Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Un poco de la historia de esta receta
Si en su producción literaria Juan Rulfo recreó un pueblo sombrío cuyos murmullos ensordecedores expresan el deseo de calma, en su relación epistolar con Clara Aparicio exhortó la nitidez del amor. Un sentimiento rebosado por la esperanza, del mismo modo que se extiende la gota de agua en la tierra para crear nuevas formas provocativas.
“¿Sabes una cosa? He llegado a saber, después de muchas vueltas, que tienes los ojos azucarados. Ayer nada menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas, y resultó que la boca me supo a azúcar; ni más ni menos, a esa azúcar que comemos robándonosla de la cocina, a escondidas de la mamá, cuando somos niños.”
Por ser el amor un asunto tan irracionalmente serio, a él, entonces un veinteañero le supo a copos de azúcar, esa que salpica el postre en el plato, la brisa de los bosques, el agua de los ríos. También a duraznos recién cosechados, grandes, frescos, de piel sedosa y carnes jugosas que le hacían exagerar el delirio, por supuesto, como resulta natural a esa edad.
“También he concluido por saber que los cachetitos, el derecho y el izquierdo, los dos, tienen sabor a durazno, quizá porque del corazón sube algo de ese sabor. Bueno, la cosa es que, del modo que sea, ya no encuentro la hora de volverte a ver. No me conformo, no; me desespero. Ayer pensé en tí, además, pensé lo bueno que sería yo si encontrara el camino hacia el durazno de tu corazón; lo pronto que se acabaría la maldad a mi alma.”
El amor está hecho de metáforas. Juan Rulfo lo midió en los kilómetros desde donde, quizás ciudad de México sembró un hueso de durazno hasta donde, quizás Guadalajara se encontraba Clara. “Por lo pronto, me puse a medir el tamaño de mi cariño y dio 685 kilómetros por la carretera. Es decir, de aquí a donde tú estás. Ahí se acabó. Y es que tú eres el principio y fin de todas las cosas.” Para esta receta la alusión es la sinfonía entre unos duraznos a las brasas y una miel de flor de Jamaica que no necesita nada más que agua y azúcar para ser bellísima y única.
Para destacar: “Resplandor de epifanías”, una receta inspirada en un poema de Gabriela Mistral
Gastronomía: Latinoamericana .
El mezcal, el whisky o el aguardiente, son algunos licores que puedes añadir a esta receta
- Tiempo de preparación: 40 minutos.
- Tiempo de cocción: 15 minutos.
- Porciones: 2.
Ingredientes
- 2 duraznos / melocotón
- 1 cucharada de azúcar morena
- 3 cucharadas de mezcal o tequila o el licor de preferencia (ron, whisky, aguardiente)
- 1 taza de flor de Jamaica seca
- 1 taza de azúcar blanca (más o menos, depende del gusto).
- 1 taza de agua
“Reminiscencias”, una torta navideña inspirada en un cuento de Truman Capote
Preparación
Primero la miel de flor de Jamaica
Llevar a punto de ebullición la flor de Jamaica con el agua. Retirar y colar.
Agregar azúcar blanca al agua infusionada.
Llevar nuevamente a fuego muy bajo hasta que espese. Reservar.
Luego los duraznos
Lavar muy bien los duraznos y cortarlos a la mitad. Retirar la semilla.
Especiar con el licor y el azúcar morena.
Disponer en una parrilla o asador hasta que la carne se sienta blanda y dorada.
Servir los duraznos muy calientes con abundante miel de flor de Jamaica. El sabor cítrico y dulzón va muy bien en días soleados o de lluvia, después de un plato principal, como merienda o para atrever el sentimiento al impulso de la palabra, de ese que solo brota cuando se está rodeado de los silencios del amor.
¡Trucos de la abuela!
Si te gusta la cocina y eres de los que crea recetas en busca de nuevos sabores, escríbenos al correo de Tatiana Gómez Fuentes (tgomez@elespectador.com) o al de Edwin Bohórquez Aya (ebohorquez@elespectador.com) para conocer tu propuesta gastronómica. 😊🥦🥩🥧