Nuevo norte chileno
Desde hace 20 años, cuando escribí sobre el desarrollo de los Valles de Limarí y Elqui como pilares de la entonces frontera nortechilena, han sido descubiertos dos nuevos y desafiantes valles como Copiapó y Huasco, donde las condiciones extremas para trabajar la tierra anticipan pocos éxitos y muchos fracasos.
Algo fascinante que ofrece la producción de vinos en países como Argentina y Chile es que sus fronteras se extienden al ritmo de la curiosidad de sus creadores, tanto en el eje norte como en el eje sur.
Lo que anima a estos buscadores es acrecentar la paleta de aromas y sabores hasta el punto de conseguir vinos inimitables, desligados de aquellos referentes franceses, españoles o italianos que los guiaron en sus comienzos. Vinos que al olerlos y degustarlos no puedan ser de otra parte.
Desde hace 20 años, cuando escribí sobre el desarrollo de los Valles de Limarí y Elqui como pilares de la entonces frontera nortechilena, han sido descubiertos dos nuevos y desafiantes valles como Copiapó y Huasco, donde las condiciones extremas para trabajar la tierra anticipan pocos éxitos y muchos fracasos.
Pero no ha sido así. Pese a las penurias de obtener uvas capaces de convertirse en vino, las botellas obtenidas hablan por sí solas. Y los premios, también
El Valle de Huasco, en particular, está situado en pleno desierto de Atacama, el más árido del mundo. A primera vista, hablamos de un panorama donde resultaría imposible la vida. Sin embargo, es aquí, en este entorno extremo, donde los vinos se muestran tan diferentes como excepcionales.
Huasco se subdivide en dos regiones: Huasco Costa y Huasco Alto.
Los viñedos de Huasco Costa están plantados a 20 kilómetros del Océano Pacífico, bajo un sol canicular, en un área dominada por la salinidad. Eso sí, reposan sobre envidiables formaciones calcáreas.
En las horas matinales, las vides se cubren de una densa neblina y se mecen al vaivén de las brisas costeras. Para hidratarlas, los productores recurren a las aguas impolutas del río Huasco, provenientes del deshielo de la cordillera.
Son vinos de acidez marcada y sabores intensos, que transmiten notas minerales y salinas, lo mismo que expresiones de complejidad y elegancia inconfundibles.
Para bodegas como Ventisquero (con sus marcas Tara y Kalfu), lo mismo que para Viña Buena Esperanza y Viña Kunsa, los vinos logrados en Huasco Costa son una recompensa a diez años de intenso trabajo y no pocos altibajos.
Sauvignon Blanc y Chardonnay son las variedades blancas que mejor se expresan en un entorno como el de Huasco Costa. Con acidez marcada y crujiente, y cristalinas sensaciones frutadas y cítricas, estos blancos se convierten en ejemplares inconfundibles en el hemisferio americano. Igual ocurre con las variedades tintas Syrah y Pinot Noir. Huasco Alto, hacia el interior y a mayor altura, se dedica a la elaboración de ‘pajarete’, un tipo de vino fresco, dulce y aromático. Nada que ver con Huasco Costa.
Comparto la opinión de otros seguidores de las nuevas realidades del vino chileno, en el sentido que tanto los tintos como los blancos de esta nueva frontera norte ponen la vara muy en alto, con la garantía de no ser imitadores de nadie.
Algo fascinante que ofrece la producción de vinos en países como Argentina y Chile es que sus fronteras se extienden al ritmo de la curiosidad de sus creadores, tanto en el eje norte como en el eje sur.
Lo que anima a estos buscadores es acrecentar la paleta de aromas y sabores hasta el punto de conseguir vinos inimitables, desligados de aquellos referentes franceses, españoles o italianos que los guiaron en sus comienzos. Vinos que al olerlos y degustarlos no puedan ser de otra parte.
Desde hace 20 años, cuando escribí sobre el desarrollo de los Valles de Limarí y Elqui como pilares de la entonces frontera nortechilena, han sido descubiertos dos nuevos y desafiantes valles como Copiapó y Huasco, donde las condiciones extremas para trabajar la tierra anticipan pocos éxitos y muchos fracasos.
Pero no ha sido así. Pese a las penurias de obtener uvas capaces de convertirse en vino, las botellas obtenidas hablan por sí solas. Y los premios, también
El Valle de Huasco, en particular, está situado en pleno desierto de Atacama, el más árido del mundo. A primera vista, hablamos de un panorama donde resultaría imposible la vida. Sin embargo, es aquí, en este entorno extremo, donde los vinos se muestran tan diferentes como excepcionales.
Huasco se subdivide en dos regiones: Huasco Costa y Huasco Alto.
Los viñedos de Huasco Costa están plantados a 20 kilómetros del Océano Pacífico, bajo un sol canicular, en un área dominada por la salinidad. Eso sí, reposan sobre envidiables formaciones calcáreas.
En las horas matinales, las vides se cubren de una densa neblina y se mecen al vaivén de las brisas costeras. Para hidratarlas, los productores recurren a las aguas impolutas del río Huasco, provenientes del deshielo de la cordillera.
Son vinos de acidez marcada y sabores intensos, que transmiten notas minerales y salinas, lo mismo que expresiones de complejidad y elegancia inconfundibles.
Para bodegas como Ventisquero (con sus marcas Tara y Kalfu), lo mismo que para Viña Buena Esperanza y Viña Kunsa, los vinos logrados en Huasco Costa son una recompensa a diez años de intenso trabajo y no pocos altibajos.
Sauvignon Blanc y Chardonnay son las variedades blancas que mejor se expresan en un entorno como el de Huasco Costa. Con acidez marcada y crujiente, y cristalinas sensaciones frutadas y cítricas, estos blancos se convierten en ejemplares inconfundibles en el hemisferio americano. Igual ocurre con las variedades tintas Syrah y Pinot Noir. Huasco Alto, hacia el interior y a mayor altura, se dedica a la elaboración de ‘pajarete’, un tipo de vino fresco, dulce y aromático. Nada que ver con Huasco Costa.
Comparto la opinión de otros seguidores de las nuevas realidades del vino chileno, en el sentido que tanto los tintos como los blancos de esta nueva frontera norte ponen la vara muy en alto, con la garantía de no ser imitadores de nadie.