Sorbo va y sorbo viene
En los últimos dieciocho meses, sin embargo, muchos hemos cruzado la línea de la moderación, porque, por cuenta del encierro, nuestro hábitat natural y nuestras rutinas cambiaron.
Nadie puede resistirse a los encantos del vino. Desinhibe y anima, facilita interactuar con los demás, invita a viajar con la imaginación, realza el sabor de los alimentos; remonta al pasado, porque, más que cualquier otra bebida, forma parte de la civilización; permite proyectarse al futuro, porque incita a soñar. Y, claro, si se ingiere con moderación, fortalece y protege el cuerpo y el alma.
En los últimos dieciocho meses, sin embargo, muchos hemos cruzado la línea de la moderación, porque, por cuenta del encierro, nuestro hábitat natural y nuestras rutinas cambiaron.
En ese renovado entorno, el vino ha obrado como anfitrión. En su compañía, hemos vuelto a disfrutar, sin afanes, la mesa hogareña, tras meses o años de almorzar y cenar solos o separados; nos ha acompañado en la lectura y en el redescubrimiento de la música, tras tenerlas en modo de espera por culpa de ocupaciones y compromisos; y ha sido invitado permanente en encuentros a distancia con familiares y amigos.
Pero también hemos comenzado a pagar el precio de esta circunstancial desmesura.
En una reciente conversación con mi gastroenterólogo, resultó evidente que la mayor ingesta de alcohol durante la pandemia desata varias dolencias.
El alcohol causa severos episodios de deshidratación, sin que hagamos lo suficiente para contrarrestarlos. Una razón es que, por cultura, no bebemos la cantidad de agua necesaria mientras brindamos.
La información médica disponible nos recuerda que el alcohol es un diurético, y su consumo hace que el cuerpo elimine fluidos del torrente sanguíneo más rápido de lo que logramos reponerlos. De ahí, la resaca al día siguiente.
Por costumbre y porque el diablo más sabe por viejo que por diablo, países y regiones vitivinícolas como España, Italia, Francia, Portugal, Argentina, Chile, Uruguay, California, Australia y Nueva Zelanda, entre otros, saben de la importancia de no perder líquidos mientras se bebe una copa. Siempre tienen, al lado de una botella de vino, una de agua. Así las cosas, trago de vino que va, trago de agua que viene.
La deshidratación por consumo inmoderado de alcohol desemboca en atrofia y pérdida de la masa muscular. Es lo que se conoce como miopatía alcohólica. Igualmente, sus efectos secundarios afectan el hígado, los riñones y las funciones cognitivas del cerebro.
Sin embargo, la deshidratación se puede prevenir. Una forma de hacerlo es recubrir el estómago con alimentos ricos en vitaminas, con el propósito de compensar la pérdida de aquellas por cuenta del alcohol. Entre estos figuran manzana, banano, uvas, vegetales verdes, zanahoria y calabacín. Otro recurso, como ya señalaba, es beber agua mientras bebemos vinos, destilados o cafés. Esto es porque el agua va compensando la natural deshidratación provocada por esas bebidas.
Los espirituosos oscuros (ron, whisky, coñac), debido a la presencia de ésteres y taninos, deshidratan más rápido que los blancos. Si los prefiere, intente consumir un trago por hora, sin dejar de hidratarse. Y si ha establecido el hábito de tomar vinos a diario, trate de limitarse a una copa diaria si es mujer, y a dos si es hombre (esto es debido a una mayor composición corporal, peso y grasa acumulada).
Controlar el consumo de alcohol es el mejor camino para mantenerse hidratado y sano.
Nadie puede resistirse a los encantos del vino. Desinhibe y anima, facilita interactuar con los demás, invita a viajar con la imaginación, realza el sabor de los alimentos; remonta al pasado, porque, más que cualquier otra bebida, forma parte de la civilización; permite proyectarse al futuro, porque incita a soñar. Y, claro, si se ingiere con moderación, fortalece y protege el cuerpo y el alma.
En los últimos dieciocho meses, sin embargo, muchos hemos cruzado la línea de la moderación, porque, por cuenta del encierro, nuestro hábitat natural y nuestras rutinas cambiaron.
En ese renovado entorno, el vino ha obrado como anfitrión. En su compañía, hemos vuelto a disfrutar, sin afanes, la mesa hogareña, tras meses o años de almorzar y cenar solos o separados; nos ha acompañado en la lectura y en el redescubrimiento de la música, tras tenerlas en modo de espera por culpa de ocupaciones y compromisos; y ha sido invitado permanente en encuentros a distancia con familiares y amigos.
Pero también hemos comenzado a pagar el precio de esta circunstancial desmesura.
En una reciente conversación con mi gastroenterólogo, resultó evidente que la mayor ingesta de alcohol durante la pandemia desata varias dolencias.
El alcohol causa severos episodios de deshidratación, sin que hagamos lo suficiente para contrarrestarlos. Una razón es que, por cultura, no bebemos la cantidad de agua necesaria mientras brindamos.
La información médica disponible nos recuerda que el alcohol es un diurético, y su consumo hace que el cuerpo elimine fluidos del torrente sanguíneo más rápido de lo que logramos reponerlos. De ahí, la resaca al día siguiente.
Por costumbre y porque el diablo más sabe por viejo que por diablo, países y regiones vitivinícolas como España, Italia, Francia, Portugal, Argentina, Chile, Uruguay, California, Australia y Nueva Zelanda, entre otros, saben de la importancia de no perder líquidos mientras se bebe una copa. Siempre tienen, al lado de una botella de vino, una de agua. Así las cosas, trago de vino que va, trago de agua que viene.
La deshidratación por consumo inmoderado de alcohol desemboca en atrofia y pérdida de la masa muscular. Es lo que se conoce como miopatía alcohólica. Igualmente, sus efectos secundarios afectan el hígado, los riñones y las funciones cognitivas del cerebro.
Sin embargo, la deshidratación se puede prevenir. Una forma de hacerlo es recubrir el estómago con alimentos ricos en vitaminas, con el propósito de compensar la pérdida de aquellas por cuenta del alcohol. Entre estos figuran manzana, banano, uvas, vegetales verdes, zanahoria y calabacín. Otro recurso, como ya señalaba, es beber agua mientras bebemos vinos, destilados o cafés. Esto es porque el agua va compensando la natural deshidratación provocada por esas bebidas.
Los espirituosos oscuros (ron, whisky, coñac), debido a la presencia de ésteres y taninos, deshidratan más rápido que los blancos. Si los prefiere, intente consumir un trago por hora, sin dejar de hidratarse. Y si ha establecido el hábito de tomar vinos a diario, trate de limitarse a una copa diaria si es mujer, y a dos si es hombre (esto es debido a una mayor composición corporal, peso y grasa acumulada).
Controlar el consumo de alcohol es el mejor camino para mantenerse hidratado y sano.