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Viajar a territorio colombiano es una experiencia transformadora que va más allá de los paisajes y la cultura; es una conexión visceral que se establece a través de los sabores. Cada región, con su biodiversidad, ofrece un festín de sensaciones que despiertan el paladar al degustar platos autóctonos que sumergen al comensal en historias locales y en la calidez de su gente. Esta interacción entre las personas y los alimentos permite una comprensión más rica de la identidad, y allí cada bocado es un puente que crea lazos que perduran, incluso, después de que el recorrido termina.
A Ana Belén Charry la conocí en una travesía gastronómica mientras saboreábamos yuca, papa y butifarra. Es antropóloga, chef y una defensora activa de la cocina como lenguaje de unión. Mientras nos tomábamos un jugo de corozo por aquellos días, compartía su profunda ilusión por culminar una investigación que estaba llevando a cabo, un proyecto que plasmaría en un libro la riqueza gastronómica de la sopa, un plato que ha tejido historias a través de generaciones.
Su mirada brillaba al hablar de cómo cada receta encierra recuerdos y tradiciones, convirtiéndose en un símbolo de la calidez del hogar colombiano y dejando en evidencia la importancia del impacto cultural de esta comida reconfortante. En cada palabra reflexionaba sobre la importancia de preservar estas tradiciones y darle vida al sueño de mostrar al mundo la esencia de una preparación tan sencilla y profunda a la vez. “Vas a ver que cuando lance mi libro serás la primera en tenerlo en tus manos”. El 16 de octubre cumplió su promesa y vi materializada la celebración de los fogones que tienen como misión acercar a las generaciones actuales y venideras a las sopas que han alimentado durante años a todo un país.
Crecer en la comunidad indígena Cofán en el Putumayo
La gastronomía llegó a la vida de Charry por curiosidad. Asegura que todas las personas primero se dan cuenta de qué les gusta comer antes de cerciorarse que pueden tener habilidades para cocinar, así que explorar sabores le parecía “una aventura extrema”. Asocia la remembranza de su infancia a la crianza atípica que le dieron sus padres, dos antropólogos de profesión que la llevaron a temprana edad a vivir dentro de un resguardo indígena en la comunidad Los Cafanes, un grupo donde toda su esencia gira en torno a la cocina.
Esta experiencia le permitió entender la importancia que tienen los alimentos más allá de la facultad misma de alimentar, un razonamiento que afirma es circular, pero que realmente muestra todo lo que se esconde detrás del lenguaje de los alimentos. “Tengo varios recuerdos de mi niñez narrados desde el testimonio de mi mamá; un momento de mi vida muy ‘chistoso’ y otro donde tuve un choque fuerte entre el mundo Occidental y la gastronomía étnica”.
La antropóloga cuenta que su madre hizo un esfuerzo inmenso dentro de la selva del Putumayo para que tuviera una infancia normativa en términos de alimentación. Ese es su primer recuerdo, todavía la imagina caminando durante varias horas con una mochila llena de compotas de vidrio para darle de comer.
“En ese momento no era consciente de lo que ella estaba haciendo. Crecí viendo a los niños de la comunidad manipulando y comiendo pescados con espinas desde muy pequeños, entonces creí que eso era muy fácil. Era la niña nueva y torpe que intentaba hacer lo mismo rechazando las compotas de la mamá. ¡Me robaba los pescados, estoy confesando un delito! (risas), y me los comía sin saber lo que eso implicaba. Mi mamá vivía angustiada pensando que me iba a atorar, me estaba llevando a la boca un bocachico que tiene entre 15 y 20 espinas, eso es un aprendizaje motriz y gastronómico que no se da así no más”.
El segundo está enmarcado en una época más adolescente cuando se percató de que dentro de Los Cofanes todas las mujeres son importantes, no obstante, son las abuelas las que brillan en la cocina, no desde la idea Occidental del machismo para este oficio, sino porque son quienes le dan vida a los fogones. “Cada vez que afirmo esto me definen como heteronormativa, pero es que ellas en la cocina se volvieron maestras, con tareas puntuales enseñaban a dominar una sola labor”. Pelar arvejas y desempacar, por ejemplo, requiere concentración, es un método de aprendizaje donde la cocina transmite.
