Sobre colecciones y coleccionistas
No es el caso de los megacoleccionistas, quienes llegan al extremo de construir edificios de cientos de metros cuadrados o de socavar cuevas subterráneas para mantener inventarios que seguramente nunca beberán.
Siempre he sido de esta idea: los vinos y los espirituosos se aprecian mejor si se descorchan y se abren para disfrutarlos. Esa opción de archivarlos en grandes volúmenes, como objetos de admiración, va contra su propósito inicial: consumirlos. Exceptúo a quienes van liberando lo que guardan a la espera de que una botella alcance su cúspide. Aquí, los escaparates actúan como recintos temporales, donde estas creaciones esperan liberarse del encierro.
No es el caso de los megacoleccionistas, quienes llegan al extremo de construir edificios de cientos de metros cuadrados o de socavar cuevas subterráneas para mantener inventarios que seguramente nunca beberán.
La cava más titánica de todas se encuentra en Moldavia, hermoso país vitivinícola de Europa oriental, que perteneció a la Unión Soviética. Allí, en 2019, el viñatero Milesti Mici abrió las puertas de una monumental gruta, con motivo de los cincuenta años de su bodega. Guarda bajo tierra dos millones de botellas. El recorrido por los nichos de cemento, tipo cementerio antiguo, suma 250 kilómetros, y hay que hacerlo en vehículo motorizado.
El trazo es similar al de una ciudad, con calles y avenidas, a las que se les asigna un nombre relacionado con la enología. Esta muestra subterránea ya aseguró su lugar en el Libro Guinness de Records y está abierta al público. Le sigue, en volumen, con 750.000 botellas, el restaurante Bern’s Steakhouse, abierto en 1956, en Tampa, Florida. Guarda célebres marcas de California y Francia, y para que lo exhibido no se convierta en adorno, ofrece una carta de vinos por copa con doscientas opciones, que se pueden acompañar con carpaccio de Chateaubriand, foie gras a la plancha, ostras con caviar o confit de pato.
En tercer puesto lo ocupa la galería de vinos del Hotel París, de Montecarlo, construida en 1874, como un anexo del edificio principal. Ocupa un espacio de 1.500 metros cuadrados, donde se mantienen 600.000 botellas. Algo se vende, gracias a un restaurante con tres estrellas Michelin. Y es posible alquilar un reservado, como lo hicieron los príncipes Rainiero y Grace, de Mónaco, cuando celebraron sus veinte años de matrimonio.
Los coleccionistas privados también tienen asiento en este círculo de la abundancia.
El francés Michel-Jack Chasseuil construyó un sótano debajo de su casa privada, en La Chapelle-Bâton, al occidente de Francia, donde alberga 40.000 botellas de los más exclusivos vinos franceses y del mundo. Chasseuil, de ochenta años, rebautizó su cava como “El Louvre del Vino” y se precia de decir que no abrirá sus botellas, sino que las mantendrá como un tesoro artístico. Este coleccionista llega a cobrar US$600 por entrar a mirar.
En 2014, Chasseuil fue objeto de un intento de robo. Los asaltantes amenazaron con matarlo si no les daba acceso a los vinos de colección. Pero las pesadas puertas de hierro nunca se abrieron. Se marcharon con quince cajas de vinos modestos y algunas pertenencias del vehículo de la víctima.
Otros grandes coleccionistas incluyen al inversionista alemán Hardy Rodenstock, al restaurador californiano Leslie Rudd, a sir Alex Ferguson, exdirector técnico del Manchester United, y al compositor inglés Andrew Lloyd Webber, todos dueños de cavas con miles de botellas. Ferguson y Lloyd-Webber han recurrido últimamente a las subastas para monetizar su inversión.
Siempre he sido de esta idea: los vinos y los espirituosos se aprecian mejor si se descorchan y se abren para disfrutarlos. Esa opción de archivarlos en grandes volúmenes, como objetos de admiración, va contra su propósito inicial: consumirlos. Exceptúo a quienes van liberando lo que guardan a la espera de que una botella alcance su cúspide. Aquí, los escaparates actúan como recintos temporales, donde estas creaciones esperan liberarse del encierro.
No es el caso de los megacoleccionistas, quienes llegan al extremo de construir edificios de cientos de metros cuadrados o de socavar cuevas subterráneas para mantener inventarios que seguramente nunca beberán.
La cava más titánica de todas se encuentra en Moldavia, hermoso país vitivinícola de Europa oriental, que perteneció a la Unión Soviética. Allí, en 2019, el viñatero Milesti Mici abrió las puertas de una monumental gruta, con motivo de los cincuenta años de su bodega. Guarda bajo tierra dos millones de botellas. El recorrido por los nichos de cemento, tipo cementerio antiguo, suma 250 kilómetros, y hay que hacerlo en vehículo motorizado.
El trazo es similar al de una ciudad, con calles y avenidas, a las que se les asigna un nombre relacionado con la enología. Esta muestra subterránea ya aseguró su lugar en el Libro Guinness de Records y está abierta al público. Le sigue, en volumen, con 750.000 botellas, el restaurante Bern’s Steakhouse, abierto en 1956, en Tampa, Florida. Guarda célebres marcas de California y Francia, y para que lo exhibido no se convierta en adorno, ofrece una carta de vinos por copa con doscientas opciones, que se pueden acompañar con carpaccio de Chateaubriand, foie gras a la plancha, ostras con caviar o confit de pato.
En tercer puesto lo ocupa la galería de vinos del Hotel París, de Montecarlo, construida en 1874, como un anexo del edificio principal. Ocupa un espacio de 1.500 metros cuadrados, donde se mantienen 600.000 botellas. Algo se vende, gracias a un restaurante con tres estrellas Michelin. Y es posible alquilar un reservado, como lo hicieron los príncipes Rainiero y Grace, de Mónaco, cuando celebraron sus veinte años de matrimonio.
Los coleccionistas privados también tienen asiento en este círculo de la abundancia.
El francés Michel-Jack Chasseuil construyó un sótano debajo de su casa privada, en La Chapelle-Bâton, al occidente de Francia, donde alberga 40.000 botellas de los más exclusivos vinos franceses y del mundo. Chasseuil, de ochenta años, rebautizó su cava como “El Louvre del Vino” y se precia de decir que no abrirá sus botellas, sino que las mantendrá como un tesoro artístico. Este coleccionista llega a cobrar US$600 por entrar a mirar.
En 2014, Chasseuil fue objeto de un intento de robo. Los asaltantes amenazaron con matarlo si no les daba acceso a los vinos de colección. Pero las pesadas puertas de hierro nunca se abrieron. Se marcharon con quince cajas de vinos modestos y algunas pertenencias del vehículo de la víctima.
Otros grandes coleccionistas incluyen al inversionista alemán Hardy Rodenstock, al restaurador californiano Leslie Rudd, a sir Alex Ferguson, exdirector técnico del Manchester United, y al compositor inglés Andrew Lloyd Webber, todos dueños de cavas con miles de botellas. Ferguson y Lloyd-Webber han recurrido últimamente a las subastas para monetizar su inversión.