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De peluquero a concejal: la historia de Jhon Botero en Antioquia

Jhon Jairo Botero, el concejal más votado del municipio de San Rafael, Antioquia, dice que su caso es una muestra de cómo un pueblo logró transformar su legado de violencia paramilitar en un lugar un poco más inclusivo y respetuoso hacia la población LGBTIQ+.

01 de agosto de 2024 - 09:00 p. m.
Crisálida es un colectivo de personas LGBTIQ+ en San Rafael, Antioquia, y uno de los cuatro Sujetos de Reparación Colectiva LGBTIQ+ en el Registro Único de Víctimas.
Crisálida es un colectivo de personas LGBTIQ+ en San Rafael, Antioquia, y uno de los cuatro Sujetos de Reparación Colectiva LGBTIQ+ en el Registro Único de Víctimas.
Foto: Jhon Botero
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“San Rafagay”, como le dice el concejal Jhon Jairo Botero al municipio de San Rafael, es uno de los municipios más abiertos y amables con la población LGBTIQ+ de Antioquia, según él. Lo que parece sorprendente para el contexto antioqueño, ya que solo a dos horas del municipio se encuentra Medellín, en donde se reportan tres casos de violencia al día contra esta población, según los últimos datos de la Personería. En lo que va del año, son casi 500 denuncias las que recibió esta entidad, un 80% más de las recibidas durante  el mismo periodo en 2023.

Este municipio también es distinguido como la cuna de la resistencia LGBTIQ+ en Antioquia, pues el colectivo Crisálida, oriundo de allí, fue reconocido como uno de los cuatro Sujetos de Reparación Colectiva LGBTIQ+ en el Registro Único de Víctimas. Lo logró tras reivindicar la memoria del líder social Carlos Alberto Arboleda, conocido en el pueblo como “Sardino”, quien fue asesinado presuntamente por grupos paramilitares el 11 de diciembre del 2000. Una historia que evidencia cómo el conflicto armado ha afectado a la población LGBTIQ+ de Colombia.

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En el marco del “Encuentro Nacional de personas LGBTIQ+ en cargos de elección popular y de libre nombramiento y remoción”, realizado por la organización Caribe Afirmativo, pudimos conversar con el concejal de este municipio, Jhon Jairo Botero, quien también hace parte del colectivo Crisálida y fue amigo íntimo de “Sardino”. Su historia cuenta cómo un concejal gay logró tener la votación más alta en la historia de su municipio y cómo una historia de violencia se transformó en una historia de inclusión LGBTIQ+ en un municipio de Antioquia, uno de los departamentos más conservadores del país.

¿Cómo describiría el municipio de San Rafael?

San Rafael es un municipio del oriente antioqueño que queda a dos horas y media de Medellín. Es reconocido por ser un lugar turístico por excelencia, pero también por la historia de los chicos de Crisálida y su diario vivir en el pueblo.

San Rafael fue uno de los municipios más violentos en la década de los noventa. Producto de esa violencia fue que murió uno de los grandes líderes LGBTIQ+ de este lugar, que se llamaba Carlos Alberto Arboleda. Después de esa tragedia fue que comenzamos a organizarnos, porque esa violencia nos dejó algunos grandes problemas dentro de la comunidad. Al organizarnos, logramos hacer un colectivo de 16 chicos, víctimas de la violencia armada y miembros de la comunidad LGBTIQ+, que logramos salir adelante y hoy queremos seguir impactando a la comunidad de San Rafael.

Después de todos estos años, ya hemos ganado espacios. Por ejemplo, puedes ir a una discoteca y salir con tu pareja de la mano, y nadie te dice nada. Si hay algún evento público y hay una pareja gay, no pasa nada, no te dicen nada. Ese espacio de respeto en el pueblo se ha ganado.

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¿Cómo fue su experiencia durante la época de violencia en el municipio?

Para nadie es un secreto que en Antioquia las autodefensas llegaron a los municipios para apoderarse del territorio. Al principio, Carlos Alberto Arboleda y su amigo aparecieron heridos en su apartamento y de ahí los sacaron a las cuatro de la mañana, los llevaron al hospital y, cuando iban en las ambulancias para Medellín, llegando a Guatapé, los bajaron del carro y los terminaron de asesinar. Se decía que le habían “dado de baja”, porque fueron señalados de que eran personas que les daban drogas a los menores, como una forma de estigmatizarlas por su orientación sexual.

