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De un tiempo para acá, cobra preeminencia el rescate de las variedades patrimoniales de Chile y Argentina, las cuales, desde el siglo XV, pusieron los cimientos de la cultura del vino en América. Este renacer ha tardado casi 200 años, pues las vides ancestrales fueron relegadas y casi olvidadas como resultado de la supremacía varietal francesa en los países australes.
La estirpe de las criollas apunta a la Listán Prieto, un cultivar español traído por los Conquistadores desde Tenerife, en las Islas Canarias, punto vital de repostaje durante la colonización americana.
Según el Atlas Mundial del Vino, editado por Jancis Robinson y Hugh Johnson, la Listán es el corazón de la Criolla Chica argentina, la País chilena, la Misiones californiana y la Criolla Negra peruana. Y su DNA figura en cruces argentinos como Criolla Grande, Cereza, Torrontés Riojano –linaje de la actual Torrontés–, y Quebranta (Perú).
Al parecer, los Conquistadores no transportaron plantas o esquejes de la Listán (dado el riesgo del viaje marítimo y de los posteriores desplazamientos terrestres), sino que convirtieron los frutos en uvas pasas porque, así, garantizaban la protección de las semillas para después plantarlas.
Según, Pablo Lacoste, investigador chileno, las transformaciones de la Listán han vivido un largo “proceso de ascenso, hegemonía, declinación y resurgimiento”.
En un completo ensayo para la revista SciELO Analytics y titulado " La variedad de uva País (Listán Prieto) en el Cono Sur de América: trayectoria histórica”*, Lacoste recalca que la Listán tendió las amarras de la actual vitivinicultura americana. Y señala, citando en su texto a varios autores, que la imposición de la hegemonía francesa (entre los siglos XVIII y XIX) “dejó a la uva País de Chile [al igual que a la Criolla Chica en Argentina] en un cono de sombra”. La País, por ejemplo, quedó acotada a las viñas campesinas, manteniendo su identidad como componente de vinos y bebidas típicas. En su actual resurgimiento, los viñedos históricos de la País en el sur de Chile han renacido, lo mismo que los de Calingasta, en Argentina.
Lacoste argumenta que el nuevo momento para la País y para la Criolla Chica se da tanto desde la perspectiva de la identidad, como por la revaloración de los vinos en sí mismos, debido a su fuerte connotación patrimonial.
Resulta relevante que el regreso de las vides ancestrales –manejadas hoy con pericia contemporánea– esté colmado de medaallas y justos reconocimiemtos. Y las criollas de ambos países ya figuran en los listados de vinos de restaurantes y vinotecas. Y no menos importante es que los mayores exponentes de la francomanía ahora las promueven y defienden.
Igual sucede con otros modestos cepajes mediterráneos como Garnacha y Cariñena, también acogidos con vigor en el Cono Sur. Pero, bueno, este será tema para otro momento.
*Artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia de Creative Commons.