"Soy militar desde antes de nacer"
Su padre fue el gran culpable de su amor incondicional a las fuerzas militares. Proveniente de una familia donde sus dos hermanos también son oficiales, maría paulina Leguizamón cumplió su sueño de ser la primera mujer general del ejército colombiano.
Santiago Martínez Hernández
“Yo era militar desde antes de nacer. Mi padre era un civil que trabajó más de 33 años con el Ejército y fue él quien nos inculcó a mis hermanos y a mí el amor por las Fuerzas Militares”, dice sonriente la primera mujer en convertirse en general del Ejército, María Paulina Leguizamón. Su padre era la razón por la cual el pasado 12 de diciembre, el día de la ceremonia de ascenso, su felicidad no era completa: “Mi viejo, mi querido viejo, se murió meses antes de ver su sueño y mi sueño convertido en realidad”.
María Paulina Leguizamón ha servido durante 30 años al Ejército colombiano. Ingresó en 1986 en la primera promoción de mujeres que harían parte de las Fuerzas Armadas. A pesar de que nunca ha estado en el campo de batalla, su lucha es en los estrados judiciales y en la parte jurídica que vela por la protección de las FF.MM. Toda su vida militar ha estado vinculada con el derecho, carrera de la que se graduó estando en el Ejército y con la que ha podido llegar a lo más alto de su profesión.
Actualmente es magistrada del Tribunal Superior Militar, la máxima instancia que juzga los crímenes cometidos por los distintos miembros de las FF.MM. “Pasé por todos los cargos de la primera instancia de la justicia penal militar. Durante 17 años fui asesora jurídica personal del Comando General del Ejército y del Comando General de las Fuerzas Armadas, y durante ese tiempo logré conocer la grandeza y el honor de mis soldados. Hace cuatro años llegué a la magistratura después de un difícil proceso de selección”, le contó a El Espectador la primera general del Ejército.
Además de su preparación militar, María Paulina logró ser una de las personas más destacadas y estudiadas en los temas que aborda la justicia penal militar. Estudió en Suiza e Italia derecho internacional humanitario, derecho operacional y temas de resolución de conflictos, pero su pasión es el derecho operacional, ya que ahí es donde se pueden aprender el arte de la guerra y sus reglas de juego. Es decir, comprender hasta dónde puede llegar el actuar militar en un conflicto militar para no violar los derechos de la población civil.
Sin embargo, no todo ha sido color de rosa para esta mujer. Su mayor sacrificio para llegar a ser general fue dejar a un lado su casa y la crianza de sus dos hijas, quienes siempre le reclamaron su ausencia y, hasta en cartas dirigidas al Niño Dios, daban a conocer su sueño: “De regalo quiero que mi mamá renuncie al Ejército”. Ese es uno de sus grandes dolores. Sin sus hijas —Laurent Paulina, de 19 años, y Paula Alexandra, de 16— jamás hubiera logrado tocar el cielo, porque “ellas son mi razón de vida y mi refugio de paz, porque no es sencillo llevar la carga de los problemas en el Ejército y luego llegar a un hogar conflictivo. Ellas son, junto a mi marido el teniente coronel Luis Alberto Hernández, mi refugio de paz”.
Fueron varias crisis por las que pasó la general Leguizamón para comprender la importancia de su familia. Dice que su esposo fue uno de los que logró volver a crear un ambiente familiar que unos años atrás no tenía. Una de las anécdotas que más recuerda, con tristeza, fue cuando su primera hija tenía un año de nacida y la tuvo que dejar en manos de una vecina. “Salí a una misión en el Urabá. Mi primer esposo era de contraguerrilla y estaba en campo. Mi obligación con el Ejército era irme, pero no había quién cuidara a mi hija. Mi último recurso fue dejarla con la esposa de otro oficial. Sólo la volví a ver tres meses después, pero todas las noches lloraba por no tenerla a mi lado”, recuerda.
“Sabía que mi sacrificio iba a ser retribuido y con creces. Siento tristeza de no haber disfrutado con mis hijas fines de semana. Llegaba a la casa a la medianoche, cuando estaban acostadas, y me iba a las 5:00 a.m., cuando seguían dormidas. Pero en realidad el orgullo que ellas sienten por mí es el mejor regalo. Hoy ninguna es militar y era un sueño que tenía. Una estudia diseño y la otra, derecho. Son el amor de mi vida y mi soporte”, señaló la mujer que marcó su vida con un sueño inigualable que alcanzó por méritos propios y cuya perseverancia le permitió ser la primera y única general del Ejército en sus años de historia.
