Jahira Quintero y Mateo de la Torre: un matrimonio orgullosamente trans
En algún momento de sus vidas, ambos pensaron que por ser personas trans debían renunciar a la posibilidad de tener “un amor bonito”. Hoy, Mateo y Jahira disfrutan su matrimonio que se ha convertido en un espacio libre y seguro para ser. Esta es su historia.
Mariana Escobar Bernoske
Jahira Quintero y Mateo de la Torre son activistas y defensores de derechos humanos. Ella es colombiana y él mexicano, tuvieron una relación a distancia por varios años y se casaron hace tres meses. Aunque a simple vista su relación parece como la de cualquier pareja heterosexual, su experiencia de vida como personas trans pone el foco en otras formas posibles de amar, sin tener que ocultarse, ni viéndose en la obligación de dar explicaciones o tener que encajar en estereotipos.
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Se conocieron en Bogotá durante el lanzamiento del Observatorio Latinoamericano de los derechos político-electorales de personas trans y no binarias. Mateo era invitado por su trayectoria en temas de participación política y Jahira estaba moderando las actividades del evento. Era un ambiente “muy trans” y eso les permitió conectar inmediatamente, no solo desde lo personal sino también desde sus intereses profesionales.
Bromean con que desde el primer momento sabían que iban a terminar casándose. Según Jahira, al principio no le caía bien Mateo porque todo el mundo le estaba dando atención a él y no sabía quién era. Pero, según él, su molestia fue porque “ella decía ‘mira este hombre que se va a casar conmigo y ni siquiera me ha saludado’. Esa dinámica me dio a entender que esta era mi esposa”, comparte Mateo.
Dicen que poder conocerse sin tener que justificar su experiencia de vida trans fue como si varios niveles de vulnerabilidad e intimidad se hubieran desbloqueado. Si bien cada uno de sus tránsitos es completamente único, lo describen como partir desde una empatía que solo entre sí entienden. Bajar un poco las alertas ante un mundo que señala la diferencia y les obliga a encajar en un binario, y, al mismo tiempo, permitirse tener la ilusión de un amor en un contexto regional donde la vida de las personas trans peligra.
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Y es que no se suele hablar sobre las relaciones de pareja de esta población y mucho menos cuando se trata de dos personas trans juntas. Existe un gran desconocimiento e invisibilización en parte por la creencia de que cuando una persona hace una transición de género debe aspirar en todos los aspectos de su vida al cispassing, o sea, al “que no se le note que es trans”. Y esto, como comparten Jahira y Mateo, se ha traducido también a una idea de que deberían es tener relaciones sexo afectivas con personas cisgénero – que su género coincide con el sexo asignado al nacer – o asumir que por ser trans deben desechar la posibilidad de poder enamorarse.
“Fue encontrar un lugar diferente en el que no se me fetichiza o sexualiza mi cuerpo. Donde algo como la identidad de género que es tan básico y central a tu ser no está siendo fiscalizado. Mateo es el primer hombre trans con el que salgo y tenía miedo por experiencias pasadas. Y fue realmente darme la oportunidad de conocernos y ver si esa atracción podría convertirse en algo más. Darle pie a ese pensamiento, que hoy sé que es realidad, de sí soy merecedora de amor”, menciona Jahira.
Hablaban a diario, comenzaron a construir una relación a distancia y cualquier oportunidad para compartir tiempo juntes la aprovechaban. Les gusta describir ese tiempo como la típica película romántica de adolescentes: mensajes constantes; muchas horas de llamadas; cada oportunidad para verse empezaba a tener más días juntes y menos lapsos de tiempo entre cada viaje; presentar a las familias; no querer seguir más a distancia; cada despedida más “dramática” que la anterior; y “vino muy naturalmente”, en palabras de Mateo, pensar que el matrimonio era lo que seguía en su futuro como pareja.
La boda
El 11 de mayo de 2024, Jahira y Mateo dieron el sí. Estaban en compañía de sus personas más cercanas y transmitieron en vivo para la familia mexicana y quienes se encontraban a distancia. Su boda fue pequeña, con brillos dorados y cargada de orgullo trans. La ceremonia fue auspiciada por su mejor amigue, Francesca Mcqoid, y, por pura coincidencia, todos los arreglos florales fueron hechos por una florista trans.
