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Momento esperado

Entre Copas y Entre Mesas.

Hugo Sabogal
12 de diciembre de 2021 - 02:00 a. m.
Imagen de la sala de barricas de Masseto. / Archivo particular
Imagen de la sala de barricas de Masseto. / Archivo particular
Foto: Archivo Particular
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En 1946, el marqués Mario Incisa della Rocchetta -viñatero de Piamonte, en el norte de Italia, donde su familia había echado raíces desde el siglo XI- se mudó con su esposa a Bolgheri, una pequeña villa costera situada en la región central de Toscana.

Los Incisa se familiarizaron con la elaboración de vinos desde el siglo XIII, cuando uno de sus antepasados alquiló parte de la propiedad a monjes dedicados al cultivo de la vid.

Por lo tanto, Mario no llegó a Bolgheri con las manos vacías. Su obsesión era igualar a la región francesa de Burdeos en la elaboración de vinos tintos de pedigrí. Plantó cepas de Cabernet Sauvignon, compradas a la afamada casa Château Lafite.

Pronto descubrió que Bolgheri -dedicada por siglos a la producción de vinos intrascendentes hechos con Sangiovese- no solo era ideal para la Cabernet, sino para otras castas francesas como Merlot, Cabernet Franc y Petit Verdot.

Para no provocar a los lugareños, Incisa destinó el vino exclusivamente para consumo personal. Pero sus sobrinos Piero y Ludovico Antinori, pertenecientes a otro clan con siglos de tradición, decidieron darlo a conocer en público. Así nació Sassicaia, bodega que pronto se convertiría en germen de otros tesoros enológicos como Tignanello, Ornellaia, Solaia y Masseto, todos inspirados en el modelo bordelés.

Por trabajar al margen del sistema oficial de denominaciones de origen, las autoridades italianas los agruparon bajo el calificativo de “Vinos de mesa”. Pero una vez descubiertos y aplaudidos por la crítica mundial, recibieron el apelativo de supertoscanos.

Debido a su alto nivel de excelencia, son vinos codiciados por consumidores pudientes y coleccionistas. Como se producen en bajas cantidades, resultan difíciles de obtener, por lo que sus precios superan muchas veces los mil dólares por botella.

Masseto llega a Colombia de la mano del importador especializado Maestri Milano. Por invitación suya, acabo de encontrarme frente a frente con Masseto y Massetino (su hermano menor), cuyo manejo del cepaje Merlot los pone en pie de igualdad con Petrus, la nave insignia francesa de la variedad. Las uvas provienen de un viñedo de 6,6 hectáreas, con una producción total de 40.000 botellas (30.000 de Masseto y 10.000 de Massetino).

En una sobria y amigable degustación, dirigida por Vianney Graveraux, director de ventas y mercadeo global de Masseto, pasamos revista a las intimidades de la bodega y a sus conexiones con el resto de los supertoscanos. Ludovico Antinori, también creador de Ornellaia, la fundó en 1981. Diez años más tarde, la californiana Robert Mondavi compró Ornellaia y Masseto, y en 2005 la adquirió la familia Frescobaldi, otra histórica estirpe enológica de Toscana. Entre otros, es responsable del vino Brunello di Montalcino.

Pese a condiciones topográficas adversas, Ludovico plantó Merlot en un suelo único de difícil manejo, compuesto por una greda azul-grisácea, formada en la era del Pleoceno.

La primera cosecha de Merlot se obtuvo en 1986 y se llevó las palmas. Y, desde entonces, no ha dejado de asombrar. En 2001 obtuvo 100 puntos del crítico Robert Parker, lo que convirtió a Masseto en un vino coleccionable, con una capacidad de guarda de 30 años.

Es un vino de color oscuro, frutal, especiado y opulento, con aromas complejos de cerezas y ciruelas maduras. A pesar de la firmeza de sus taninos, es suave y sedoso, y de un final prolongado.

Enfrentado a un torrente vital de historias líquidas, siempre quise darles este placer a mis papilas. Y el momento llegó.

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