“Yo era militar desde antes de nacer. Mi padre era un civil que trabajó más de 33 años con el Ejército y fue él quien nos inculcó a mis hermanos y a mí el amor por las Fuerzas Militares”, dice sonriente la primera mujer en convertirse en general del Ejército, María Paulina Leguizamón. Su padre era la razón por la cual el pasado 12 de diciembre, el día de la ceremonia de ascenso, su felicidad no era completa: “Mi viejo, mi querido viejo, se murió meses antes de ver su sueño y mi sueño convertido en realidad”.
María Paulina Leguizamón ha servido durante 30 años al Ejército colombiano. Ingresó en 1986 en la primera promoción de mujeres que harían parte de las Fuerzas Armadas. A pesar de que nunca ha estado en el campo de batalla, su lucha es en los estrados judiciales y en la parte jurídica que vela por la protección de las FF.MM. Toda su vida militar ha estado vinculada con el derecho, carrera de la que se graduó estando en el Ejército y con la que ha podido llegar a lo más alto de su profesión.
Actualmente es magistrada del Tribunal Superior Militar, la máxima instancia que juzga los crímenes cometidos por los distintos miembros de las FF.MM. “Pasé por todos los cargos de la primera instancia de la justicia penal militar. Durante 17 años fui asesora jurídica personal del Comando General del Ejército y del Comando General de las Fuerzas Armadas, y durante ese tiempo logré conocer la grandeza y el honor de mis soldados. Hace cuatro años llegué a la magistratura después de un difícil proceso de selección”, le contó a El Espectador la primera general del Ejército.
Además de su preparación militar, María Paulina logró ser una de las personas más destacadas y estudiadas en los temas que aborda la justicia penal militar. Estudió en Suiza e Italia derecho internacional humanitario, derecho operacional y temas de resolución de conflictos, pero su pasión es el derecho operacional, ya que ahí es donde se pueden aprender el arte de la guerra y sus reglas de juego. Es decir, comprender hasta dónde puede llegar el actuar militar en un conflicto militar para no violar los derechos de la población civil.
Sin embargo, no todo ha sido color de rosa para esta mujer. Su mayor sacrificio para llegar a ser general fue dejar a un lado su casa y la crianza de sus dos hijas, quienes siempre le reclamaron su ausencia y, hasta en cartas dirigidas al Niño Dios, daban a conocer su sueño: “De regalo quiero que mi mamá renuncie al Ejército”. Ese es uno de sus grandes dolores. Sin sus hijas —Laurent Paulina, de 19 años, y Paula Alexandra, de 16— jamás hubiera logrado tocar el cielo, porque “ellas son mi razón de vida y mi refugio de paz, porque no es sencillo llevar la carga de los problemas en el Ejército y luego llegar a un hogar conflictivo. Ellas son, junto a mi marido el teniente coronel Luis Alberto Hernández, mi refugio de paz”.
Fueron varias crisis por las que pasó la general Leguizamón para comprender la importancia de su familia. Dice que su esposo fue uno de los que logró volver a crear un ambiente familiar que unos años atrás no tenía. Una de las anécdotas que más recuerda, con tristeza, fue cuando su primera hija tenía un año de nacida y la tuvo que dejar en manos de una vecina. “Salí a una misión en el Urabá. Mi primer esposo era de contraguerrilla y estaba en campo. Mi obligación con el Ejército era irme, pero no había quién cuidara a mi hija. Mi último recurso fue dejarla con la esposa de otro oficial. Sólo la volví a ver tres meses después, pero todas las noches lloraba por no tenerla a mi lado”, recuerda.
“Sabía que mi sacrificio iba a ser retribuido y con creces. Siento tristeza de no haber disfrutado con mis hijas fines de semana. Llegaba a la casa a la medianoche, cuando estaban acostadas, y me iba a las 5:00 a.m., cuando seguían dormidas. Pero en realidad el orgullo que ellas sienten por mí es el mejor regalo. Hoy ninguna es militar y era un sueño que tenía. Una estudia diseño y la otra, derecho. Son el amor de mi vida y mi soporte”, señaló la mujer que marcó su vida con un sueño inigualable que alcanzó por méritos propios y cuya perseverancia le permitió ser la primera y única general del Ejército en sus años de historia.