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¿Cómo puede el vino –algo que en esencia no es más que un jugo fermentado de uva– alcanzar tal nivel de estatus hasta llegar a convertirse en un producto inabordable para la casi totalidad de los consumidores?
Los factores que lo explican son varios y forman parte de lo que hoy se conoce como vinos de culto. Son etiquetas que obsesionan a entusiastas y coleccionistas, integrantes de un exclusivo grupo de adeptos, quienes franquean cualquier tipo de barreras para obtenerlas, incluso las económicas.
Mas aún, son trofeos que atraen no tanto para bebérselos, sino para guardarlos como medios de inversión y/o como objetos de colección. Mediante estas estrategias, no sólo estimulan su escasez, sino que los encarecen aún más, aumentando, de paso, el deseo de poseerlos.
Los vinos de culto tardan en ver la luz como resultado de su lento y cuidadoso proceso de elaboración, avalado por décadas o siglos de tradición. A lo anterior se suman otras variables: bajo número de unidades disponibles, efectos del clima en las cosechas, altos puntajes otorgados por los críticos y espiral de precios cuando ingresan formalmente en el mercado.
No todas las zonas vitivinícolas del mundo cuentan con las condiciones de longevidad exigidas para obtener vinos de culto, entre ellas ubicación, tipo de suelo y adecuada crianza. Entre las regiones más destacadas sobresalen Borgoña, Burdeos y Valle del Ródano, en Francia; Toscana y Piamonte, en Italia; Napa, en California, y Ribera del Duero, el Priorato y La Rioja, en España. Casi sin excepción, incluyen en su composición Pinot Noir, Cabernet Sauvignon o una mezcla de dicha cepa con otras como Merlot, Cabernet Franc, Tempranillo o Sangiovese.
Entre los vinos de culto más buscados pueden mencionarse, por Borgoña, Domain de la Romanée Conti; por Burdeos, Château Mouton Rothschild; por Italia, Gaja y Masetto; por España, Vega Sicilia Único, Dominio de Pingus, Teso la Monja, L’Ermita y Mágico de Sierra Cantabria, y por California, Screaming Eagle, Opus One y Sine Qua Non. En todos estos casos hablamos de botellas valoradas en cientos o miles de dólares por unidad. Una pista: Domain de la Romanée Conti se cotiza entre US$4.000 y US$12.000 por botella.
En tiempos de turbulencias en los mercados, como la crisis de 2008 o la pandemia del Coronavirus, las inversiones en vinos de culto demostraron ser bastante insensibles al contexto macroeconómico del entorno.
A escala mundial, y debido a las nuevas economías emergentes, la gente bebe más vino fino que nunca. Pero tranquilos: quienes disfrutamos solamente del vino, lo mismo que de sus bondades de socialización y de su protagonismo en la mesa, no buscamos culto, sino placer, por una ínfima fracción de lo que cuesta un trofeo inalcanzable.