La difícil tarea de ser profesor en una pandemia
Distintos docentes en Colombia hacen de todo para no dañar los procesos de aprendizaje de niños y jóvenes del país. Exceso de trabajo, lidiar con el déficit de atención y hasta seguir dando clases a pesar de contagiarse de COVID-19 son algunos de sus tantos esfuerzos.
Andrés Montes Alba
En los últimos días se han visto en diferentes redes sociales los malabares que distintos docentes en el mundo han hecho para seguir dictando clases. Decoraciones en la pared, uso de títeres, instalar un tablero en la mitad de la sala y hasta grabar videos para los estudiantes con poco acceso a internet son algunas de las tantas cosas que profesores de jardines infantiles, colegios y universidades han estado haciendo durante estos últimos meses, con tal de no cortar los procesos de aprendizaje de millones de personas en el mundo. Pero la pregunta es, ¿a qué costo?
De acuerdo con el Ministerio de Educación, la formación virtual contempla obligatoriamente el uso de tecnologías de la información, conectividad y, por supuesto, tutor en línea, material de consulta y trabajo independiente, pero a pesar de eso, todo lo anterior ha sido impuesto por obligación y necesidad desde comienzos de marzo, cuando debido al peligro de contagio de coronavirus los colegios y las universidades del país cerraron y lo que eran aulas con estudiantes y profesores quedaron reducidas a una pantalla.
Problemas de conexión, estrés, ansiedad, exceso de carga laboral, la preocupación de padres de familia y hasta grabar parte de las clases porque hay estudiantes que no tienen internet para conectarse por varias horas al día son algunas de las tantas maniobras que los profesores del país han tenido que lidiar.
La proyección del gobierno de Iván Duque es, en lo que queda del año, manejar un “modelo de alternancia”, que consiste en asistencia a las aulas por días, con horarios y cantidad de estudiantes definidos, una educación semipresencial. La idea es que se solucione la brecha de calidad que hoy afecta a los estudiantes, sin exponerlos a un contagio, pero garantizando un aislamiento social. Estos son algunos testimonios de tantos profesores que hoy mantienen a flote a un sistema educativo que en ciertas zonas del país no pasa de ser precario. Testimonios que refuerzan el pensamiento de algunos de que los héroes en esta pandemia no solo están en el personal médico, sino también en quienes educan a niños y jóvenes.
María del Pilar López, profesora de la Universidad de los Andes
Ha sido un reto inmenso, porque el esfuerzo de dictar clase aumenta con la virtualidad. Hoy lo veo como un “stand up comedy” el dictar clase. Es una interacción más directa en la que debes tener otras técnicas para que tus estudiantes estén más focalizados. Ellos no logran mantener atención en la pantalla más de una hora. Tuve COVID-19 y fue muy difícil. Mis síntomas eran leves, pero sentía un cansancio agotador y pérdida del aire, y esto dando clases frente a un computador desgasta mucho más. Después de una clase de dos horas no podía hacer nada más durante el día. Por otro lado, es claro que la educación virtual genera brechas. No todos tienen las mismas condiciones en casa, unos tienen peor o mejor internet, y eso tiene efecto en el aprendizaje. Los modelos de alternancia que hoy proponen tienen todo el sentido, así sea solo con pocos estudiantes, eso genera un cambio en el alumno y el profesor.
Carolina Villalba, licenciada en educación especial de la
U. de Antioquia
La angustia de los papás de no poderles dedicar tiempo a sus hijos. Creo que eso ha sido lo más difícil en estos meses de pandemia. Les doy clases a niños con discapacidades intelectuales o motoras, que tienen TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad) o dificultades de aprendizaje. La mayoría de los niños en mis clases tienen autismo y ha sido difícil que se acoplen a la virtualidad. Uno como docente se ingenia de todo para captar su atención y que se diviertan. He decorado el fondo de la pared cuando doy clases, hay que ponerle actitud. La educación, más allá de lo académico, es un espacio de desarrollo cognitivo. Aprender el lenguaje en niños tan pequeños es algo que se da compartiendo con otros. Pero hay algo que no podemos ocultar, que son las emociones. En mis clases hay niños que lloran, y es porque sienten agotamiento, miedo, de todo este mundo virtual de hoy.
