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El torrente de información sobre los efectos benéficos del vino no deja de fluir.
Compuestos presentes en los tintos -como resveratrol y taninos- han llevado a concluir que su ingesta periódica previene enfermedades cardíacas y artrosis, reduce el riesgo de ciertos tipos de cáncer, aumenta los niveles de omega 3, aminora el proceso de envejecimiento y controla el colesterol.
Otra historia es cuando se devela su condición como fuente calórica, justo en momentos en que la sociedad busca disminuir la ingesta de calorías ante el temor de sufrir de sobrepeso, trastornos mentales, diabetes y riesgos cardiovasculares. Sugiero no entrar en pánico, pero conviene reflexionar sobre algunos puntos.
La presencia de componentes calóricos en el vino proviene de dos fuentes. Una es el alcohol derivado de la fermentación del jugo azucarado y la otra es el porcentaje residual de sacarosa que las levaduras no alcanzan a transformar en alcohol. Y en tercer lugar está el caso de algunos espumosos, que reciben adiciones de azúcar para suavizar su efecto en boca.
Algunas variedades de uva, tanto tintas como blancas, son naturalmente calóricas, porque al necesitar buena insolación para madurar producen más azúcar y, en consecuencia, más alcohol. Sin embargo, la producción de sacarosa disminuye cuando las vides crecen en zonas de altura o en climas frescos. Una regla elemental es consumir vinos secos en vez de dulces.
Una copa de vino aporta, en promedio, 130 calorías. El portal del National Health Service, de Gran Bretaña, dice que “beber cuatro botellas al mes se traduce en 27.000 calorías al año, es decir, el equivalente de 48 hamburguesas Big Mac”.
La gente debiera poder leer esta información en las contraetiquetas, pero las bodegas no la suministran. Como tampoco suministran datos sobre aditivos químicos utilizados para estabilizar los procesos de producción. Como guía, detallo la cantidad de calorías presentes en los distintos tipos de vino producidos en el mundo (la medida estándar es cinco onzas por copa):
Vino tinto seco, 125 calorías; vino seco blanco, 120 calorías; vino blanco dulce, 140 calorías; vino rosado, 120 calorías; espumosos tradicionales, 95 calorías, y Oporto, 230 calorías.
Ante esta tendencia, existe un progresivo movimiento hacia vinos bajos en calorías o ausentes de ellas (los no alcohólicos, por ejemplo). Y ya es posible comprar en mercados como Estados Unidos, Europa y Australasia vinos blancos o tintos con 20 calorías por copa. Es decir, la quinta parte del estándar habitual de la industria. O cero calorías, en el caso de los vinos sin alcohol. Los nuevos productos se valen de sugestivos nombres como Light Hearted, Skinny Girl o Mind & Body, y se promueven con imágenes de personas atléticas y delgadas.
Por ahora nuestro mercado está aún lejos de llegar ahí. Pero lo hará.