“Mi primer tetero”
El caldo de cucha fue la primera sopa que probó. Era una alternativa para alimentarla cuando no había para la colada. Asegura que es una preparación cargada de sabor, de mucho alimento y que su mamá no se la inventó. Hace parte de una tradición marcada del Magdalena y que sustenta las raíces que tiene del Huila, su región de origen, y del Cauca, cuna de su madre.
El pescado moqueado siempre está presente en su paladar y cuando hace un recorrido por su memoria gustativa, recuerda el sabor de la rayana, una sopa que hacen Los Cofanes con plátano rallado o majado. Se declara fanática de la chucula, una bebida batida, -que no es la de chocolate que todo el mundo piensa-, sino la que se prepara con plátano y se come en la Amazonía. “También me gusta el barrilete y la pega, gustos adquiridos de cuando empecé a vivir en la ciudad”.
“La chefsita”
Ana “nunca está quieta”. Cuando no está cocinando, está investigando, dos factores que la han llevado a crear apuestas ambiciosas como la de una chiva que busca dignificar la cocina colombiana. “Este proyecto salió de mi tesis de grado. Hicimos la inversión en una chiva (buses escalera que tienen sus raíces en las zonas rurales de Colombia) con el propósito de mostrar la unión entre los alimentos y la cultura del país, y cuando ya teníamos todo listo cayó la pandemia, fue durísimo porque yo quería salir a recorrer Colombia y la vida me exigió quedarme encerrada”.
La investigación fue la que oxigenó sus días en ese momento, gracias a ella la gastronomía y la antropología lograron fusionarse volviéndose un tangible digital. La chiva migró a pequeñas cápsulas y cursos para grupos pequeños donde las personas aprenden de cocina colombiana.
“Siempre he pensado que los antropólogos no van más allá de la comodidad de la crítica, así que pensar en estas dos ramas mezcladas, hacía que me cuestionara mucho, especialmente cuando estudié cocina, porque se basaban mucho en los hechos, dejando a un lado la investigación. Entonces encontrar ese punto, el justo equilibrio, me enseñó que había que hacerlo indagando acerca de la sazón en cada receta”.
El arte de cocinar 100 sopas colombianas
Charry está estrenando doble maternidad. Hace pocos meses le dio vida a su primer hijo, Kevin Lorenzo, y en el que va en curso nació su primera entrega literaria “100 sopas colombianas”, un libro que como ella misma lo cuenta, “se cocinó con mucho esfuerzo y por mucho tiempo”. No quería que su publicación fuera light, más bien buscaba páginas que se convirtieran en pedagogía y herencia para muchos, mientras ella cumplía otro de sus sueños: ser autora.
“Si en este momento me pides cerrar los ojos y cruzar los dedos para decirte qué quiero ser más adelante, diría que deseo profundamente que cuando mis hijos me estén enterrando digan “esa vieja sí que escribió bueno para la cocina colombiana”, ese es mi anhelo más grande en la vida. Este es el primer pasito, la primera materialización de llamar a los sueños, meta. Es un trabajo de muchas quemadas, de muchos fogones y de involucrarse en el entendimiento de la identidad de algunos departamentos”.
Su exploración geográfica arrancó con un listado preliminar basándose en pura investigación, aun sabiendo que existen más de 100 sopas dentro de todo Colombia, “seguro que podría hablarle a la gente de unas 310 creaciones más que creo tener mapeadas. Llevo años haciendo contenido de recetas enfocadas en temas gastronómicos colombianos, eso también ha hecho que la curiosidad me llevé a donde he querido”.
Ana Belén ha encontrado varios amigos en su camino con los que comparte la misma pasión por el arte de cocinar, son pertenecientes al gremio y la han llevado a conocer rincones que en ningún momento creyó pisar. Sus descubrimientos en Chocó, Vaupés y Amazonas le han abierto la cabeza, pero el tiempo y el trabajo son los que le han permitido construir un mapa materializado en un libro donde la diversidad habla por sí sale exponiendo los saberes ancestrales de la despensa colombiana.
“Mientras estaba escribiendo -y lo digo con mucho respeto hacia otros autores- me di cuenta de que todavía teníamos una mirada muy colonialista en preparaciones como el ajiaco, una sopa 100 % creada desde la llegada de los españoles al territorio. No es fortuito el hecho de que sea más importante en este momento en nuestra cocina y la sintamos tal vez un poquito más propia y más cercana que otras sopas colombianas como la de piangua o la seca de novios”.
