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En los recientes festejos navideños -y en las celebraciones del próximo cambio de calendario- haremos sonar las copas para rememorar lo vivido y desearnos buenos augurios por lo que vendrá.
Cada cual escogerá su brebaje, pero puedo anticipar que el vino será siempre un convidado ineludible y deseado, igual que lo ha sido durante numerosos encuentros místicos y mundanos desde tiempos antiguos, empezando por aquellos encabezados por el propio Jesucristo.
Convendría preguntarnos cuáles fueron los vinos más destacados en aquellos tiempos -con cepas, añadas y orígenes-, pero les aseguro que esos detalles poco les importaban.
En tiempos remotos, el vino no era lo que es hoy, es decir, un caldo impoluto, hecho con variedades reconocidas, denominaciones de origen certificadas y aromas y sabores avalados por expertos y conocedores.
Para empezar, las uvas utilizadas en las fermentaciones eran de origen silvestre, es decir, no formaban parte de viñedos domesticados. Simplemente, el vino se elaboraba con lo diera la tierra, y ya está.
¿Pero qué vinos bebían los antiguos y cómo los consumían?
Por su rusticidad, los vinos de aquellos tiempos se mezclaban con hierbas, especias y miel. Además, se les solía añadir agua de mar para contrarrestar las empalagosas sensaciones azucaradas de muchos de esos caldos.
El investigador español Lluis Torrens destaca, en uno de sus escritos, el interés de algunos investigadores de establecer los nombres de algunas de las variedades de uva más comunes en aquellas épocas.
Cita, en particular, el estudio realizado por científicos de la Universidad de Cisjordania, quienes dedicaron largas jornadas de trabajo para establecer, por ejemplo, cuál fue el posible cepaje utilizado para el vino de la Última Cena. Labor titánica, sin duda.
En un comienzo, los participantes en el estudio llegaron a rastrear, con nombres incluidos, más de 120 variedades de uva cultivadas en Israel y alrededores. Para ello se valieron de semillas encontradas en excavaciones arqueológicas.
Como solo 20 correspondieron a la especie Vitis vinifera, el foco se centró en cuál de ellas había sido la elegida para tan significativo cónclave. Según Torrens, existe cierto consenso en reconocer que el cepaje dominante era un antecesor del actual Syrah, cuyo supuesto origen fue Persia.
Y agrega que muy posiblemente se trató de “un caldo denso, de cierto cuerpo, con un breve añejamiento y una graduación alcohólica en torno a los 14 grados”.
Sin embargo, algunos investigadores ortodoxos han puesto en tela de juicio la presencia del alcohol porque, según el Torá -libro sagrado del judaísmo-, el consumo de esta sustancia era prohibido.
No obstante, otros estudiosos sostienen que el Nuevo Testamento -libro donde se narra la vida y obra de Jesús- sí da por sentado que los vinos se bebían fermentados. Y la razón es fácil de entender: la presencia del alcohol garantiza la eliminación de organismos perjudiciales para la salud. Según dicha interpretación, el mosto ingerido por Jesús y sus apóstoles sí contenía la debatida sustancia.