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Con la autenticidad que siempre la caracteriza, Kaperuzza de Colombia se ha abierto paso en medio del mar de convenciones sociales que marcaron a la Bogotá de los 70 y se mantienen hasta la fecha. Durante décadas ha desafiado las normas de género, haciendo frente a los estigmas de una sociedad conservadora.
“En los ancianos está la ciencia y en la edad la inteligencia”, parafrasea al concedernos la primera entrevista, haciendo mención de una cita bíblica de Job. Está perfectamente vestida, su presencia es impecable y no es casualidad, es considerada por muchos como un referente de la feminidad y el glamour de la antigua capital.
Viste prendas de seda y algodón, se expresa con las manos con delicadeza y cada que tiene oportunidad se mira de reojo en los vidrios de los cuadros de su sala o en los espejos que hay en su casa. Todo pasará; pero su cabello debe estar perfecto. Nada menos se espera de quien hizo parte de la ‘socialité’ colombiana de los 90 como uno de los 10 estilistas más importantes del país.
A sus 73 años, y con sus facciones andróginas, no se preocupa por los pronombres con los que se refieren a ella... o a él. A veces habla de sí misma en femenino, otras veces en masculino y le da igual. Siempre estuvo adelantada a su época, tan así que a pesar de haber nacido en 1950, podría encasillarse en lo que hoy es el género fluido. Sin embargo, no le gustan las etiquetas, a excepción de que sean de buenas marcas al tratarse de ropa.
“Soy Kaperuzza, ese es mi sobrenombre. Así, sin género. Me fue asignado en el mundo travesti de la Bogotá de los 70. En esa época no existía la inclusión en el lenguaje, así que en mi trabajo siempre fui tratado en masculino; pero soy un ‘marico’, como se decía antes, que se vestía de mujer y quedaba divinamente. Eso debe quedar claro siempre”, respondió entre risas en nuestra conversación, haciendo énfasis en que siempre lució radiante de hombre o de mujer.
Es elocuente con sus palabras y vivaz al recordar tiempos pasados. De acuerdo con su testimonio, nunca tuvo pretensiones, pues como dice, “los éxitos en el mundo artístico son joyas prestadas” a pesar de que sus manos ayudaron a dejar impolutas a celebridades como Fanny Mikey, Gloria Valencia de Castaño y Amparo Grisales, por mencionar algunas.
Definirla no es algo sencillo y ella misma evade la pregunta; pero lo cierto es que para muchos es una mentora del mundo del travestismo en el país y una referente para las juventudes diversas que encuentran en ella consejos de vida, apreciaciones directas y uno que otro regaño brindado en el afán de ayudar.
Es una autoridad en “el mundo de las maricas” y se siente privilegiada de llegar a la vejez siendo una persona diversa, pues más que nadie entiende lo que es sobrevivir en un país violento en el que puede contar con los dedos de una mano a sus amigas transformistas que llegaron a la tercera edad.
“Hacer travestismo en aquella época era arriesgadísimo y era un delito, podían hasta llevarte a la cárcel y en esa burla los oficiales te maltrataban, te dejaban sin ropa, sin peluca y te convertías en el hazmerreír, era un desastre. Afortunadamente, a mí me tocó más los 70 que seguían siendo violentos; pero lo hacíamos en eventos privados, en apartamentos y zonas cerradas. Llegaba como Jaime y dentro me transformaba en Kaperuzza, luego me cansé de mostrarme como no era y fui fiel a mí misma, a mi esencia, a lo que soy”, dice con orgullo.
Fue una activista sin serlo y sin buscarlo, aunque rechaza el título. A codazos y explotando al máximo su línea artística, se abrió paso con su trabajo en el mundo de la escenografía, el vestuario y el estilismo. Siendo ella misma, y ganándose un espacio en medio de un mundo conservador y cisheteronormado que la miraba con asombro y admiraba su gallardía por decir “de acá soy, he llegado hasta este punto porque me lo merezco y porque mi trabajo habla por mí”.
Para Manuel Velandia, activista y pionero de la primera marcha LGBT en el país, Kaperuzza fue una líder sin ser una abanderada y por ello mismo se convierte en un referente sin ser 100 % activista:
“Ella es “una señora bien puesta, una señora de su casa” creo que no hay mejor forma de describirla (risas). Para entender el impacto que tuvo es indispensable distinguir dos cosas para la época. Una cosa era ser trans y otra era ser transformista. La última se vestía para el espectáculo, pero luego fluía en una seudo masculinidad que transitaba. Kaperuzza solo quería ser ella y romper moldes luciendo radiante de hombre o de mujer en círculos de personas distinguidas y ‘refinadas’ haciendo que la respetaran por quién era y, de paso, mostrando que la diversidad no solo pertenece a círculos de marginación”, señala.
