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Salud a donde no llegan los médicos

En Guainía, cerca de 80.000 personas viven dispersas en un territorio tan grande como Cundinamarca. ¿Cómo llevarles servicios de salud? un grupo de antropólogos, médicos y expertos en logística intentan pensar distinto.

Pablo Correa
27 de marzo de 2015 - 04:28 a. m.
Fundación Etnollano / Fundación Etnollano
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Durante los últimos 17 años, el médico Óscar Bernal tuvo la oportunidad de ser testigo del fracaso de los sistemas de salud en muchos países. Como miembro de Médicos Sin Fronteras trabajó en Angola, Sudán, Liberia, Tanzania, Etiopia, Camboya, Indonesia, Bolivia y Guatemala, atendiendo urgencias médicas en zonas apartadas, en guerra y pobres. Asimismo combatiendo enfermedades olvidadas como la de Chagas y del Sueño, así como tratando de atajar epidemias infecciosas como el ébola.

Hace cinco años hizo una pausa en ese peregrinaje por razones familiares, se quedó en Bogotá y se vinculó como profesor a la Universidad de los Andes, donde coordina la maestría en salud pública. En una charla informal, hace poco más de un año y medio, el ministro Alejandro Gaviria le habló sobre el interés del gobernador de Guainía, Óscar Rodríguez, de trabajar para crear un modelo de salud que lograra llegar a cerca de 80.000 habitantes dispersos en un territorio tan grande como Cundinamarca.

La Ley 1438 de 2011 ordenaba pensar en modelos diferenciables para zonas apartadas. Pero como suele suceder en Colombia, las leyes ordenan cosas que nadie sabe muy bien cómo hacerlas realidad. Con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo, se configuró un grupo de trabajo interdisciplinario conformado por médicos, antropólogos y expertos en logística. En coordinación con funcionarios de la Gobernación y el Ministerio de Salud, así como autoridades indígenas, comenzaron a buscar soluciones innovadoras.

El problema estaba más o menos claro. De los 25 puestos de salud que fueron creados 20 años atrás, la mitad estaban cerrados y los que aún funcionaban eran operados por una sola auxiliar de enfermería. En el hospital de Inirída no hay especialistas permanentes. Esa falta de personal ha hecho que se inviertan recursos enormes en traslado de pacientes a Bogotá, sin olvidar que sólo hay vuelos dos veces por semana. Y aunque el 85% de la población es indígena, el sistema no tiene en cuenta su cultura ni necesidades.

Como lo dijo recientemente la exministra de Ciencia de España Cristina Garmendia en su visita a Colombia, la innovación es ante todo actitud y la mejor solución es quizás una que ya existe. Los análisis y las conversaciones con las comunidades condujeron a plantear lo que se ha llamado modelo de Zonas Dispersas para la atención en salud.

En un territorio con menos de un habitante por kilómetro cuadrado, la competencia entre instituciones es un problema. Así fue como se acordó que una única institución preste todos los servicios y maneje los puestos de salud y otra se encargue del aseguramiento. “En estas zonas la competencia en vez de ayudar perjudica”, dice Bernal.

Otro componente del modelo es que de ahora en adelante en cada puesto de salud rehabilitado trabaje una auxiliar hombro a hombro con una persona de la comunidad que debe ser el vínculo con los habitantes.

Para que funcione el sistema, los cálculos financieros estiman que el Gobierno tendrá que aumentar el gasto por paciente hasta llegar a cerca de $1 millón. Mientras en el resto del país esta cifra ronda los $600.000. El precio de llevar salud a las regiones más apartadas no es exagerado si se coordinan todas las acciones.

Una ambulancia aérea para toda la región es parte de la propuesta, así como la habilitación de pistas que hoy son consideradas ilegales. Fortalecer los sistemas de comunicación por radio permitirá implementar la telemedicina y que las auxiliares en los puestos de salud solucionen más problemas con el apoyo de médicos a distancia. Y para que los médicos generales acepten ir a trabajar a la zona, la estrategia es que un año de trabajo allí cuente como el primer año de una especialización.

Antonio Loboguerrero, director de la Fundación Etnollano, quien ha trabajado cerca de las comunidades indígenas del Orinoco desde hace más de una década y ha construido junto con ellas un modelo propio de salud, insiste en que son las instituciones las que deben aprender a adaptarse a las comunidades y su pensamiento, y no al revés.

El ministro Alejandro Gaviria, orgulloso del recién nacido modelo de zonas disperas, sueña con verlo expandirse a Chocó y Vaupés. 

 

pcorrea@elespectador.com

Por Pablo Correa

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