Matamba, la revista que busca la libertad de personas negras y LGBTIQ+
El proyecto nació en el distrito de Agua Blanca, al oriente de Cali, y busca darles voz, a través de la escritura, a quienes históricamente han sido silenciados.
Daniela Villamarín Solorza
“Soy una marica negra. La suma de muchas luchas. El hijo de una migrante del Pacífico colombiano que vendía frutas en la calle. Un líder del oriente de Cali”, dice Juan David con orgullo, sentado en una banca de madera frente al Museo La Tertulia en Cali. A su lado está Vanesa y Macu viene en camino. Ellos tres, y otros más, son cofundadores de Matamba, una revista digital que busca darles a personas negras, diversas y empobrecidas, un espacio seguro para alzar su voz.
“Es difícil tener cabida en un mundo que te niega la existencia todo el tiempo”, asegura. “Por eso queremos resignificar la vida y luchar para que otras personas reconozcan que merecen algo mejor”. Juan David, Vanesa y Macu fueron los primeros de sus familias en entrar a la universidad, pero la felicidad de aquel logro estuvo siempre escoltada por el racismo y la discriminación.
“Un profe me dijo una vez algo que tardé muchos años en sanar. Dijo que había revisado uno de mis parciales y se había sorprendido porque, al parecer, yo sí tenía materia gris. Siempre estaba él con su sarcasmo, diciéndome, de alguna manera, que quizás un marica negro no tenía futuro como politólogo”, recuerda Juan David. “Eso es lo difícil, que todo el tiempo te están diciendo: ‘tú no puedes’, ‘tú no eres’, ‘tú no existes’, ‘tú no perteneces aquí’”.
Vanesa cuenta que la revista nació hace seis años en el distrito de Agua Blanca, al oriente de Cali, para cambiar esa narrativa. Empezaron a reunirse todos los sábados a las tres de la tarde, a escribir y recibir textos, poemas y canciones. A diseñar, diagramar y publicar cada edición en una plataforma digital que pagan mensualmente entre todos. A sostener diálogos y conversaciones con personas como ellos. A encontrar amigos en el camino. Y a convertir su proyecto de cambio en un lugar seguro donde podían apropiarse de su identidad. Pertenecer.
Hoy acumulan trece ediciones y están a punto de publicar la número catorce. Cubrieron el Paro Nacional en 2018, la difícil situación en Buenaventura y en una de sus ediciones le hicieron un homenaje a artistas negras en el país. La última de ellas fue sobre migraciones, donde hablaron de cómo el desplazamiento atraviesa irremediablemente la historia de las personas negras en Colombia y la que más recuerdan es la edición que titularon “Negras, maricas y disidentes”, en la que contaron las realidades de personas negras y LGBTIQ+ en Cali.
“Matamba me dio voz. La voz de la mujer negra que soy y que en otros espacios no tenía. Me dio la posibilidad de escribir y para mí la escritura es un estandarte de libertad”, explica Vanesa, profesora de lengua castellana. De hecho, el nombre de la revista fue pensado en honor a una mujer. “Se llamaba Ana María. Fue una esclava que reivindicó su apellido en una época en la que tenían que llevar el de sus esclavizadores. Ella se negó y para defender quién era se registró con su apellido de origen: Matamba”, relata Vanesa mientras empuja con delicadeza una hormiga que empieza a trepar por su tobillo.
Al fondo suenan la salsa, los pájaros y la fuente que adorna la entrada del museo. Ventea un poco y el sol ya no está tan encendido. “Es sol de lluvia”, asegura Juan David. Luego aparece Macu y se disculpa por haber llegado tarde. “Había un problema en el tráfico: yo”, dice entre risas. Sonríe. Saluda a sus amigos. Bromea sobre el tiempo que tardó en definir sus rizos negros antes de salir de casa. Pero cuando se sienta en la banca, cambia el gesto, endereza la espalda y hace una declaración. “Para nosotros, ser personas negras, mujeres y maricas, ha significado, sobre todo, experiencias de dolor. Es terrible que el solo hecho de que un cuerpo exista signifique eso”.
