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En 2011, la vida de Mariana Martínez cambió por completo. Cuando tenía 16 años tuvo que desplazarse de su natal Chigorodó, en la región del Urabá antioqueño, a Medellín. Acababa de terminar el colegio, pero grupos paramilitares la amenazaban porque veían en ella una persona que merecía ser callada. ¿La razón? En ese entonces, Mariana era un chico y desde pequeña siempre se sintió diferente a lo que la sociedad esperaba de ella, le gustaba la danza, el maquillaje y practicaba voleibol, un deporte que, para algunos prejuiciosos, solo lo juegan las mujeres. (El debate por la participación trans en competencias deportivas)
“Empecé todo el proceso de restablecimiento de derechos por ser menor de edad en una ciudad, que para mí era un mundo nuevo”, cuenta Mariana. Necesitó protección por parte del Estado y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) tuvo que intervenir. Pasó por varios hogares de paso e internados de los que no podía salir por seguridad. Eso significó perder oportunidades para crecer en el mundo del voleibol, pues había sido convocada a ser parte de la selección de Antioquia. Sin embargo, se abrió una gran puerta, la de encontrarse y entender realmente quién era. (El miedo a ser: así violentaron a las personas LGBTIQ+ en la guerra)
Estando alejada de todo lo que conocía, encontró un espacio para explorar y tratar de entender los sentimientos que tuvo que reprimir durante su infancia y adolescencia. Ella explica que pasar por varios internados le hizo comprender una realidad social que atraviesa a muchas personas que hacen parte de la población LGBTIQ+: el tener que ocultarse para sobrevivir. “Me empezó a mover muchas fibras y desde ahí empecé todo mi tránsito; desde el aceptarme cómo soy, cómo quiero ser y cómo me veo en un futuro”, agrega. Mariana renació a sus 20 años.
Pasaron casi cinco años desde que abandonó Chigorodó para que volviera a ver a su familia. Creció en un entorno muy machista, su mamá era de cierto modo la vigilante de que cualquier rastro del maquillaje que utilizaba no existiera y su papá quería que fuera futbolista, pero, según ella, era “mala” y aceptó el voleibol como consuelo.
“El reencuentro con mis padres es uno de los momentos más importantes de mi vida. Cuando llegaron a verme y simplemente no se fijaron en mi aspecto físico, sino en querer darme un abrazo, un beso, decirme que me querían y estaban para acompañarme en el proceso, significó todo”, dice Mariana, quien agrega que el apoyo de las familias es fundamental para las personas con experiencia de vida trans. Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el promedio de vida de las personas trans en Latinoamérica es de 35 años. Para Cris Guerrero, cabeza del equipo psicosocial del GAAT, Grupo de Acción y Apoyo a Personas Trans, el no tener una red de apoyo significa estar en mayor vulnerabilidad. (En video: ¿Por qué “Yo marcho trans”?)
Recuperar la relación con su familia fue uno de los primeros pasos, y el más importante para que Mariana pudiera ser plenamente ella. Aunque ya había iniciado físicamente su tránsito, le faltaba ser reconocida legalmente por lo que es, una mujer. Con el apoyo de la Alcaldía de Medellín, donde trabajaba, logró cambiar sus documentos. Comenzó a incursionar en el activismo y desde entonces se presenta como una mujer transgénero, afro y transfeminista. (Dani García, la travesti que logró la cédula no binaria en Colombia)
El voleibol volvió a su vida al mismo tiempo que encontró una nueva vocación, el trabajo social. Entró a la Institución Universitaria Tecnológico de Antioquia, donde también trabaja en el área de inclusión y diversidad. Para ella, es muy gratificante ver cómo en la universidad la reconocen por ser voleibolista y promotora de espacios libres de discriminación e incluyentes para las personas LGBTIQ+. Asimismo, desde el primer momento, sus compañeras y entrenador le dieron la bienvenida al equipo femenino, aunque tuvo miedo de que los prejuicios sobre las deportistas trans influyeran, se ha sentido acogida por ellas.
Ha tenido acompañamiento psicosocial para aprender a reaccionar ante comentarios o acciones discriminatorias que puedan surgir en encuentros de juegos universitarios. Sin embargo, Mariana bromea con que, si realmente ella tuviera una ventaja por ser trans, no serían conocidas como “las virreinas”, porque siempre pierden las finales. Ella aspira abrir el camino para que otras mujeres trans puedan incursionar en el deporte y que nadie tenga que pasar por lo que ella vivió. (¿Quiénes son las y los deportistas transgénero referentes en Latinoamérica?)
Este año, ella fue parte de la campaña del Ministerio del Deporte y ONU Mujeres “Hazte Fan del Deporte por la Igualdad”, que busca fortalecer el apoyo al deporte femenino. Asimismo, la invitaron a participar en la construcción de los lineamientos de la política de equidad de mujeres que incursionan en el deporte. No obstante, opina que es urgente que alguien inicie el debate de la participación de personas trans porque “no hay garantías de que podamos participar y tengamos acceso a este derecho fundamental”.
Actualmente tiene 26 años y su activismo ha estado encaminado al tema de la movilidad con enfoque de género. “No es lo mismo ser una persona trans blanca, que una persona trans negra que viene desplazada y está en una ciudad que no es la suya”, dice Mariana. Realizó investigaciones sobre las percepciones sociales del uso de personas LGBTIQ+ en el transporte público y recientemente ha trabajado en abrir espacios académicos y laborales para brindar alternativas a trabajadoras sexuales de Medellín.
Mariana cree que resiliencia, autonomía y empoderamiento son las tres palabras que describen el camino que empezó a recorrer hace diez años. También menciona que “desplazarme desde mi tierra, esa tierra que amo tanto, me ayudó a encontrarme a mí misma, me ayudó a aceptarme y comprender que hay realidades sociales por las que debo también luchar y ser resiliente”. Por eso, quiere ser una trabajadora social a la que le mueve el bienestar de las personas.
*Este texto hace parte de la campaña “La misma meta”, del Deportista del Año, El Espectador y Movistar por la inclusión y la igualdad en el deporte. Te invitamos a apoyar y firmar nuestro compromiso aquí.