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Con el pasar de los años se ha hecho más frecuente la sensación de que muchos de los saberes tradicionales de nuestros pueblos originarios están al borde de su desaparición. El vértigo aumenta con cada caso en que se reconoce a la última sabedora, el último mayor o los últimos hablantes de determinada lengua. Ahora bien, es de resaltar que este sentir no es nuevo. Gerardo Reichel-Dolmatoff, quien formaba parte de la primera generación de antropólogos en Colombia, ya nos ponía ante este escenario en los años 60. Aunque no deja de ser angustiante ver cómo la conservación o preservación de muchos saberes parece pender de un hilo, el camino recorrido por el Pueblo Nasa da cuenta de cómo podemos enfrentarnos a la sensación del punto final, con la juventud como protagonista. Es con este propósito que acudimos a la historia.
Después de más de un siglo en el que el “proyecto civilizador” del Estado, fundado en la Constitución de 1886, hiciera mella en el ser de las comunidades indígenas, consideradas “atrasadas” por las élites que ostentaban el poder, o un “obstáculo” para poder llegar a lo que se creía que debía ser un país “moderno”, la música ancestral nasa se resguardaba en la intimidad de los espacios familiares. La Iglesia, que fuera la segunda columna en la que se sustentaban los cimientos de aquella vieja Constitución, permitía que ciertas expresiones musicales salieran a flote para algunos eventos. Así, los pocos músicos que había —en parte bastante mayores— encontraban un espacio para sus músicas al recolectar ofrendas para los santos en las parroquias o al recorrer el territorio con una alcancía en la búsqueda de recursos para las fiestas patronales. Lo mismo sucedía con motivo de las fiestas decembrinas, como las llamadas fiestas de los Diablos y fiesta de los Negritos. La práctica de la música ancestral nasa, con sus flautas y tambores, estaba debilitada.
Entre los años 70 y 80 del siglo XX, la organización indígena se fortaleció gracias al Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), estableciendo relaciones a lo largo de la gran cordillera del continente. Sus representantes traían consigo la música andina latinoamericana. Una memoria dormida encontraba en aquellas quenas un susurro familiar y, aunque solo años después volverían con fuerza las flautas del territorio, la organización política, tal vez de manera inadvertida, daría los primeros pasos en la revitalización de la música ancestral.
En 1991 una familia realizó el ritual del Saakhelu, donde se hacen ofrendas al espíritu de las semillas en la vereda Andalucía, territorio ancestral Sa’th Tama Kiwe. Pocos se imaginaron que, en esta vereda, en el resguardo de San Lorenzo de Caldono - Uswal Çxhab (Uswal Chamb)-, la amplia participación en un ritual que se venía haciendo de manera familiar impulsaría, pocos años después, que la Asociación de Cabildos Ukawe’sx Nasa Çxhab lo promoviera como un ritual colectivo. En 1997, la participación se extendería a los seis resguardos de la región y así, de manera ininterrumpida, se viene realizando año tras año en tiempo de sol, con viento y luna sabia.
Actualmente, la Asociación de Cabildos y los cabildos anfitriones posibilitan su realización, pues este implica costos que no pueden ser solventados por una sola familia. No solo se trata de los alimentos y bebidas para los cuatro días que requiere esta celebración. Meses atrás, se siembra el maíz para el mote, se prepara el guarapo y se ultiman detalles para que no falte el alimento llegado el tiempo de la esperada luna llena, sabia o luna mayora de agosto, como es conocida en el territorio.
Desde entonces, se han revitalizado por lo menos cinco rituales colectivos en los que tiene gran protagonismo la música ancestral nasa. A flauta y tambor —macho y hembra en ambos casos—, la presencia de chirimías tradicionales impulsa danzas como Wecxa Kuvx (Danza de la Bienvenida), el Ul Çey Kuvx (Danza de la Serpiente Verde), Sxape Ku’j (Danza del Caracol), Mewehx Kuvx (Danza del Gallinazo), Wehxia Kuvx (Danza del Viento) y la Shawedu Kuvx (Danza de Agradecimiento); todas con una gran participación de jóvenes de la comunidad. Las músicas acompañan espacios rituales como el Uka Fxizenxi (Uka finzeñi), donde se armonizan los bastones de las autoridades de los cabildos; el Ipx Fxizenxi (Ipfx finzeñi), ritual sagrado para alejar del territorio las enfermedades y energías negativas; así mismo, el ritual del Sek Buy (ritual del baile del sol), que marca el nuevo ciclo con el solsticio de verano, o el Çxapuuç (Chapuuts), en donde se ofrenda a quienes nos acompañan desde el otro espacio.