Por eso, cree en la importancia de tener un espacio, no solo donde puedan gestar sus luchas, sino en el que encuentren persona que los acompañen durante el proceso. “La mayoría de nosotros hemos pasado infancias muy solas: éramos el único negro en el salón del colegio, el único negro en las clases de la universidad, o, incluso, cuando nos juntamos con otras personas negras, somos los únicos maricas, los únicos pensando en temas de género y diversidad. Nadie te lo dice, pero hay un mensaje subliminal que nos repite que nuestra vida es eso: la soledad. Hemos descubierto que en la posibilidad de remover el dolor existe también la posibilidad de sanar”, explica Macu.
Juan David reconoce que alzar la voz, enunciarse, defender su identidad, son cosas que a muchos les han costado la vida. “Pero es también la oportunidad de vernos a los ojos como personas negras, maricas, empobrecidas, discriminadas y reconocer en la otra y en el otro a un hermano”. Los tres se refieren a sí mismos de la misma manera: “negros” y “maricas”. Es más, dicen que prefieren utilizar esas palabras que “afrocolombiano” u “homosexual”.
“Nos nombramos así, sin ningún tipo de tapujo, porque entendemos la carga peyorativa que han tenido estas palabras. Es como si decir ‘afro’ suavizara el hecho de ser ‘negro’, porque en el subconsciente de la gente tiene un significado negativo. Cuando decimos que somos ‘maricas negras’ tenemos una intencionalidad política, incluso epistémica. Es un concepto que nos ayuda a entender nuestra realidad; la de las que somos migrantes y víctimas del conflicto armado; las que crecimos en invasión y viendo la telenovela; las que no podemos ir a la universidad, o las que vamos, pero en otras condiciones. Queremos que cuando la gente escuche estas dos palabras, pueda pensar en personas como nosotros: politólogos, geógrafos, licenciadas en lengua castellana”, explica Macu, geógrafo de profesión y estudiante de historia.
Está a punto de llover. Juan David dice que está orgulloso y agradecido porque, pese a todas las luchas que piensan dar todavía, valora lo que han conseguido. “Todo lo que nosotros hacemos encarna la utopía de nuestros ancestros que, esclavizados, soñaron con tener algún día descendientes libres”.
“Soy una marica negra. La suma de muchas luchas. El hijo de una migrante del Pacífico colombiano que vendía frutas en la calle. Un líder del oriente de Cali”, dice Juan David con orgullo, sentado en una banca de madera frente al Museo La Tertulia en Cali. A su lado está Vanesa y Macu viene en camino. Ellos tres, y otros más, son cofundadores de Matamba, una revista digital que busca darles a personas negras, diversas y empobrecidas, un espacio seguro para alzar su voz.
“Es difícil tener cabida en un mundo que te niega la existencia todo el tiempo”, asegura. “Por eso queremos resignificar la vida y luchar para que otras personas reconozcan que merecen algo mejor”. Juan David, Vanesa y Macu fueron los primeros de sus familias en entrar a la universidad, pero la felicidad de aquel logro estuvo siempre escoltada por el racismo y la discriminación.
“Un profe me dijo una vez algo que tardé muchos años en sanar. Dijo que había revisado uno de mis parciales y se había sorprendido porque, al parecer, yo sí tenía materia gris. Siempre estaba él con su sarcasmo, diciéndome, de alguna manera, que quizás un marica negro no tenía futuro como politólogo”, recuerda Juan David. “Eso es lo difícil, que todo el tiempo te están diciendo: ‘tú no puedes’, ‘tú no eres’, ‘tú no existes’, ‘tú no perteneces aquí’”.
Vanesa cuenta que la revista nació hace seis años en el distrito de Agua Blanca, al oriente de Cali, para cambiar esa narrativa. Empezaron a reunirse todos los sábados a las tres de la tarde, a escribir y recibir textos, poemas y canciones. A diseñar, diagramar y publicar cada edición en una plataforma digital que pagan mensualmente entre todos. A sostener diálogos y conversaciones con personas como ellos. A encontrar amigos en el camino. Y a convertir su proyecto de cambio en un lugar seguro donde podían apropiarse de su identidad. Pertenecer.
