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Un poco de la historia de esta receta
Como sentimiento El amor en los tiempos del cólera es resistencia. En palabras de García Márquez diríase mejor, una especie de guerra final que busca derrotar el tiempo y los obstáculos hasta lograr un reencuentro placentero con lo platónico. Por eso, la estrategia de Florentino Ariza exigió obstinación mientras su silencio se manifestaba en la escritura de cartas para enamorados. Para este hombre, el amor como principio y final de todas las cosas tiene rostro y nombre de mujer: Fermina Daza.
Pero ésta es también una historia cruzada por la muerte y los pasajes culinarios. Al comienzo muere Jeremiah de Saint-Amour; al final, América Vicuña. Los dos de amor: a la vida y a lo prohibido, aunque el parte médico dijera que fue por: inhalar cianuro e ingerir láudano. Ente muerte y muerte, la cocina se envuelve en sudores de pasión: El sí de Fermina condicionado a no comer nunca la berenjena maldita, el amor contrariado de Florentino que solo es comparable con el olor de las almendras amargas.
Por su parte, la muerte del doctor Juvenal Urbino se produce entre los hervores de una sopa para la cena y las frondas de un árbol de mango. Fermina está en la cocina probando la sopa cuando oye gritos provenientes del patio. Hace lo que quizás haría cualquiera en su lugar: tirar la cuchara, correr aturdida para saber qué sucede. Su esposo que está en agonía la espera debajo del ramaje florecido para decirle: “Solo Dios sabe cuánto te amé”.
Podría decirse con riesgo mínimo de equívoco que en el patio de cada casona de clima cálido hay sembrado un palo de mango. Ese árbol de hojas agudas, verdes, luminosas, protectoras espera paciente las tardes veraniegas para convertirse en punto de encuentro para recibir el fresco, escuchar entre sueños los sonidos de la calle, hablar de negocios, continuar una parranda, tomar la merienda, abrazar el amor o como en este caso, para morir por accidente.
Después de la muerte del doctor Urbino, después de que Fermina aceptara al fin el amor de Florentino, después de la duda, de que el árbol siguiera creciendo y dando frutos, ella toma una decisión definitiva: quemar toda la ropa de su marido, regalar el loro. Sobre todo, y en contra del pasmo que su faena generó en toda la ciudad: cortar de raíz el palo de mango. Esa fue en últimas su forma de permitirse volver a vivir, estar libre, sin rabia, a su modo.
No se sabe si la sopa de aquella noche también quedó eliminada del menú familiar. ¿Cuántas delicias pudieron haberse preparado con esos mangos que dejaron de crecer? Quizás una limonada de mango bien fría, fresca, picante que ayude a vaciar los amores deslumbrados, los acomodados, los prohibidos, los ocasionales, los líricos, todos, como los de esta historia.
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Gastronomía: Latinoamericana .
Decora con trocitos de mango
- Tiempo de preparación: 15 minutos.
- Tiempo de cocción: 0 minutos.
- Porciones: 2.
Ingredientes
- 2 mangos grandes
- 4 limones jugosos
- 1 taza de hielo
- 2 cucharadas del endulzante de su preferencia (opcional)
- Sal y pimienta al gusto
- 1/2 taza de agua (según se requiera)
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Preparación
Previamente picar todo el mango en cubitos. Reservar un poco y congelar el resto durante dos a tres horas.
En la licuadora, poner el mango congelado, el jugo de los limones, el endulzante, el hielo. Licuar hasta que se haga la limonada.
Disponer la sal y pimienta en un plato. Humedecer el borde del vaso con jugo de limón. Rebosar el borde con la sal y pimienta y en el fondo del vaso poner los cubos de mango que reservaste. Servir la limonada muy fría
¡Trucos de la abuela!
Si te gusta la cocina y eres de los que crea recetas en busca de nuevos sabores, escríbenos al correo de Tatiana Gómez Fuentes (tgomez@elespectador.com) o al de Edwin Bohórquez Aya (ebohorquez@elespectador.com) para conocer tu propuesta gastronómica. 😊🥦🥩🥧