Así funciona la lavandería comunitaria de una Casa LGBTI en Bogotá
La lavandería, ubicada el barrio Santa Fe de Bogotá, es una estrategia con la que el Distrito busca reducir el tiempo que las personas que se dedican a las labores del cuidado invierten en estas tareas.
Daniela Villamarín Solorza
María Cristina Escobar tiene 63 años y vende tintos en el barrio Santa Fe de Bogotá. Hoy, aprovechó que había turno y fue hasta la casa LGBTI Diana Navarro, en Mártires, para usar, de nuevo, su lavandería. Mientras la ropa gira, se estira y se escurre dentro de las máquinas, ella toma tinto y charla con las personas de la casa.
Esta lavandería hace parte del proyecto “Tiempo propio para personas cuidadoras”, con el que el Distrito busca reconocer el trabajo de cuidado doméstico y reducirlo mediante el acceso a lavanderías comunitarias y actividades de descanso para las cuidadoras y cuidadores de la localidad. El proyecto pertenece al Sistema Distrital de Cuidado, que hizo parte del Plan de Desarrollo de la administración anterior.
Lina María Ladino García, subdirectora de Integración Social para la localidad de Mártires, explica que este servicio de lavandería comunitaria tiene implicaciones muy positivas dentro de una localidad tan diversa: “Aquí habita población indígena, migrante, personas que se dedican a las actividades sexuales pagas, personas LGBTIQ+, habitantes de calle y muchas de ellas viven en pagadiarios, inquilinatos, o habitaciones que no están adecuadas para que puedan lavar su ropa”.
María Cristina, por ejemplo, cuenta que no puede lavar en el lugar en el que vive porque eso implicaría un aumento en el costo de los servicios que no podría pagar. Por eso, cada semana va hasta la casa pintada con la bandera del orgullo trans, pide un turno, cuenta sus diez kilos de ropa y la deja lavando mientras participa de las actividades que ofrece allí la Secretaría de Integración Social.
Puede leer: Ley Brazos Vacíos: la promesa de cuidar a las mujeres que perdieron a sus bebés
María Cristina sube las escaleras para encontrarse con sus amigos y descansar. En el camino, se detiene a ver la foto de Diana Navarro, la activista trans por la que fue nombrada la casa y que se dedicó a “la protección de la vida digna y los derechos humanos de las personas LGBTI más vulnerables de Bogotá”. Así se lee en la placa que honra su memoria.
En el segundo piso están las oficinas. En el tercero, en el “Auditorio Muro de Memoria”, hay decenas de fotografías que honran la memoria de mujeres trans de Bogotá. En una mesa larga, un grupo de personas escucha atentamente mientras les explican cómo, dentro de la misma casa, pueden terminar el bachillerato, acceder a atención jurídica y psicosocial, hacer actividades físicas, aprender sobre autocuidado o participar de los Centros de Escucha LGBT.
En esa misma planta están el comedor y una zona de juegos. Más arriba hay una sala de tecnología con computadores y una biblioteca llena de fotografías y dibujos de colectivos de mujeres y personas LGBTIQ+ de la localidad. Hay centenares de libros en los estantes y una mesa con una pequeña selección sobre el amor: “Ama a las personas, utiliza las cosas”, de Joshua Fields y Ryan Nicodemus; “La esquina de mi corazón”, de Pedro Lemebel; “Soy una tonta por quererte”, de Camila Sosa Villada; y “Los inseparables”, de Simone de Beauvoir.
Lea también: “No fui hombre nunca”: el documental que le da un rostro a la vejez trans
Sandra Milena Sanabria Guerrero, referente del proyecto, explica que la lavandería comunitaria les da un poco de tiempo a las personas y les permite participar de todas estas oportunidades. “Pueden hacer actividades físicas, de estética, ir a la biblioteca, pedir acompañamiento jurídico o psicosocial. Solemos organizar clases de danza, yoga, masajes relajantes, todo para poder darles un respiro”.
María Cristina termina de tomarse el tinto y baja a la lavandería. “Puede parecer simple, pero esto cambió mi vida. Aquí no solo nos hacen el favor de lavarnos la ropa, sino que también nos invitan a hacer cosas, a cambiar un poco la rutina. La gente es muy linda, nos atiende siempre con aromática y tinto, pero lo más bonito de todo es que nos dan afecto y apoyo. Esta casa es una gran compañía”, dice con lágrimas en los ojos, mientras el operario dobla su ropa, prenda a prenda, para que ella se la lleve.