Hoy acumulan trece ediciones y están a punto de publicar la número catorce. Cubrieron el Paro Nacional en 2018, la difícil situación en Buenaventura y en una de sus ediciones le hicieron un homenaje a artistas negras en el país. La última de ellas fue sobre migraciones, donde hablaron de cómo el desplazamiento atraviesa irremediablemente la historia de las personas negras en Colombia y la que más recuerdan es la edición que titularon “Negras, maricas y disidentes”, en la que contaron las realidades de personas negras y LGBTIQ+ en Cali.
“Matamba me dio voz. La voz de la mujer negra que soy y que en otros espacios no tenía. Me dio la posibilidad de escribir y para mí la escritura es un estandarte de libertad”, explica Vanesa, profesora de lengua castellana. De hecho, el nombre de la revista fue pensado en honor a una mujer. “Se llamaba Ana María. Fue una esclava que reivindicó su apellido en una época en la que tenían que llevar el de sus esclavizadores. Ella se negó y para defender quién era se registró con su apellido de origen: Matamba”, relata Vanesa mientras empuja con delicadeza una hormiga que empieza a trepar por su tobillo.
Al fondo suenan la salsa, los pájaros y la fuente que adorna la entrada del museo. Ventea un poco y el sol ya no está tan encendido. “Es sol de lluvia”, asegura Juan David. Luego aparece Macu y se disculpa por haber llegado tarde. “Había un problema en el tráfico: yo”, dice entre risas. Sonríe. Saluda a sus amigos. Bromea sobre el tiempo que tardó en definir sus rizos negros antes de salir de casa. Pero cuando se sienta en la banca, cambia el gesto, endereza la espalda y hace una declaración. “Para nosotros, ser personas negras, mujeres y maricas, ha significado, sobre todo, experiencias de dolor. Es terrible que el solo hecho de que un cuerpo exista signifique eso”.
Por eso, cree en la importancia de tener un espacio, no solo donde puedan gestar sus luchas, sino en el que encuentren persona que los acompañen durante el proceso. “La mayoría de nosotros hemos pasado infancias muy solas: éramos el único negro en el salón del colegio, el único negro en las clases de la universidad, o, incluso, cuando nos juntamos con otras personas negras, somos los únicos maricas, los únicos pensando en temas de género y diversidad. Nadie te lo dice, pero hay un mensaje subliminal que nos repite que nuestra vida es eso: la soledad. Hemos descubierto que en la posibilidad de remover el dolor existe también la posibilidad de sanar”, explica Macu.
Juan David reconoce que alzar la voz, enunciarse, defender su identidad, son cosas que a muchos les han costado la vida. “Pero es también la oportunidad de vernos a los ojos como personas negras, maricas, empobrecidas, discriminadas y reconocer en la otra y en el otro a un hermano”. Los tres se refieren a sí mismos de la misma manera: “negros” y “maricas”. Es más, dicen que prefieren utilizar esas palabras que “afrocolombiano” u “homosexual”.
“Nos nombramos así, sin ningún tipo de tapujo, porque entendemos la carga peyorativa que han tenido estas palabras. Es como si decir ‘afro’ suavizara el hecho de ser ‘negro’, porque en el subconsciente de la gente tiene un significado negativo. Cuando decimos que somos ‘maricas negras’ tenemos una intencionalidad política, incluso epistémica. Es un concepto que nos ayuda a entender nuestra realidad; la de las que somos migrantes y víctimas del conflicto armado; las que crecimos en invasión y viendo la telenovela; las que no podemos ir a la universidad, o las que vamos, pero en otras condiciones. Queremos que cuando la gente escuche estas dos palabras, pueda pensar en personas como nosotros: politólogos, geógrafos, licenciadas en lengua castellana”, explica Macu, geógrafo de profesión y estudiante de historia.
Está a punto de llover. Juan David dice que está orgulloso y agradecido porque, pese a todas las luchas que piensan dar todavía, valora lo que han conseguido. “Todo lo que nosotros hacemos encarna la utopía de nuestros ancestros que, esclavizados, soñaron con tener algún día descendientes libres”.