En ese momento, me tocó salir del municipio porque el listado decía que el que seguía era yo. Entonces, me tocó desplazarme para Medellín, y a los cuatro días, las mismas autodefensas me buscaron y me dijeron que no era verdad, que eso era algo más personal. Pero las investigaciones no son claras. Dicen que el que lo mató fue un chico que estaba dentro de las autodefensas y que había tenido una relación con Carlos y, para que no contara eso, tomaron acciones contra él porque iba a sacarlo del clóset. Debido a eso, nosotros nos atrevimos a contar esa historia. Hoy tenemos el reconocimiento nacional, estamos esperando esa respuesta y la indemnización.

Pero hoy la historia es diferente. Cuando yo voy por las calles del municipio o ves a un gay, todo el mundo en San Rafael lo quiere, lo abraza y lo respeta. Por ejemplo, ayer me demoré una hora en llegar a la oficina, porque tuve que hablar con todo el mundo. Se ha convertido en un espacio muy lindo. Al pueblo lo llaman “San Rafagay”.

¿Por qué llaman al pueblo “San Rafagay”?

Es San Rafagay porque, por ejemplo, el año pasado, éramos muchos gais en puestos públicos o importantes del pueblo. El secretario de gobierno es gay, el médico es gay, dos concejales somos gais, hay un edil gay, el rector del colegio es gay. Entonces, es una mezcla de amor y amistad con toda la gente. Es muy lindo porque San Rafael nos ha aceptado. Fue muy difícil al principio, pero ahora son otros tiempos.

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¿Y cómo fue su experiencia para llegar a ser elegido concejal?

Yo salí de mi casa a los 18 años, justamente porque le conté a mi familia que soy gay a. Soy del pueblo, pero para esa época vivía con mi familia en Medellín, entonces volví a San Rafael. Allí,  comencé a acercarme mucho a la gente y hacer lobby del tema LGBTIQ+. Empecé siendo el coordinador de actividad física de adultos mayores y llegué a abrir una conversación con personas de 70 y 80 años, hasta lograr que no nos vieran a los gais como “alguien podrido”. Allí comencé mi trabajo con la población y después tuve otros cargos en los que conocí a más gente.

Después de la muerte de Carlos, tuve la oportunidad de trabajar directamente en la Casa de la Cultura, y fue un espacio donde los alcaldes nos abrazaron y nos dijeron “venga”. Después, me quedé sin trabajo y tuve que irme de San Rafael. Me fui a Mitú, en Vaupés, y allí monté una peluquería. Tres años y medio después, fui a visitar el pueblo y conocí al gobernador y a la primera dama. Y ellos me dijeron: “No podemos perder otras elecciones, necesitamos un candidato que tenga experiencia en arte y cultura”. Entonces,  hablé con el colectivo y nos propusimos lanzar una candidatura gay. Yo propuse otro candidato, pero me dijeron que quería que fuera yo. Yo dije, ¿pero yo por qué? Y ellos me dijeron que porque en mi ausencia, la gente me había extrañado mucho. “Todo el mundo pregunta por ti, que ¿dónde está Botero?”. En ese momento no sabía nada de política y la verdad es que nunca me había gustado. Yo lo dudé porque tenía mi negocio en Mitú, pero dije “Sí, listo, hagámosle”.

Hicimos todas las vueltas para mi candidatura, pero yo puse una condición, les dije “yo no quiero ser político, yo quiero volver a mi puesto de coordinador de actividad física” y ellos me dijeron que no había ningún problema. Después de hacer la campaña llegó el día en el que quedé como el concejal más votado en la historia de San Rafael, con 559 votos. Nunca se había visto eso en el municipio. Y cuando vi esa votación me sorprendí y quise comprometerme con la comunidad. Me tocó empezar a estudiar sobre todo ese tema.

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Y de ahí en adelante empezamos a trabajar por la lucha LGBTIQ+ en el municipio, también en temas de presupuestos municipales y temas de políticas públicas. Luego vinieron otras elecciones y volví a quedar, y ahora estoy aquí, con más conocimiento, encariñado con lo que es la política y estoy feliz de ayudar a la gente.

¿En qué está trabajando hoy?

Yo lo que necesito es tiempo, San Rafael necesita su tiempo. Es un municipio con 54 veredas y hay que visitar todas las comunidades. En el campo también hay muchos problemas sociales, como la drogadicción, que está más presente en los campos que en el mismo municipio. Las familias en el campo todavía son demasiado machistas y no tienen ese trabajo social y psicológico para aceptar un hijo gay. Fuera de eso, tenemos una comunidad de más o menos 17,000 habitantes, donde cada día tenemos que luchar por asegurar que el turismo que llegue a San Rafael sea un turismo que realmente valga la pena. Y con el colectivo Crisálida sigo haciendo un trabajo de pedagogía con todas las personas, sobretodo los adultos mayores.

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