas y el chandé, mi mamá se las compuso sola, muy sola.
“Cómo no encontraba las tijeras, recurrí a un caimán para que le cortara el cordón umbilical”, solía decir muy seria, cuando contaba aquella anécdota interesante. De todas maneras, es muy saludable, que a pesar de tantos adelantos científicos y la más sofisticada tecnología, de la existencia de orientadoras virtuales, aún las mujeres de nuestros días recurran a la milenaria tradición de las parteras, matronas o comadronas, pues es más saludable que el neonato al momento de abrir los ojos se encuentre con el rostro agradable de una hada madrina que la mirada adusta y severa de un galeno que le dará un insulto y de ñapa le encimará un puñetazo en las nalgas.
jogdaniels@gmail.com