María Camila Carmona, licenciada en pedagogía infantil de la U. de Antioquia
Estos meses de pandemia he estado dando clases de lectura en el Centro Cultural de Moravia, en Medellín. Desde que esto comenzó nos conectamos por plataformas como Meet o Zoom, aunque con los estudiantes que tienen muy poca conexión a internet lo que realizamos es hacer encuentros asincrónicos, en los que les enviamos material que ellos puedan descargar. Cuando grabo muchas de las clases, lo que hago es tratar de “ritualizar” los encuentros que antes teníamos. Pongo velas, libros que juntos en clase hemos leído, novelas de las que todos los niños tienen una idea, saben un personaje, que les ayuda también a recordar otros momentos cuando el aprendizaje era presencial. Los niños con los que trabajo están entre los dos y los cinco años. Esta experiencia de la virtualidad ha sido una oportunidad para entender la casa, que sea un espacio de propuestas pedagógicas y una oportunidad de fortalecer el vínculo con las familias a través de la educación. Hoy las familias pueden ser un potente agente pedagógico.
Álvaro Fajardo, profesor del Gimnasio Campestre los Arrayanes
La experiencia de ser docente en una situación como esta ha sido extraña y extrema. Seguir dando clases comporta retos y desafíos en muchos aspectos. Especialmente en la adaptación a la virtualidad, la convivencia con los otros y el encierro es algo que en los niños se nota en sus estados emocionales, incluso uno mismo como docente sufre. La mayor dificultad ha sido el manejo de tecnologías que desconocía y el volumen de trabajo en general. Hay jornadas que resultan extenuantes. Aunque algo bueno de esta virtualidad ha sido el crecimiento en el manejo de competencias digitales por parte de todos, eso enriquece la construcción de conocimiento y abre nuevas propuestas educativas. Sin embargo, la enseñanza sí ha perdido en lo afectivo, en lo emocional y en lo humano. Hay distanciamiento, frialdad y, en ocasiones, desmotivación generada por la falta de socialización. Por eso el retorno paulatino a clases es algo bueno.
En los últimos días se han visto en diferentes redes sociales los malabares que distintos docentes en el mundo han hecho para seguir dictando clases. Decoraciones en la pared, uso de títeres, instalar un tablero en la mitad de la sala y hasta grabar videos para los estudiantes con poco acceso a internet son algunas de las tantas cosas que profesores de jardines infantiles, colegios y universidades han estado haciendo durante estos últimos meses, con tal de no cortar los procesos de aprendizaje de millones de personas en el mundo. Pero la pregunta es, ¿a qué costo?
De acuerdo con el Ministerio de Educación, la formación virtual contempla obligatoriamente el uso de tecnologías de la información, conectividad y, por supuesto, tutor en línea, material de consulta y trabajo independiente, pero a pesar de eso, todo lo anterior ha sido impuesto por obligación y necesidad desde comienzos de marzo, cuando debido al peligro de contagio de coronavirus los colegios y las universidades del país cerraron y lo que eran aulas con estudiantes y profesores quedaron reducidas a una pantalla.
Problemas de conexión, estrés, ansiedad, exceso de carga laboral, la preocupación de padres de familia y hasta grabar parte de las clases porque hay estudiantes que no tienen internet para conectarse por varias horas al día son algunas de las tantas maniobras que los profesores del país han tenido que lidiar.
La proyección del gobierno de Iván Duque es, en lo que queda del año, manejar un “modelo de alternancia”, que consiste en asistencia a las aulas por días, con horarios y cantidad de estudiantes definidos, una educación semipresencial. La idea es que se solucione la brecha de calidad que hoy afecta a los estudiantes, sin exponerlos a un contagio, pero garantizando un aislamiento social. Estos son algunos testimonios de tantos profesores que hoy mantienen a flote a un sistema educativo que en ciertas zonas del país no pasa de ser precario. Testimonios que refuerzan el pensamiento de algunos de que los héroes en esta pandemia no solo están en el personal médico, sino también en quienes educan a niños y jóvenes.