Mateo siente que fue un espacio íntimo, rodeado de mucho amor y el principio de su nueva aventura. De ese día, él destaca las palabras que dio la mamá de Jahira. “Compartió todo su proceso de aceptarla como su hija, como persona trans, de amarla, comentó los miedos que tenía como mamá y la felicidad de ver a su hija casarse, que no era algo que esperaba. Eso tocó a muchas personas que estaban ahí acompañándonos más que nada porque las barreras que vivimos como personas trans hacen que la posibilidad de enamóranos o tener una relación no sea algo supuestamente posible para nosotres”.
Por su parte, Jahira lo describe como un día mágico en el que se sintió segura junto con las personas que más quiere y en el que estuvo acompaña de personas trans que para ella son muy poderosas. “Algo que no olvido es cuando estábamos allá al frente y podía ver la cara de felicidad de todas mis amigas. Mi mamá quedó muy impactada porque conoció por primera vez a mis amistades trans y ellas se metieron en el drama, se pusieron vestidos, brillo, color y la gente cuando pasaba por ese lugar decía ‘¿pero quién se está casando?’ Y éramos nosotres”.
Para la pareja, no era necesario tener un notario que les dijera que estaban casados. Sí, formalizaron legalmente su matrimonio al mes, pero esa ceremonia genuinamente trans era lo único que importaba. No tener que dar explicaciones ni cumplir con las expectativas sociales de cómo ser. El permitirse ser vulnerables, visibles, incluso cómplices para amar bajo sus propias reglas. En sus propias palabras, “nos dimos el permiso de tener algo bonito”.
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Hoy tienen la ilusión de viajar por el mundo y seguir convirtiendo cada cosa cotidiana en una aventura. Les llena de orgullo aprender cada día a no dar nada por hecho y superar esos pequeños choques culturales entre Colombia y México. Les gusta dar paseos con Charlie, el perro de Mateo, que también se está adaptando a la vida en Bogotá, como él. Su sueño es poder potenciar su vida juntes y seguir siendo ese lugar seguro. “Sabemos que vamos a tener muchos desafíos y que tendremos que defender nuestros derechos. Pero aspiramos a ser visibles, saludables y felices”, concluye Mateo.
Jahira Quintero y Mateo de la Torre son activistas y defensores de derechos humanos. Ella es colombiana y él mexicano, tuvieron una relación a distancia por varios años y se casaron hace tres meses. Aunque a simple vista su relación parece como la de cualquier pareja heterosexual, su experiencia de vida como personas trans pone el foco en otras formas posibles de amar, sin tener que ocultarse, ni viéndose en la obligación de dar explicaciones o tener que encajar en estereotipos.
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Se conocieron en Bogotá durante el lanzamiento del Observatorio Latinoamericano de los derechos político-electorales de personas trans y no binarias. Mateo era invitado por su trayectoria en temas de participación política y Jahira estaba moderando las actividades del evento. Era un ambiente “muy trans” y eso les permitió conectar inmediatamente, no solo desde lo personal sino también desde sus intereses profesionales.
Bromean con que desde el primer momento sabían que iban a terminar casándose. Según Jahira, al principio no le caía bien Mateo porque todo el mundo le estaba dando atención a él y no sabía quién era. Pero, según él, su molestia fue porque “ella decía ‘mira este hombre que se va a casar conmigo y ni siquiera me ha saludado’. Esa dinámica me dio a entender que esta era mi esposa”, comparte Mateo.
Dicen que poder conocerse sin tener que justificar su experiencia de vida trans fue como si varios niveles de vulnerabilidad e intimidad se hubieran desbloqueado. Si bien cada uno de sus tránsitos es completamente único, lo describen como partir desde una empatía que solo entre sí entienden. Bajar un poco las alertas ante un mundo que señala la diferencia y les obliga a encajar en un binario, y, al mismo tiempo, permitirse tener la ilusión de un amor en un contexto regional donde la vida de las personas trans peligra.
