¿Y en dónde está Colombia?
Como es costumbre cada año por estos días las embajadas alrededor de la ciudad abren sus puertas al público para dar a conocer algo de las de los países a los cuales representan.
Andrea Moreno Acosta/ Washignton
Este evento es denominado Passport DC. La embajada de Colombia en Washington abrió las puertas de la residencia este Sábado 17 de Mayo.Después de haber disfrutado del rico despliegue cultural que se hizo presente en embajadas como las de Haití y la República Checa unos días atrás, esperaba con gran anticipación la muestra que nuestra embajada daría a la sociedad "Washingtoniana".
Lamento tener que decir que lo que me lleve fue un choque cultural. No se a que país estaba queriendo representar la señora embajadora, Carolina Barco Isakson, pero lo que allí encontré fue un despliegue que brillaba por su total desconexión con lo que es Colombia.
Esto era un edificio fantasmal, con un mapa del país arrinconado en una orilla, las hamacas tradicionales tiradas en una mesa, unas cuantas pinturas abstractas que aún me pregunto qué tienen que ver con los paisajes de nuestra tierra (a menos que para la Sra. embajadora estos cuadros incongruentes representen la visión que ella tiene de nuestro país), la música a un volumen no apto para el oído humano y saliendo de una grabadora.
Quizás lo único netamente representativo de nuestra tierra, y casi alegórico de la situación de nuestro país, era una mísera bandeja charolada con un "aperitivo" de bocadillo con queso que alcanzó para los primeros 20 que, al igual que yo, hicieron el recorrido en menos de cinco minutos.
En mi opinión queda muy en claro a que sector de la población Colombiana representa nuestra embajada, que no concibe el pueblo, que no entiende que Colombia es tanto negros y blancos como indígenas como mulatos; que desconoce de los sombreros vueltiaos, del barro con que se hacen las diversas artesanías que representan los tantos y tan diversos pueblos del país; que jamás se habrá puesto un traje típico para bailar la cumbia o el sanjuanero; que ni se inmutará al son de un bullerengue.
Lo que hay aquí en Washington es una embajada que no aprecia los maravillosos paisajes cafeteros, que no hace alarde de la riqueza de flora y fauna colombiana (por que no había una miserable flor, ni una guacamaya si quiera como para que los gringos dijeran “cliché”).
Vergüenza me dio, y aún más cuando unas cuadras más abajo entrando a la embajada de Trinidad y Tobago me encontré un ambiente magnífico de música isleña, con comida deliciosa, con licores típicos y cuadros y trajes, con gente orgullosa de mostrarle al mundo lo que son y lo que tienen.
Cómo se justifica que esta isla modesta haya sacado a relucir tan en alto su cultura, y nosotros que nos ufanamos de ser tanta vaina hagamos “tremendo papelón”, como dijera mi acompañante, quien salió de la flamante “embajada” colombiana sintiendo vergüenza ajena.
Queda muy en claro que la Sra. embajadora y su cuerpo diplomático representan a esa porción de la población colombiana que prefieren educarse tan lejos del país, lo conocen tan poco y por ende lo personifican tan mal, que el único dato interesante que se les ocurrió decirle a quienes visitamos el edificio fue que “el arquitecto es un descendiente de Luis XIV”. Señora embajadora si eso es lo único que tiene para decir de nosotros le sugiero encarecidamente que le de paso a quien sí saque la cara por un país que tanto lo necesita.
Este evento es denominado Passport DC. La embajada de Colombia en Washington abrió las puertas de la residencia este Sábado 17 de Mayo.Después de haber disfrutado del rico despliegue cultural que se hizo presente en embajadas como las de Haití y la República Checa unos días atrás, esperaba con gran anticipación la muestra que nuestra embajada daría a la sociedad "Washingtoniana".
Lamento tener que decir que lo que me lleve fue un choque cultural. No se a que país estaba queriendo representar la señora embajadora, Carolina Barco Isakson, pero lo que allí encontré fue un despliegue que brillaba por su total desconexión con lo que es Colombia.
Esto era un edificio fantasmal, con un mapa del país arrinconado en una orilla, las hamacas tradicionales tiradas en una mesa, unas cuantas pinturas abstractas que aún me pregunto qué tienen que ver con los paisajes de nuestra tierra (a menos que para la Sra. embajadora estos cuadros incongruentes representen la visión que ella tiene de nuestro país), la música a un volumen no apto para el oído humano y saliendo de una grabadora.
Quizás lo único netamente representativo de nuestra tierra, y casi alegórico de la situación de nuestro país, era una mísera bandeja charolada con un "aperitivo" de bocadillo con queso que alcanzó para los primeros 20 que, al igual que yo, hicieron el recorrido en menos de cinco minutos.
En mi opinión queda muy en claro a que sector de la población Colombiana representa nuestra embajada, que no concibe el pueblo, que no entiende que Colombia es tanto negros y blancos como indígenas como mulatos; que desconoce de los sombreros vueltiaos, del barro con que se hacen las diversas artesanías que representan los tantos y tan diversos pueblos del país; que jamás se habrá puesto un traje típico para bailar la cumbia o el sanjuanero; que ni se inmutará al son de un bullerengue.
Lo que hay aquí en Washington es una embajada que no aprecia los maravillosos paisajes cafeteros, que no hace alarde de la riqueza de flora y fauna colombiana (por que no había una miserable flor, ni una guacamaya si quiera como para que los gringos dijeran “cliché”).
Vergüenza me dio, y aún más cuando unas cuadras más abajo entrando a la embajada de Trinidad y Tobago me encontré un ambiente magnífico de música isleña, con comida deliciosa, con licores típicos y cuadros y trajes, con gente orgullosa de mostrarle al mundo lo que son y lo que tienen.
Cómo se justifica que esta isla modesta haya sacado a relucir tan en alto su cultura, y nosotros que nos ufanamos de ser tanta vaina hagamos “tremendo papelón”, como dijera mi acompañante, quien salió de la flamante “embajada” colombiana sintiendo vergüenza ajena.
Queda muy en claro que la Sra. embajadora y su cuerpo diplomático representan a esa porción de la población colombiana que prefieren educarse tan lejos del país, lo conocen tan poco y por ende lo personifican tan mal, que el único dato interesante que se les ocurrió decirle a quienes visitamos el edificio fue que “el arquitecto es un descendiente de Luis XIV”. Señora embajadora si eso es lo único que tiene para decir de nosotros le sugiero encarecidamente que le de paso a quien sí saque la cara por un país que tanto lo necesita.