Su obra, sus historias y sus allegados
En su libro ‘No se me nota’, narra su experiencia personal al crecer en la recatada Bogotá de los 50 y describe sus inicios en el mundo del transformismo entre los 70 y 80. Al igual que en persona, habla sin vacilaciones y con la frente en alto al evocar su vida como travesti y cómo vivió de lleno lo que ella llama “la época dorada de las transformistas”. Leerla es adentrarse en su vida personal, muy similar a como se abrió con nosotros al tomarse una copa de vino y contarnos parte de su historia.
“Kaperuzza es de admirar porque logró ser alguien en un sector social que no necesariamente es el de todas las ‘maricas’, pues conoció los ‘intríngulis’ políticos, culturales y la movida de los medios en este país a través de su trabajo como productora de eventos, comerciales y moda. También como reinóloga o asistente de belleza”, menciona Juan Florián, amigo cercano.
Aspecto al que hay que sumarle una característica peculiar: con su existencia subversiva contradice el imaginario de que las personas que hacen travestismo no pueden llegar a la vejez:
“Siempre le digo a las más ‘pollas’ (jóvenes, les dice así de cariño) que la juventud es muy corta y la vejez es muy larga. Por eso hay que aprovechar siempre para vivir experiencias, viajar, disfrutar y conocer. A mis 73 años nunca me sentí vieja porque una rejuvenece en cada conversación y cada vez que comparto con personas de mi casa. ‘Las Orozco’ les digo yo, porque cada una lleva un poquito de mí y por eso llevan mi apellido”, describe haciendo alusión a su relación con quienes la conocen y ven en ella una consejera diversa.
Tan así que para Bibian Sofía Cáceres, una de sus “nietas”, a quien conoció por su paso por la Secretaría de Integración Social de Bogotá en 2013, conocer a Kaperuzza le permitió por primera vez pensar en su vejez siendo una mujer trans:
“Ha influido en mi vida y lo sigue haciendo de diferentes formas. Al conocerla por primera vez pensé en llegar a la vejez de manera íntegra. Una en el puteo y en el rebusque aprende a vivir al día, el ahora; pero no a proyectarse como todos lo hacen. Ella me ayudó de paso a resignificar el concepto de ‘hogar’, de ‘casa’. También lo que implica que te busquen por los aprendizajes de vida que has conseguido con el paso de los años, para compartir buenos momentos y también para sanar, porque ella abre las puertas de su casa como un lugar seguro”, describe Cáceres, quien reconoce su admiración por ella.
Sentimiento al que se suma la actriz colombiana Endry Cardeño, quien hizo historia al ser la primera mujer trans en la televisión colombiana, y quien atribuye este hito a Kaperuzza de Colombia. Pues fue ella quien, trabajando en la producción de RCN Televisión, la contactó, le apostó a su talento y la apoyó para ganar el casting e interpretar a la siempre memorable Laisa Reyes.
“Ella es mi manager e iniciamos una relación laboral que luego se convirtió en una familiar, pues ella fue mi mentora. Estuve a su cargo mientras avanzábamos en la producción y me enseñó muchas cosas de su mundo. Me dio directrices para encajar de la mejor manera posible, porque como sabemos las mujeres trans somos discriminadas y vistas de mal forma; sin embargo, ella me corrigió con cariño para poder hacer parte del medio y convertirme en la actriz reconocida que soy ahora”, comparte la también referente de la diversidad.
En lo que coinciden todos los entrevistados es en que, como líder inadvertida, Kaperuzza ha dejado huella en la escena cultural y artística de Colombia; pero también en la vida de cientos de personas que han recibido sus consejos, desafiando los estigmas y contribuyendo a la apertura de espacios para la diversidad en un entorno conservador.
Siempre es un libro abierto con su pasado y seguirá siéndolo. Continuará compartiendo sus aprendizajes tras haber aprendido a “nadar entre tiburones” porque viene de generaciones en las que ser homosexual, amanerado o afeminado era motivo para ser señalado y juzgado; sin embargo, ella logró hacer parte de estos espacios absolutamente negados para las personas disidentes de la época.