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                                                                                                                                  Tercera de Manizales

                                                                                                                                  El escritor Alfredo Molano Bravo viajó a la capital de Caldas para retratar el desarrollo de la temporada taurina.

                                                                                                                                  Alfredo Molano Bravo

                                                                                                                                  El torero español Juan del Álamo debutó en la plaza de Manizales el martes pasado con dos orejas. / La Patria
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Los toreros llegan a la arena llenos de ilusiones. Todos quieren triunfar, salir en hombros de la plaza. Por eso entran a paso firme. Tienen miedo tanto de no ser aplaudidos como de que los mate un toro. Porque, te repito, de la muerte es de lo que se trata una corrida de toros. Como en la vida de todos los días, tenemos a la muerte dándonos vueltas. Se esconde en las calles, en los caminos, en los almacenes, en las iglesias, en las cárceles. Siempre anda por ahí. Los toreros nos la recuerdan y nos la muestran cara a cara, pero, a diferencia de los curas, lo hacen con valor y con belleza.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  No te cuento nada del segundo toro de Paco Perlaza porque nada pudo hacer con él, salvo una cosa: el toro, llamado Tocayito, que era negro, le huyó al torero pero peleó con fuerza, con ganas, con bravura con el caballo. El picador lo paró con la vara, que como sabes tiene una puya en la punta, y el toro se sostuvo peleando a pesar del dolor que sentía. Porque los toros, como todo animal, siente, el dolor, pero a diferencia del hombre, no lo sufren. Esa es la diferencia real entre los seres humanos y los animales. Un toro no se siente víctima de un torero. Pero un torero si se puede sentir víctima de un toro y quejarse de que, por ejemplo, no se deje torear.

                                                                                                                                  El otro torero colombiano, Andrés de los Ríos, pudo hacer menos que Paco. Hay toreros que a veces les pasa lo que me pasa a mí cuando hablo en público, que me preocupo más de la cara de los que me oyen que de lo que estoy diciendo. A De los Ríos, me parece, le pasó lo mismo: estaba pendiente de lo que la gente dijera o pensara y por eso todo lo hacía regular, desganadamente. Para torear con ganas, el torero debe sentir apetito por ir más allá de lo que el toro le da, y él renunció a dar ese paso, que a veces puede ser un paso al más allá. Pero si el torero no se expone, el toro no sabe lo que tiene que hacer y entonces nada se puede hacer y la faena se vuelve aburridora.

                                                                                                                                  El torero español se llama Juan del Álamo. Es muy joven y no muy alto. Tenía un vestido blanco, lo que suelen hacer los toreros cuando debutan en una plaza, como Juan en Manizales. Toreó a sus dos toros como un ángel. Al primero, llamado Bambuquero, parecía como si hubiera habido un acuerdo entre toro y torero para hacer lo que hicieron. Con la capa —que, recordarás, tiene dos colores y es grande y suena— hizo siete verónicas, que son lances con que el torero trata de saber cómo es el toro, pero además para enseñarle quién lo torea. Con la verónica al pasar el toro, el torero parece enjuagarle la cara al animal. Juan lo hizo bajando las manos y por tanto dejándole sentir al toro su cuerpo, provocándolo para que abra el deseo de llevarse en sus cuernos a quien quiere y no quiere ver. El torito, lance a lance, bajó la cabeza. Después de la pica, lo probó con tres chicuelinas, que son pases para que el torero mire más al toro y para que el público mire al torero. La atención de los tendidos cae sobre el torero y la del torero sobre el toro. Con las chicuelinas el cuerno lo guía el torero hacia la cintura con el capote, para luego hacerle el quite, que es una manera de burlar la muerte y no, nunca, de burlarse del toro. Después, Juan del Álamo toreó con la muleta, muy cerca del toro, a su lado, parecían uno solo porque el torero enrollaba a Bambuquero a su cuerpo por un lado y después por el otro. Tomando la muleta con una mano y después con la otra. Hacerlo con la mano izquierda es más difícil, porque el torero no alarga la muleta con la espada y así el toro pasa rayándole el vestido con el cacho, si el torero es valiente, es decir, demuestra que no le teme morir aunque le tema a la muerte. Con su segundo toro, llamado Hortelano, hizo cosas muy parecidas. La diferencia estuvo en que el torero no dejaba que el toro huyera y por donde quería huir, allí estaba Juan parado, esperándolo. Para un buen torero no hay mal toro. En el primer toro, la presidencia —en las plazas hay presidencias— le dio una oreja; pero como en las plazas hay democracia, el público pidió otra y la presidencia aceptó. Qué gran diferencia con muchos gobiernos y con la alcaldía de Bogotá hoy por hoy.

