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“No quiero que me tomen por una víctima, he vivido mi vida lo mejor que he podido”, decía Ingrid López, mujer trans y activista comunitaria. Su vida estuvo marcada por la defensa de los derechos y la vida de las mujeres trans, fue referente para muchas y le otorgaron a modo de cariño y respeto el título de “Madre Ingrid”. Lo que más le gustaba en el mundo era leer, hablaba varios idiomas y a sus 60 años logró terminar el bachillerato. Anhelaba estudiar Trabajo Social para ayudar a más mujeres trans a tener un hogar, estudio y trabajo digno.
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La Madre Ingrid falleció el pasado 3 de abril luego de haber lidiado con problemas de salud por varios meses. Su grupo más cercano siempre la recordará como una persona resiliente, guerrera, positiva, bondadosa y amorosa. La historia de Ingrid refleja las luchas y resistencias de ser una mujer trans en la década de los 80 en el país, el tener que huir en busca de un mejor futuro y regresar bajo la esperanza de no ser perseguida por ser quien era. Pero, especialmente, durante sus últimos años de vida, ella dio una voz y rostro a las experiencias de vida trans adultas de la ciudad.
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Oriunda de Villavicencio, Meta, Ingrid creció jugando a las orillas del río. Su hermana Yaneth Correa en diálogo con El Espectador recuerda que Ingrid pasaba las tardes escuchando música y estudiando. Ella y su mamá hicieron lo posible por entender y aceptar quién era aunque no comprendieran muy bien lo que significaba ser una mujer trans. En el libro Las Sobrevivientes: Historias de mujeres trans del Barrio Santafé antes y después de la constitución del 91, la activista trans relató que soñó con ser maestra, pero el matoneo fue tan fuerte que no pudo terminar sus estudios.
“Cuando tenía 17 años, Ingrid se fue a Bogotá con la promesa de sacarnos a ‘mamá’ y a mí de la pobreza”, relata Yaneth. Conoció a más mujeres trans como ella y la prostitución fue el medio que le permitió cubrir sus necesidades económicas. Era el año 1978 y, para ese entonces, estaba en vigencia el Estatuto de Seguridad del gobierno de Julio César Turbay Ayala. Fue perseguida y criminalizada por la Policía y, en varias ocasiones, la llevaron a la Cárcel Distrital por utilizar ropa femenina.
Catalina Arias, comunicadora social y excompañera de trabajo de Ingrid en la Secretaría de Integración Social, señala que la activista describía como “díscolos y azarosos” los años que ejerció como trabajadora sexual en la calle. Según Arias, Ingrid hablaba de anécdotas llenas de “plomo, chuzo y golpizas” y el estigma de ser mujer transgénero, agudizado por el contexto político de la época, la llevó a tomar la decisión de salir del país y buscar en Europa una “mejor vida”.
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Ingrid hizo parte de un grupo de mujeres trans colombianas que a mediados de la década de 1980 salieron del país hacia Francia, Italia o Suiza. Allá ejercieron la prostitución y aunque también fueron perseguidas por su identidad de género, en las memorias de sus viajes relatan que migrar fue la forma huir de la pobreza, la exclusión y la violencia que vivía el país y, además, les dio la oportunidad de aprender y ahorrar lo suficiente para rehacer sus vidas.
Ella llegó a Francia en octubre de 1983 y no regresó a Colombia sino hasta 1997. “Allá vio a la Selección Colombia en el estadio San Paolo de Nápoles, en el Mundial Italia 90, y alcanzó a ver también a Maradona a quien admiraba”, recuerda Arias. Por su parte, la familia de la activista señala que la meta de Ingrid cuando viajó a Europa fue poder conseguir el dinero para una casa propia y que los años que pasó allí fortalecieron su pasión por la literatura y los idiomas, “era un monstruo come libros”, dicen.
“Desde muy joven ella me contaba que desde el primer momento que inició su transición buscó instruirse mucho mediante la lectura. Decía que así podía tener los elementos y argumentos necesarios para defender su vida e integridad”, comparte a este diario Natalia Domínguez, sobrina de Ingrid. Leia a Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Arthur Rimbaud y Friedrich Nietzsche, le gustaba hablar sobre el placer y la política, y todos los domingos por las mañanas era sagrado para ella sentarse a leer de punta a punta el periódico con un tinto en la mano.
El activismo comunitario de la Madre Ingrid se caracterizó por la defensa de la vida de las mujeres trans y por buscar constantemente que sus “hermanas” conocieran los derechos que habían sido ganados en el país. Durante los últimos años, estuvo vinculada a la Secretaría de Integración Social donde lideró iniciativas de educación para la población trans y adulto mayor del sur de la ciudad desde la Casa LGBTI Amapola Jones. Además, el año pasado fue condecorada, junto a mujeres como Florence Thomas y Magdalena León Gómez, con la medalla “Policarpa Salavarrieta” por su activismo y aportes a la historia y luchas de las mujeres de la ciudad.
“En medio de la constante violación de nuestro derecho a vivir en una sociedad más abierta y tolerante, no podemos ceder en nuestra exigencia de que se respete nuestro derecho a la vida. Rechazamos vehementemente los ataques dirigidos hacia nuestras mujeres trans en el mundo actual. Mi deseo es que los crímenes de odio no queden impunes y que aquellos responsables reciban un castigo ejemplar. Necesitamos un compromiso firme para erradicar la intolerancia y construir un mundo donde todas las personas, independientemente de su identidad de género, puedan vivir sin temor y con plenos derechos”, expresó Ingrid el año pasado.
“Desde muy pequeña entendí que mi tía, que yo consideraba mi mamá, no solo tenía mucho amor para la familia sino para todos los que tuvieron la dicha de compartir con ella. Logró abrirle muchos caminos a todas su población LGTBIQ+ y a generaciones más jóvenes que siguen hoy en día están sintiéndose valoradas en trabajos y espacios sin ocultar quienes son”, comparte Natalia.
Quienes la conocieron concuerdan en que, para la Madre Ingrid, la apertura de espacios educativos para personas con experiencia de vida trans era su mayor sueño. Decía que la educación no solo era una herramienta sino el mayor legado que alguien podría dejar. Por eso, el que pudiera terminar su bachillerato a los 60 años lo consideró uno de sus mayores logros. Así, dicen que la mejor manera para mantener viva la memoria de Ingrid López es a través de conversaciones, lecturas y motivando a más mujeres trans a que, sin importar su edad, terminen sus estudios.