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Y es que no se suele hablar sobre las relaciones de pareja de esta población y mucho menos cuando se trata de dos personas trans juntas. Existe un gran desconocimiento e invisibilización en parte por la creencia de que cuando una persona hace una transición de género debe aspirar en todos los aspectos de su vida al cispassing, o sea, al “que no se le note que es trans”. Y esto, como comparten Jahira y Mateo, se ha traducido también a una idea de que deberían es tener relaciones sexo afectivas con personas cisgénero – que su género coincide con el sexo asignado al nacer – o asumir que por ser trans deben desechar la posibilidad de poder enamorarse.
“Fue encontrar un lugar diferente en el que no se me fetichiza o sexualiza mi cuerpo. Donde algo como la identidad de género que es tan básico y central a tu ser no está siendo fiscalizado. Mateo es el primer hombre trans con el que salgo y tenía miedo por experiencias pasadas. Y fue realmente darme la oportunidad de conocernos y ver si esa atracción podría convertirse en algo más. Darle pie a ese pensamiento, que hoy sé que es realidad, de sí soy merecedora de amor”, menciona Jahira.
Hablaban a diario, comenzaron a construir una relación a distancia y cualquier oportunidad para compartir tiempo juntes la aprovechaban. Les gusta describir ese tiempo como la típica película romántica de adolescentes: mensajes constantes; muchas horas de llamadas; cada oportunidad para verse empezaba a tener más días juntes y menos lapsos de tiempo entre cada viaje; presentar a las familias; no querer seguir más a distancia; cada despedida más “dramática” que la anterior; y “vino muy naturalmente”, en palabras de Mateo, pensar que el matrimonio era lo que seguía en su futuro como pareja.
La boda
El 11 de mayo de 2024, Jahira y Mateo dieron el sí. Estaban en compañía de sus personas más cercanas y transmitieron en vivo para la familia mexicana y quienes se encontraban a distancia. Su boda fue pequeña, con brillos dorados y cargada de orgullo trans. La ceremonia fue auspiciada por su mejor amigue, Francesca Mcqoid, y, por pura coincidencia, todos los arreglos florales fueron hechos por una florista trans.
Mateo siente que fue un espacio íntimo, rodeado de mucho amor y el principio de su nueva aventura. De ese día, él destaca las palabras que dio la mamá de Jahira. “Compartió todo su proceso de aceptarla como su hija, como persona trans, de amarla, comentó los miedos que tenía como mamá y la felicidad de ver a su hija casarse, que no era algo que esperaba. Eso tocó a muchas personas que estaban ahí acompañándonos más que nada porque las barreras que vivimos como personas trans hacen que la posibilidad de enamóranos o tener una relación no sea algo supuestamente posible para nosotres”.
Por su parte, Jahira lo describe como un día mágico en el que se sintió segura junto con las personas que más quiere y en el que estuvo acompaña de personas trans que para ella son muy poderosas. “Algo que no olvido es cuando estábamos allá al frente y podía ver la cara de felicidad de todas mis amigas. Mi mamá quedó muy impactada porque conoció por primera vez a mis amistades trans y ellas se metieron en el drama, se pusieron vestidos, brillo, color y la gente cuando pasaba por ese lugar decía ‘¿pero quién se está casando?’ Y éramos nosotres”.
Para la pareja, no era necesario tener un notario que les dijera que estaban casados. Sí, formalizaron legalmente su matrimonio al mes, pero esa ceremonia genuinamente trans era lo único que importaba. No tener que dar explicaciones ni cumplir con las expectativas sociales de cómo ser. El permitirse ser vulnerables, visibles, incluso cómplices para amar bajo sus propias reglas. En sus propias palabras, “nos dimos el permiso de tener algo bonito”.
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Hoy tienen la ilusión de viajar por el mundo y seguir convirtiendo cada cosa cotidiana en una aventura. Les llena de orgullo aprender cada día a no dar nada por hecho y superar esos pequeños choques culturales entre Colombia y México. Les gusta dar paseos con Charlie, el perro de Mateo, que también se está adaptando a la vida en Bogotá, como él. Su sueño es poder potenciar su vida juntes y seguir siendo ese lugar seguro. “Sabemos que vamos a tener muchos desafíos y que tendremos que defender nuestros derechos. Pero aspiramos a ser visibles, saludables y felices”, concluye Mateo.