                                                                                                                                  El torero español Juan del Álamo debutó en la plaza de Manizales el martes pasado con dos orejas. / La Patria
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Los toreros llegan a la arena llenos de ilusiones. Todos quieren triunfar, salir en hombros de la plaza. Por eso entran a paso firme. Tienen miedo tanto de no ser aplaudidos como de que los mate un toro. Porque, te repito, de la muerte es de lo que se trata una corrida de toros. Como en la vida de todos los días, tenemos a la muerte dándonos vueltas. Se esconde en las calles, en los caminos, en los almacenes, en las iglesias, en las cárceles. Siempre anda por ahí. Los toreros nos la recuerdan y nos la muestran cara a cara, pero, a diferencia de los curas, lo hacen con valor y con belleza.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  No te cuento nada del segundo toro de Paco Perlaza porque nada pudo hacer con él, salvo una cosa: el toro, llamado Tocayito, que era negro, le huyó al torero pero peleó con fuerza, con ganas, con bravura con el caballo. El picador lo paró con la vara, que como sabes tiene una puya en la punta, y el toro se sostuvo peleando a pesar del dolor que sentía. Porque los toros, como todo animal, siente, el dolor, pero a diferencia del hombre, no lo sufren. Esa es la diferencia real entre los seres humanos y los animales. Un toro no se siente víctima de un torero. Pero un torero si se puede sentir víctima de un toro y quejarse de que, por ejemplo, no se deje torear.

                                                                                                                                  El otro torero colombiano, Andrés de los Ríos, pudo hacer menos que Paco. Hay toreros que a veces les pasa lo que me pasa a mí cuando hablo en público, que me preocupo más de la cara de los que me oyen que de lo que estoy diciendo. A De los Ríos, me parece, le pasó lo mismo: estaba pendiente de lo que la gente dijera o pensara y por eso todo lo hacía regular, desganadamente. Para torear con ganas, el torero debe sentir apetito por ir más allá de lo que el toro le da, y él renunció a dar ese paso, que a veces puede ser un paso al más allá. Pero si el torero no se expone, el toro no sabe lo que tiene que hacer y entonces nada se puede hacer y la faena se vuelve aburridora.

                                                                                                                                  El torero español se llama Juan del Álamo. Es muy joven y no muy alto. Tenía un vestido blanco, lo que suelen hacer los toreros cuando debutan en una plaza, como Juan en Manizales. Toreó a sus dos toros como un ángel. Al primero, llamado Bambuquero, parecía como si hubiera habido un acuerdo entre toro y torero para hacer lo que hicieron. Con la capa —que, recordarás, tiene dos colores y es grande y suena— hizo siete verónicas, que son lances con que el torero trata de saber cómo es el toro, pero además para enseñarle quién lo torea. Con la verónica al pasar el toro, el torero parece enjuagarle la cara al animal. Juan lo hizo bajando las manos y por tanto dejándole sentir al toro su cuerpo, provocándolo para que abra el deseo de llevarse en sus cuernos a quien quiere y no quiere ver. El torito, lance a lance, bajó la cabeza. Después de la pica, lo probó con tres chicuelinas, que son pases para que el torero mire más al toro y para que el público mire al torero. La atención de los tendidos cae sobre el torero y la del torero sobre el toro. Con las chicuelinas el cuerno lo guía el torero hacia la cintura con el capote, para luego hacerle el quite, que es una manera de burlar la muerte y no, nunca, de burlarse del toro. Después, Juan del Álamo toreó con la muleta, muy cerca del toro, a su lado, parecían uno solo porque el torero enrollaba a Bambuquero a su cuerpo por un lado y después por el otro. Tomando la muleta con una mano y después con la otra. Hacerlo con la mano izquierda es más difícil, porque el torero no alarga la muleta con la espada y así el toro pasa rayándole el vestido con el cacho, si el torero es valiente, es decir, demuestra que no le teme morir aunque le tema a la muerte. Con su segundo toro, llamado Hortelano, hizo cosas muy parecidas. La diferencia estuvo en que el torero no dejaba que el toro huyera y por donde quería huir, allí estaba Juan parado, esperándolo. Para un buen torero no hay mal toro. En el primer toro, la presidencia —en las plazas hay presidencias— le dio una oreja; pero como en las plazas hay democracia, el público pidió otra y la presidencia aceptó. Qué gran diferencia con muchos gobiernos y con la alcaldía de Bogotá hoy por hoy.

                                                                                                                                  Por Alfredo Molano Bravo

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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