Este no ha sido un camino corto ni fácil. Antes del 2001 la educación estaba totalmente en manos del Estado. El nasa yuwe —lengua propia del pueblo nasa— no tenía cabida en el espacio escolar, las músicas y danzas no hacían parte del currículum y la escuela estaba desconectada de los espacios de socialización y fortalecimiento de la comunidad. Ahora, en Sa´th Tama Kiwe, la dirección política, administrativa y pedagógica está a cargo de la Organización Indígena y el aula está conectada con la siembra, la minga, la lengua, los ritos y otros espacios en los que la transmisión de saberes propios son protagonistas. Por otro lado, la formación en casa ha tomado una alta relevancia y el interés de las y los jóvenes por los saberes de sus mayores crece, con las resistencias, propuestas y alcances propios de cada generación.
Para comprender el proceso de revitalización de la música del Pueblo Nasa, se hace necesario evocar la relación del Estado con los pueblos indígenas, la historia de la conquista del aula, la labor de los músicos mayores que recorrían el territorio armado con flautas, tambores y alcancías en los espacios que la Iglesia les permitía, los rituales resguardados en la privacidad del hogar y su extensión a lo social, así como el fortalecimiento del movimiento indígena. Comprender el proceso de fabricación de un instrumento y, sobre todo, la relación de la juventud nasa con estas maderas hechas tambor o flauta, no comienza con la técnica para producir el sonido, pues parte de una historia mucho más antigua que la Constitución colombiana de 1886. Se remonta a la comprensión de Wejxa Kiwe (espíritu del viento), a quien se pide permiso antes de subir a la montaña. Es la historia viva en los mayores, sabedores del cuándo, cómo y con qué canto se corta el carrizo; es el ritmo del secado y la memoria de la distancia de los orificios en las maderas. Todo esto sin dejar de lado las luchas por la tierra y el territorio, donde habitan las plantas, los ritmos y las comunidades que posibilitan y dan sentido a aquellas músicas.
Falta mucho por decir de la fortaleza de una chirimía sonando en medio de la carretera cuando los gases de la fuerza pública se empeñaban en callar sus vientos, de las heridas del conflicto armado y de la construcción de paz en lengua propia. Es la música en el trueque, las asambleas, mingas, rituales para abrir y cerrar caminos, encuentros gastronómicos, juegos tradicionales, espacios políticos de la organización a nivel local, regional y zonal, en la partida de un angelito o en los golpes de tambor que suenan para inaugurar una casa, entre otros espacios en los que la música se funde con otras expresiones de la vida cultural nasa, que no es más que la vida cotidiana de un pueblo que siempre ha luchado por mantenerse libre de las presiones de ser como cualquiera, una lucha más allá de la vida de quienes hoy les corre sangre nasa por las venas, pues se trata de la defensa de la existencia misma.
Después de todo, nadie conoce mejor la sensación del punto final, que las comunidades que han resistido a las políticas del exterminio. Aquellas que resguardaron su lengua saben que su memoria resguarda más que palabras. Hoy la juventud nasa se comunica en nasayuwe mejor que algunos de sus padres y madres e interpretan las melodías de sus mayores con un profundo orgullo. Es difícil no emitir frases esperanzadoras cuando se empiezan a ver los frutos de un largo camino. El Pueblo Nasa que habita el Putumayo dice que, andando los caminos ya andados por sus ancestros, se fueron encontrando donde antes se dejó semilla. Es así como la lengua y la música se revitalizan: convirtiendo aparentes puntos finales en puntos seguidos, como un silencio justo en medio de una melodía.
Saberes ancestrales
Con el ánimo de ampliar el horizonte de análisis de las expresiones musicales y en la búsqueda de espacios para la difusión de investigaciones hechas en los territorios por sus protagonistas, este texto explora, desde una mirada amplia, la construcción de instrumentos tradicionales del pueblo nasa a partir del ejercicio investigativo de Nixon Yatacué, ganador de la beca para Investigaciones Sonoras y Musicales de Comunidades Étnicas y Campesinas (2023), en diálogo con el Componente de Investigación del Grupo de Música, de la Dirección de Artes del Ministerio de las Culturas las Artes y los Saberes. Producto de una conversación continua entre Nixon y Raúl Ache Daza, antropólogo especializado en Etnomusicología, se da cuenta de las relaciones que se tejen entre las expresiones tradicionales de la música y otros elementos de la vida cultural del Pueblo Nasa. Fiel a la intención de ampliar el mapa de las relaciones que posibilitan la revitalización de las culturas indígenas, en cuanto a sus procesos políticos, la memoria, la escuela y el lugar de las y los mayores en la comunidad, se presenta una crónica ligera, sin ánimo historicista, del camino hasta ahora recorrido para la apropiación de los saberes ancestrales por las nuevas generaciones, siendo este su mayor indicador de éxito.