El mayor desafío a la hora aterrizar su idea literaria fue la categorización. Inicialmente, pensó en escribir las sopas por departamentos, entendiendo que son una división política que se tiene dentro de un territorio, pero que es una división impuesta, así que cuando comenzó a analizar en términos gastronómicos el país, teniendo referentes importantes en investigación, pudo ver que esas fronteras son demasiado fluidas al momento de recorrer el territorio. “Nosotros estamos conectados, deberían dejar de separarnos por términos de impuestos, porque al final, nos unen los lazos de hermandad gastronómica”.
La huilense afirma que su libro no es de cocina, sino que es solo un escalón para resaltar las riquezas colombianas teniendo una única misión en las manos de quienes lo vayan a usar en sus casas: preservar un alimento que ha estado presente en las mesas colombianas durante años, combinando sabores, historia y cultura.
“Las sopas no son “el patito feo” de la gastronomía”
Le encanta la sopa y asegura que no comparte esa característica con Mafalda, personaje creado por el humorista gráfico Quino. No obstante, sí se siente identificada con aquella niña idealista que representa “la aspiración utópica de un mundo mejor” en la gastronomía. De ahí que no se extrañe cuando recuerda que la conquistaron con un sancocho de gallina. “Para mí era un filtro importantísimo al momento de tener una pareja que fuese lo suficientemente competente para que el día que yo estuviera mal, pudiera hacerme una sopita para sacarme de la cama...mejor dicho, de la mala, (risas)”.
Esta preparación es el lenguaje de Ana Belén Charry, una fiel creyente de que añadir un poquito más de agua para rendir, habla del significado real de la cocina: la abundancia a la hora de compartir. Para ella, se trata de saborear las creaciones de aquellos que encuentran en los ingredientes un “círculo más cercano para despertar en otros lo que llevan por dentro”.
“La herencia de las sopas en las casas viene del fanatismo de las mamás”, lo dice con plena certeza asegurando que estas marcan momentos de definición de una adolescencia gustativa que construye la identidad del ser humano donde se desarrollan decisiones gastronómicas donde “llevan del bulto” estas milenarias del sabor.
Teniendo su propia obra en las manos manifiesta en esta conversación que las recetas se están perdiendo, dice que la gastronomía, al menos con esta preparación está contrareloj. “Las personas que tienen este conocimiento se están yendo de este mundo, y eso es muy grave, no hemos dimensionado el impacto que puede tener eso en las cocinas colombianas. La sazón es una conquista de la vida y guardar y escribir estas recetas es simplemente hacerle un homenaje a muchas vidas y a muchos aprendizajes”.
Cocina al instante
¿A qué le tiene miedo?
A las gallinas.
Su mejor receta hasta hoy
El caldo de pajarilla.
¿Qué es lo mejor de cocinar?
Uy, comer.
Si tuviera que elegir a un chef o una chef para dirigir un restaurante, ¿quién sería y por qué?
Luz Dary Cogollo porque es una cocinera que demuestra lo que significa creer en tu brigada, eso es lo que se necesita para sacar adelante un plato.
Un sueño constante
No duermo últimamente porque estoy lactando.
La última vez que preparó una sopa
Hace dos días.
¿Cómo se rescata la riqueza gastronómica del país?
Desde la certeza de que uno no tiene todas las respuestas y entendiendo que uno está intentando, simplemente contribuirle desde lo que sabe. Aquí quiero decir que las verdaderas masterchefs son las abuelas de este país. Todo el reconocimiento debería ser para ellas, mujeres que exaltan sus conocimientos en un espacio que es sagrado. Eso es lo que yo estoy intentando.
¿Sigue haciendo la cocina “un lenguaje de unión en todo el sentido”?
Sí, y defiendo esa teoría hasta la muerte.
¿Qué no le gusta comer?
El brócoli, me da una alergia terrible.
Un refrán para aplicar en la vida
La distancia no es olvido.
¿Una sopa para curar el guayabo?
El caldo de domingo del Huila.
¿Y para enamorar?
A mí me conquistaron con un sancocho de gallina.
¿Una canción para cocinar una buena sopa?
Cualquiera de Andrés Cepeda, soy su fan número uno.
Si te gusta la cocina y eres de los que crea recetas en busca de nuevos sabores, escríbenos al correo de Tatiana Gómez Fuentes (tgomez@elespectador.com) o al de Edwin Bohórquez Aya (ebohorquez@elespectador.com) para conocer tu propuesta gastronómica. 😊🥦🥩🥧