María Cristina Escobar tiene 63 años y vende tintos en el barrio Santa Fe de Bogotá. Hoy, aprovechó que había turno y fue hasta la casa LGBTI Diana Navarro, en Mártires, para usar, de nuevo, su lavandería. Mientras la ropa gira, se estira y se escurre dentro de las máquinas, ella toma tinto y charla con las personas de la casa.
Esta lavandería hace parte del proyecto “Tiempo propio para personas cuidadoras”, con el que el Distrito busca reconocer el trabajo de cuidado doméstico y reducirlo mediante el acceso a lavanderías comunitarias y actividades de descanso para las cuidadoras y cuidadores de la localidad. El proyecto pertenece al Sistema Distrital de Cuidado, que hizo parte del Plan de Desarrollo de la administración anterior.
Lina María Ladino García, subdirectora de Integración Social para la localidad de Mártires, explica que este servicio de lavandería comunitaria tiene implicaciones muy positivas dentro de una localidad tan diversa: “Aquí habita población indígena, migrante, personas que se dedican a las actividades sexuales pagas, personas LGBTIQ+, habitantes de calle y muchas de ellas viven en pagadiarios, inquilinatos, o habitaciones que no están adecuadas para que puedan lavar su ropa”.
María Cristina, por ejemplo, cuenta que no puede lavar en el lugar en el que vive porque eso implicaría un aumento en el costo de los servicios que no podría pagar. Por eso, cada semana va hasta la casa pintada con la bandera del orgullo trans, pide un turno, cuenta sus diez kilos de ropa y la deja lavando mientras participa de las actividades que ofrece allí la Secretaría de Integración Social.
Puede leer: Ley Brazos Vacíos: la promesa de cuidar a las mujeres que perdieron a sus bebés
María Cristina sube las escaleras para encontrarse con sus amigos y descansar. En el camino, se detiene a ver la foto de Diana Navarro, la activista trans por la que fue nombrada la casa y que se dedicó a “la protección de la vida digna y los derechos humanos de las personas LGBTI más vulnerables de Bogotá”. Así se lee en la placa que honra su memoria.
En el segundo piso están las oficinas. En el tercero, en el “Auditorio Muro de Memoria”, hay decenas de fotografías que honran la memoria de mujeres trans de Bogotá. En una mesa larga, un grupo de personas escucha atentamente mientras les explican cómo, dentro de la misma casa, pueden terminar el bachillerato, acceder a atención jurídica y psicosocial, hacer actividades físicas, aprender sobre autocuidado o participar de los Centros de Escucha LGBT.
En esa misma planta están el comedor y una zona de juegos. Más arriba hay una sala de tecnología con computadores y una biblioteca llena de fotografías y dibujos de colectivos de mujeres y personas LGBTIQ+ de la localidad. Hay centenares de libros en los estantes y una mesa con una pequeña selección sobre el amor: “Ama a las personas, utiliza las cosas”, de Joshua Fields y Ryan Nicodemus; “La esquina de mi corazón”, de Pedro Lemebel; “Soy una tonta por quererte”, de Camila Sosa Villada; y “Los inseparables”, de Simone de Beauvoir.
Lea también: “No fui hombre nunca”: el documental que le da un rostro a la vejez trans
Sandra Milena Sanabria Guerrero, referente del proyecto, explica que la lavandería comunitaria les da un poco de tiempo a las personas y les permite participar de todas estas oportunidades. “Pueden hacer actividades físicas, de estética, ir a la biblioteca, pedir acompañamiento jurídico o psicosocial. Solemos organizar clases de danza, yoga, masajes relajantes, todo para poder darles un respiro”.
María Cristina termina de tomarse el tinto y baja a la lavandería. “Puede parecer simple, pero esto cambió mi vida. Aquí no solo nos hacen el favor de lavarnos la ropa, sino que también nos invitan a hacer cosas, a cambiar un poco la rutina. La gente es muy linda, nos atiende siempre con aromática y tinto, pero lo más bonito de todo es que nos dan afecto y apoyo. Esta casa es una gran compañía”, dice con lágrimas en los ojos, mientras el operario dobla su ropa, prenda a prenda, para que ella se la lleve.