María del Pilar López, profesora de la Universidad de los Andes
Ha sido un reto inmenso, porque el esfuerzo de dictar clase aumenta con la virtualidad. Hoy lo veo como un “stand up comedy” el dictar clase. Es una interacción más directa en la que debes tener otras técnicas para que tus estudiantes estén más focalizados. Ellos no logran mantener atención en la pantalla más de una hora. Tuve COVID-19 y fue muy difícil. Mis síntomas eran leves, pero sentía un cansancio agotador y pérdida del aire, y esto dando clases frente a un computador desgasta mucho más. Después de una clase de dos horas no podía hacer nada más durante el día. Por otro lado, es claro que la educación virtual genera brechas. No todos tienen las mismas condiciones en casa, unos tienen peor o mejor internet, y eso tiene efecto en el aprendizaje. Los modelos de alternancia que hoy proponen tienen todo el sentido, así sea solo con pocos estudiantes, eso genera un cambio en el alumno y el profesor.
Carolina Villalba, licenciada en educación especial de la
U. de Antioquia
La angustia de los papás de no poderles dedicar tiempo a sus hijos. Creo que eso ha sido lo más difícil en estos meses de pandemia. Les doy clases a niños con discapacidades intelectuales o motoras, que tienen TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad) o dificultades de aprendizaje. La mayoría de los niños en mis clases tienen autismo y ha sido difícil que se acoplen a la virtualidad. Uno como docente se ingenia de todo para captar su atención y que se diviertan. He decorado el fondo de la pared cuando doy clases, hay que ponerle actitud. La educación, más allá de lo académico, es un espacio de desarrollo cognitivo. Aprender el lenguaje en niños tan pequeños es algo que se da compartiendo con otros. Pero hay algo que no podemos ocultar, que son las emociones. En mis clases hay niños que lloran, y es porque sienten agotamiento, miedo, de todo este mundo virtual de hoy.
María Camila Carmona, licenciada en pedagogía infantil de la U. de Antioquia
Estos meses de pandemia he estado dando clases de lectura en el Centro Cultural de Moravia, en Medellín. Desde que esto comenzó nos conectamos por plataformas como Meet o Zoom, aunque con los estudiantes que tienen muy poca conexión a internet lo que realizamos es hacer encuentros asincrónicos, en los que les enviamos material que ellos puedan descargar. Cuando grabo muchas de las clases, lo que hago es tratar de “ritualizar” los encuentros que antes teníamos. Pongo velas, libros que juntos en clase hemos leído, novelas de las que todos los niños tienen una idea, saben un personaje, que les ayuda también a recordar otros momentos cuando el aprendizaje era presencial. Los niños con los que trabajo están entre los dos y los cinco años. Esta experiencia de la virtualidad ha sido una oportunidad para entender la casa, que sea un espacio de propuestas pedagógicas y una oportunidad de fortalecer el vínculo con las familias a través de la educación. Hoy las familias pueden ser un potente agente pedagógico.
Álvaro Fajardo, profesor del Gimnasio Campestre los Arrayanes
La experiencia de ser docente en una situación como esta ha sido extraña y extrema. Seguir dando clases comporta retos y desafíos en muchos aspectos. Especialmente en la adaptación a la virtualidad, la convivencia con los otros y el encierro es algo que en los niños se nota en sus estados emocionales, incluso uno mismo como docente sufre. La mayor dificultad ha sido el manejo de tecnologías que desconocía y el volumen de trabajo en general. Hay jornadas que resultan extenuantes. Aunque algo bueno de esta virtualidad ha sido el crecimiento en el manejo de competencias digitales por parte de todos, eso enriquece la construcción de conocimiento y abre nuevas propuestas educativas. Sin embargo, la enseñanza sí ha perdido en lo afectivo, en lo emocional y en lo humano. Hay distanciamiento, frialdad y, en ocasiones, desmotivación generada por la falta de socialización. Por eso el retorno paulatino a clases es algo bueno.